CAPITULO 9.-
Esa mujer
no parecía su ____. Tenía las mismas lujuriosas curvas, la
misma
melena chocolate, la misma boca de labios gruesos y lascivos…
Pero su
espíritu había desaparecido.
Esta otra
era una cáscara vacía que dejaba que la manejara a su antojo,
como si
fuera más autómata que humana.
Ya le
había resultado extraño que no dijera nada cuando le quitó su
ropa
interior para ponerle el corsé azul eléctrico que había elegido para
ella.
Porque la gatita no era mujer silenciosa, precisamente. Pero se dijo
que eran
conjeturas sin sentido y continuó. Entonces se acuclilló a sus pies,
le puso
los zapatos de aguja a juego y volvió a erguirse para ajustar los
lazos de
la parte de atrás un poquito más apretados, básicamente porque le
gustaba
ver sus pechos aupados como dos hermosas y perfectas manzanas
por encima
del escote.
Pensó que
podría hacer que cualquier hombre ardiera en llamas
únicamente
con mirarla. Tan femenina, sexy y caliente. Tanto que decidió
recrearse
un poco con las vistas, por lo que caminó a su alrededor,
resbalando
los dedos por la piel expuesta del escote, los hombros y la parte
alta de la
espalda, para luego deslizarlos por el entramado de lazos hasta
llegar a
su precioso trasero.
—Mi gatita
sensual —murmuró contra su piel mientras le estrujaba
las nalgas
con una mano y jugaba con su desnudo pubis con la otra.
Otro día,
a esas alturas, la temperatura de la mazmorra ya habría
empezado a
subir, pero esa tarde tenía la sensación de estar acariciando un
cubito de
hielo.
—_____…
Entonces
se dio cuenta; no estaba allí. Intentó azuzarla con palabras,
provocándola
para ver si desenfundaba sus afiladas uñas y le asestaba uno
de esos
zarpazos que había empezado a echar de menos, pero ni siquiera
eso sirvió
de algo.
Se portaba
como una muñequita sin emociones, por lo que probó a
darle
órdenes a diestro y siniestro, esperando que se cansara y le chillara
que se
metiera la cabeza en su pomposo trasero, como había hecho días
atrás
cuando le introdujo un dilatador anal.
Apoyándose
contra el potro, se cruzó de brazos y dijo «uno». ____
obedeció
al instante y, en total silencio, se puso de rodillas, se sentó sobre
los
talones con las piernas ligeramente separadas y colocó las manos en los
muslos con
las palmas cara arriba. Entonces, sin darle a tiempo relajarse,
dijo
«tres» y ella se levantó, abrió las piernas en «V» y cruzó los brazos
sobre la
cabeza.
Sumisión
perfecta, pero perturbadoramente fría.
Siguió
lanzándole ordenes sin parar, a cada cual más bizarra que la
anterior,
pero a pesar de que podía leer en su lenguaje corporal que
comenzaba
a hartarse de aquello, no escuchó ninguna queja o protesta salir
de su
boquita. ¡Joder! Hasta él empezaba a cansarse de todo eso.
El colmo
de los colmos fue cuando le ordenó que saltara a la pata
coja,
pensando que ahí sí estallaría y le soltaría alguna de sus lindezas.
Pero para
su sorpresa lo hizo. ¡Lo hizo! Saltó de manera precaria sobre el
