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martes, 27 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 9

ANTEPENULTIMO CAPITULO!!!

CAPITULO 9.-
Esa mujer no parecía su ____. Tenía las mismas lujuriosas curvas, la
misma melena chocolate, la misma boca de labios gruesos y lascivos…
Pero su espíritu había desaparecido.
Esta otra era una cáscara vacía que dejaba que la manejara a su antojo,
como si fuera más autómata que humana.
Ya le había resultado extraño que no dijera nada cuando le quitó su
ropa interior para ponerle el corsé azul eléctrico que había elegido para
ella. Porque la gatita no era mujer silenciosa, precisamente. Pero se dijo
que eran conjeturas sin sentido y continuó. Entonces se acuclilló a sus pies,
le puso los zapatos de aguja a juego y volvió a erguirse para ajustar los
lazos de la parte de atrás un poquito más apretados, básicamente porque le
gustaba ver sus pechos aupados como dos hermosas y perfectas manzanas
por encima del escote.
Pensó que podría hacer que cualquier hombre ardiera en llamas
únicamente con mirarla. Tan femenina, sexy y caliente. Tanto que decidió
recrearse un poco con las vistas, por lo que caminó a su alrededor,
resbalando los dedos por la piel expuesta del escote, los hombros y la parte
alta de la espalda, para luego deslizarlos por el entramado de lazos hasta
llegar a su precioso trasero.
—Mi gatita sensual —murmuró contra su piel mientras le estrujaba
las nalgas con una mano y jugaba con su desnudo pubis con la otra.
Otro día, a esas alturas, la temperatura de la mazmorra ya habría
empezado a subir, pero esa tarde tenía la sensación de estar acariciando un
cubito de hielo.
—_____…
Entonces se dio cuenta; no estaba allí. Intentó azuzarla con palabras,
provocándola para ver si desenfundaba sus afiladas uñas y le asestaba uno
de esos zarpazos que había empezado a echar de menos, pero ni siquiera
eso sirvió de algo.
Se portaba como una muñequita sin emociones, por lo que probó a
darle órdenes a diestro y siniestro, esperando que se cansara y le chillara
que se metiera la cabeza en su pomposo trasero, como había hecho días
atrás cuando le introdujo un dilatador anal.
Apoyándose contra el potro, se cruzó de brazos y dijo «uno». ____
obedeció al instante y, en total silencio, se puso de rodillas, se sentó sobre
los talones con las piernas ligeramente separadas y colocó las manos en los
muslos con las palmas cara arriba. Entonces, sin darle a tiempo relajarse,
dijo «tres» y ella se levantó, abrió las piernas en «V» y cruzó los brazos
sobre la cabeza.
Sumisión perfecta, pero perturbadoramente fría.
Siguió lanzándole ordenes sin parar, a cada cual más bizarra que la
anterior, pero a pesar de que podía leer en su lenguaje corporal que
comenzaba a hartarse de aquello, no escuchó ninguna queja o protesta salir
de su boquita. ¡Joder! Hasta él empezaba a cansarse de todo eso.
El colmo de los colmos fue cuando le ordenó que saltara a la pata
coja, pensando que ahí sí estallaría y le soltaría alguna de sus lindezas.
Pero para su sorpresa lo hizo. ¡Lo hizo! Saltó de manera precaria sobre el
afilado tacón sin llamarlo cabrón hijo de perra ni nada por el estilo.
Cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz. Entonces fue cuando
decidió que se habían terminado las formas suaves. Se portaría como el
Dom que era y la sacaría de ese ridículo estado de una vez por todas.
—Hoy usaremos la cruz —le susurró al oído mientras la agarraba por
el brazo y la llevaba hasta ella—. ¿Qué me dices de unos azotes, sumisa?
¿O prefieres el látigo?
Sabía que sentía puro terror ante la simple idea de que usara el látigo
en ella, pero en esa ocasión ni se inmutó. Tan sólo musitó un «sí, Señor»
con una voz tan monocorde e impersonal que tuvo que contener su
exasperación para que no la notara.
No había temblores, ni rubores, ni nada de lo habitual. Mierda, ¡no
había nada! Era como si se hubiera convertido en una bonita koré, una
estatua griega tan increíblemente hermosa como fría y carente de vida.
Es más, se apostaba lo que fuera a que tras la tela su mirada estaba
ausente; perdida en un lugar muy lejano, junto con sus pensamientos.
—Bien, esto es un juego en el que no tienes opciones de ganar.
La colocó de cara a él, restringió sus brazos y piernas y le abrió uno a
uno los enganches que cerraban el frente del corsé al tiempo que besaba
con ardor cada centímetro de piel revelada, dejando caer la prenda al suelo
cuando soltó el último.
Trazó un sendero desde el ombligo a la barbilla. Zigzagueó la lengua
hasta llegar a los pechos, los cuales lamió en espiral, y delineó las
clavículas antes de ascender por la garganta mientras pensaba en lo
deliciosamente suave y cremosa que era. Tan sedosa como adictiva.
Gruñó contra su boca, sin besarla, y se apartó de ella para ir a escoger
un flogger de entre los varios que colgaban de la pared. Entonces, con una
sonrisa perversa en los labios, lo estrelló con fuerza contra su propio muslo
únicamente para comprobar si el chasquido tenía más efecto en ella que las
palabras. Y, ¡oh!, vaya que si lo tuvo. Se tensó de pies a cabeza durante una
pequeña fracción de segundo antes de volver a recomponer su estática
fachada.
Inspirando con calma, se posicionó delante de ____ y focalizó cada
sentido, nervio y neurona en una única cosa. Ella.
Empezó a trabajar el flogger de arriba abajo con meticulosidad y
golpes rítmicos; nunca manteniendo la misma presión durante demasiado
tiempo, sino alternándola a cada momento. A veces duro, a veces suave,
pero siempre implacable.
Al cabo de un rato, un brillo delator surgió de entre los muslos de su
gatita y él suspiró para sus adentros. Su cuerpo empezaba a responder, así
que lo usaría como llave maestra para entrar en su mente y sacarla de
donde cojones estuviera, usando el placer en su favor.
Prosiguió, ganando intensidad a cada minuto que pasaba, y pronto sus
oídos se vieron recompensados por leves jadeos que fueron creciendo hasta
convertirse en gemidos. Y luego en gritos, cuando ____ se vio incapaz de
diferenciar entre el placer y el dolor que la invadían.
La leyó con detenimiento y los vio entremezclados en cada
respiración, en cada contracción muscular, en el rubor de la piel, en el
sonido de su voz. Y siguió adelante.
La dulce miel resbalaba desde los brillantes y húmedos labios
vaginales y caía por la cara interna de los torneados muslos. Una visión
que le hacía desear tirar el flogger al suelo, arrodillarse entre sus piernas y
comerle el coño con lentas pasadas de lengua. Pero no podía hacerlo, no en
ese momento, así que continuó azotando cada plano y curva de su cuerpo,
sin dejar de prestar especial atención a sus henchidos pechos y su exquisito
sexo.
Y de repente sucedió. Percibió como el cuerpo de _____ empezaba a
ascender en pos del éxtasis y paró, dejando que se relajara un poco
mientras se deleitaba en el quejido de decepción que tan dulcemente había
brotado de entre sus labios.
—¿Quieres más, sumisa?
—S-sí, por favor, Señor.
Bien, parecía que había conseguido también la atención de su mente
junto con la de su cuerpo.
—Pero a cambio me contarás que sucede.
—Nada.
—Mentir a tu Dom es muy feo. —Le propinó un azote en el clítoris lo
bastante fuerte como para que se lo pensara de nuevo—. Y ya sabes lo que
les sucede a las malas sumisas.
—Por fa-favor, ahora n-no —sollozó—. Yo… Lu-luego. Por favor.
No le respondió, tan sólo volvió a empezar de nuevo. Y lo hizo
despacio y suave primero, recreándose en cada chasquido de las cintas
contra toda aquella piel cremosa y sonrosada. Sonidos que se sincronizaron
con el latir de su propio corazón.
Y lo siguió haciendo hasta que el cuerpo de ella fue al encuentro de
cada nuevo azote, participando de cada uno de ellos con un entusiasmo
ardiente.

¡Ay, Dios! Estaba en llamas.
Había llegado allí muy enfadada por todo el asunto de la marca en el
cuello, dispuesta a cantarle las cuarenta por su atrevimiento, pero sabía que
eso no serviría de nada tratándose de él. En cambio sí había algo que
lograría joderlo, así que optó por esa vía.
Y no fue sencillo, porque a cada instante deseaba escupirle a la cara lo
que pensaba de sus mordiscos y su maldita dominación, pero logró
contenerse y ser la perfecta muñeca de porcelana. Tan bonita como fría y
distante. Y, ¡oh, cómo lo había disfrutado! Al menos al principio, porque
luego, cuando los remordimientos y el sentido de culpabilidad llegaron en
tropel, empezó a resultar una idea no tan genial.
¿Por qué había pretendido hacerle daño? Por la sencilla razón de que
él la había arrollado y sometido, obligándola a aceptar lo que en realidad
era. ¡Reclamándola sin su permiso, como si no tuviera ni voz ni voto en
aquella relación!
Y si en realidad la quería, ¿por qué no podía decírselo? Tampoco era
tan complicado, ¿no? Sobre todo cuando siempre estaba exigiendo de ella
sinceridad y todo ese blablablá que luego él parecía no cumplir.
Estaba enfadada, colérica… Y enamorada. Sí, quizá esa era la raíz de
la pataleta. Se había enamorado de él como una tonta y eso… la aterraba.
¿Qué le pasaba con la fruta prohibida? Dos veces había pasado al lado
del árbol y dos veces había caído en la tentación. Primero con Tom,
experimentando por ese cachorro sentimientos inaceptables y casi
inmorales, y ahora con… Él. Su Dom. Su Señor. Alguien cuyo rostro
desconocía, pero que había aprendido a conocer, admirar y amar.
¡Maldito fuera! Le había hecho caer. Se había apropiado de su cuerpo,
de su placer, de su confianza y, por último, de su corazón y de su alma. Y
con ello la había hecho suya en todos los sentidos, pero jamás había
verbalizado nada más allá del mutuo deseo que compartían.
Oh, sí. Sin duda la deseaba y la mimaba, pero nunca había dicho que
la quisiera. Ni un poquito. Y todo eso, sumado al mordisco de «eres mía»,
había sido el detonante de su absurda conducta de esa tarde. Porque la
estaba volviendo loca con tanto confuso cruce de señales y esos aparentes
«sí, pero no».
Así que se asentó en sus trece y, cuando la puso en la cruz de San
Andrés y comenzó a azotarla, se dijo que podría resistirlo, que no le daría
el gusto de involucrarse. Pero resultó una batalla perdida de antemano.
Su cuerpo la traicionó y, con cada nuevo restallar del cuero contra la
carne, sus defensas fueron cayendo una a una, como cortinas rasgadas. Y
entonces sólo quedó su corazón, expuesto y vulnerable. Y cuando él la
empujó más y más, la euforia tomó posesión de su ser al completo y se
corrió como nunca mientras los azotes continuaban lloviendo sobre su piel.
—Otra vez, sumisa.
El orgasmo volvió a barrerla una segunda vez, como las olas del mar
lo hacen con la arena de playa, y entonces perdió la noción de todo menos
de las sensaciones que la sacudían. Y voló. Alto y lejos, muy lejos.
Ya no estaba allí, ni siquiera se sentía dentro de su propia carne. Era
como si hubiera traspasado la piel, desplegando las alas. Y se sentía tan
bien… Como si el viento y las nubes la mecieran. Y… Oh, Dios, no quería
perder esa sensación. Todo era maravilloso y sublime.
—Gatita.
Una voz de barítono, baja e intima, se abrió paso en medio de aquel
limbo.
—Gatita, dime lo que pasa. Dime por qué te portabas así.
Intentó articular las palabras, pero le costaba.
—Tú. Marca. Nana dijo… —suspiró—. Marca.

_____ había entrado en el sumiespacio y se encontraba profundamente
metida en él.
—Gatita, dime lo que pasa. Dime por qué te portabas así.
Era la cosita más bonita del mundo, con su boca entreabierta en una
muda expresión de éxtasis y los pechos alzándose temblorosos al ritmo de
las lentas respiraciones.
—Tú. Marca. Nana dijo… —emitió un suspiro—. Marca.
Frunció el ceño, sin comprender, hasta que de repente una luz se
encendió de golpe en su cabeza y casi lo cegó. Al igual que si alguien
hubiera dirigido el haz de una linterna directamente contra sus ojos.
Oh, joder. ¿Cómo podía haberse olvidado de algo semejante? Ayer la
había mordido en un momento de frenesí, cuando el lobo aprovechó un
infinitesimal descuido suyo para tomar el control y marcarla como suya.
Le retiró el pelo hacia atrás y tocó la señal que habían dejado sus
dientes y en la cual no había reparado a causa de la larga melena que la
ocultaba.
—¿Te refieres a esto, ____? —La perfiló con ternura.
—S-sí.
Comenzaba a comprender. O eso creía.
—Estás molesta por la marca.
—Sí. No.
Espera, había algo más. Tal vez… No, no, no. No debería de
preguntárselo, no cuando no era verdaderamente consciente de lo que
pasaba en ese momento, pero… ¡A la mierda todo!
—Gatita, ¿me quieres?
Los segundos transcurrieron tan lentos que parecieron siglos, hasta
que ella al fin abrió la boca y musitó la respuesta que tanto había anhelado
oír.
—Sí.
Soltó aliviado el aire que no sabía que había estado reteniendo en los
pulmones mientras esperaba, deseoso y temeroso, que le diera aquella
respuesta afirmativa.
Sonrió y, tras dejar caer el flogger al suelo, se acercó a ella y le dio un
delicado beso justo donde su corazón latía con una suave y rítmica
cadencia. Entonces, le liberó las piernas y después se irguió para sujetarla
con su cuerpo mientras le soltaba las restricciones de los brazos.
—Ven, mi pequeña sumisa.
_____ se derrumbó contra él y la aupó sobre el hombro para llevársela
de esa guisa al dormitorio.
Había esperado tanto por ese momento… Demasiado. Pero ahora que
al fin sabía que ella lo quería, todo parecía brillar bajo una nueva luz. Una
más brillante, intensa y bonita. Por no hablar del alivio que suponía para su
corazón el haber escuchado ese precioso, adorable «sí».
La depositó con cuidado sobre la cama y se acostó a su lado de
inmediato, atrayéndola hacia él para envolverla con su cuerpo.
Sonrió satisfecho cuando se acurrucó contra su torso y suspiró serena,
feliz, y entonces pensó en que nada le podría haber hecho suponer que una
tarde que había empezado tan mal iba a terminar de un modo tan dulce.
—Shhh… Tranquila —le susurró cuando la sintió temblar entre sus
brazos. Algo normal después de lo que había sucedido en la mazmorra—.
Estoy aquí, gatita.
Ella ronroneó y se revolvió en su abrazo durante un ratito, antes de
alzar el rostro, con expresión contrariada.
—¿Qué…?
—Saliste despedida como un cohete. —La risa teñía su voz—.
¿Recuerdas ese lugar especial al que van algunas sumisas? —No podía
parar de tocarla—. ¿Ese del que hablamos un par de veces? Pues estuviste
allí.
—Oh.
—Y fue espectacular.
La sonrisa de _____ le calentó el corazón y otras partes menos tiernas
de su anatomía que se habían relajado un poco, pero no demasiado.
Aspiró su aroma de mujer satisfecha y buscó sus suculentos labios
para besarla con ardor y a conciencia, haciéndole el amor a su boca de la
misma manera en que pensaba hacérselo al resto de su cuerpo.
—¿Estás bien?
—Algo dolorida, floja como un fideo, pero aún así… bien —rió
bajito, como si estuviera un poquito achispada—. Sí, lo estoy. Creo.
Su estado de confusión era tan adorable que tuvo que ahogar una
carcajada contra la almohada.
—¿Lo bastante para llegar al final?
Ella se estremeció y asintió con fervor.
Bien, había llegado el momento. La tomaría por completo y le haría el
amor tal y como él deseaba, como ella merecía, marcándola de nuevo. Pero
esta vez no sólo con su mordisco sino también con su aroma y su semen.
Porque se correría dentro de ella tantas veces como fuera posible.
—Ven aquí.
Su sumisa. Su mujer. Su amor.

Estaba dolorida y un poco atontada, pero nada importaba porque él la tenía
abrazada contra su duro torso y la besaba como si no fuera a haber un
mañana.
Cuando la hizo girar hasta ponerla sobre su espalda y notó que se
posicionaba entre sus muslos, supo que al fin sucedería lo que tanto había
esperado. Y, a pesar de que no tenía ni la menor idea de si la follaría o le
haría el amor, decidió que tomaría igual lo que le diera. Lo que fuera con
tal de tenerlo en su interior; de fundirse con él, en él. De ser suya.
Lo sintió alzarse sobre ella y deslizar una mano hacia su sexo
anegado. Entonces, le rozó el clítoris. Se lo acarició y pellizcó hasta que
sus caderas se elevaron en una muda súplica, reclamando más de él. Todo
de él.
—¿Condón?
—Píldora —respondió con una risita.
—Oh, joder, ¡gracias!
Su elocuente vehemencia le hizo estallar en carcajadas y pensó que
nunca se había sentido tan feliz y segura con un hombre.
—Estoy limpio —le aseguró él—. Asquerosamente limpio.
—Entonces hazlo, por favor.
Le rodeó las caderas con las piernas, apoyando los pies en su trasero
de hierro, en el cual terminaron clavándose los tacones, y se colgó del
cuello masculino con un gemido de rendición.
—Hazlo, lobito mandón.
—Sumisa insolente…
¡Oh, por todos los…! La penetró de una única y fluida embestida,
llegando hasta el fondo de su vagina y estirándola de una manera
imposible.
—Tan apretada como esperaba.
—No te quedes quieto.
—Gatita, necesitas acostumbrarte a mi…
—¡Necesito que te muevas! —sollozó, interrumpiéndolo—. Por favor,
Señor.
Él salió de su sexo y volvió a penetrarla con un gruñido, golpeándola
con sus testículos y enterrándose por completo. Y a pesar de que su tamaño
era devastador, onduló las caderas debajo de él, incitándolo a continuar.
Jadeó contra su oído con cada nueva embestida al tiempo que su
cuerpo respondía a la pregunta que formulaba aquel soberbio miembro que
se enterraba en su vagina como si siempre hubiera pertenecido allí.
Entonces, él se inclinó y le pellizcó los pechos mientras continuaba
moviéndose sin parar. Chupó sus fruncidos pezones, llevando cada pico a
lo más profundo de su boca al igual que lo hacía con el grueso y largo
pene, y su cuerpo tembló reclamando más. Necesitando más. Y él se lo dio.
Con un sonido animal, él rotó las caderas y ajustó los embates de
manera que cada nuevo golpe, cada delicioso deslizamiento dentro de ella,
rozara su hinchado y sensible brote. Y, ¡oh, Dios mío!, aquello era
glorioso.
Temblorosa, gemía y ardía bajo aquel maravilloso y poderoso cuerpo,
sometiéndose a su pasión y ascendiendo progresivamente hasta estallar
como si fuera un espectáculo pirotécnico del cuatro de julio.
Regresó del Paraíso mientras él continuaba penetrándola con
embestidas duras e intensas, pero controladas. Embestidas que alimentaron
su fuego hasta que volvió a sentir como el orgasmo se reconstruía en su
interior y se propagaba por todo su cuerpo en potentes llamaradas,
consumiéndola y arrasando todo a su paso.
Sólo entonces, cuando su segundo clímax comenzaba a apagarse, él se
dejo ir con una potente acometida que la colmó de tal manera que pensó
que moriría de dicha ese instante.
Cada espasmo del apretado coño de ____ abrazaba su polla, instándolo a
derramar hasta la última gota en ella.
Sonriente, apoyó la frente contra la de ella y sostuvo su peso con los
antebrazos en un intento por no derrumbarse sobre su saciada gatita.
Porque esa sonrisa extasiada que adornaba su hermoso rostro clamaba a
gritos lo bien amada que había sido. Por él.
Inspirando profundamente, se dejó caer a su lado en el colchón y la
llevó consigo, disfrutando de esos minutos posteriores al orgasmo con
_____ acurrucada contra su pecho, mientras se deleitaba en sus delicadas
manos acariciándolo por todos lados.
No tenía palabras. Había sido tan magnífico que no existía idioma en
el mundo con los adjetivos adecuados para expresar lo que había sentido.
Lo que sentía. Y lo que volvería a sentir en breve si esa sumisa descarada
continuaba con sus traviesas caricias.
—Gatita insaciable —murmuró contra la revuelta melena cuando ella
cerró la mano alrededor de su semi erecta polla y comenzó a deslizarla
arriba y abajo—. Ten en cuenta que te haré terminar lo que acabas de
empezar.
—Con mucho gusto, mi Señor.
Ah, joder. Esa maravillosa mujer iba a terminar con él.
La dejó jugar a placer hasta que sintió un tirón en las pelotas.
Entonces, le retiró la mano de su pene, porque no quería correrse de ese
modo, y la obligó a ponerse a cuatro patas en el colchón.
—Ahora me toca jugar a mí, pequeña sumisa.
Sacó un frasco de lubricante de la mesita de noche y derramó un
chorro entre las mejillas de aquel suculento trasero.
—Me darás tu virginidad —le dijo mientras hundía un dedo en el
fruncido agujero e iniciaba una lenta cadencia hacia adentro y hacia fuera
—. Estás preparada, después de haber usado esos dilatadores a lo largo de
los últimos días. —Agregó otro y ella corcoveó entre jadeos—. Te poseeré
por aquí, _____, y te encantará.
Extrajo los dedos y presionó contra el apretado anillo de músculos con
la punta de su agonizantemente dura polla.
—Mía —gruñó cuando la cabeza traspasó la entrada.
—Oh… mi… ¡Dios!
—Amo o Señor es suficiente, gatita —rió bajito.
Se inclinó sobre ella y la penetró con cuidado, deslizándose
centímetro tras exquisito centímetro a la vez que usaba una de sus manos
para torturarle los pechos y la otra para agarrarle con firmeza la cadera.
—Mía.
La mitad ya estaba dentro y se sentía tan jodidamente bien que quiso
aullar. —Ah, ____. —Dio una última embestida y se quedó quieto, enterrado
hasta las pelotas—. Mía, mía, mía.
—Tuya —gimió ella arqueando la espalda—. Toda tuya. Sólo tuya.
—Sí, gatita. Y ahora…
La tomó con penetraciones suaves y lentas mientras depositaba una
lluvia de besos en su espalda y gozaba de cada deslizamiento con los ojos
entornados de placer. Y cuando supo que estaba lista, la embistió con más
fuerza, entre gruñidos salvajes e implacables caricias, y abandonó sus
pechos para jugar con su endurecido e hinchado clítoris hasta hacerla
enloquecer.
—Ohsíohsíohsíohsí…
—¡_____!
El orgasmo estalló entre sus piernas y le subió por la espalda como un
rayo mientras se corría con potentes y calientes chorros, sosteniéndola
contra él y sintiendo como alcanzaba también la liberación.
Saciados, se derrumbaron en la cama en un enredo de sabanas y
piernas, y se envolvieron el uno en torno al otro.

Amaba con auténtica locura a esa mujer.



HOLA!!! BUENO ... YA SOLO FALTAN DOS CAPS PARA QUE TERMINE LA NOVELA ... NO PUDE SUBIR ANTES PORQUE ESTUVE CON MUCHA TAREA, MAS ME ENFERME ... NO ME DABA TIEMPO ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... NO .. ADIOS :))

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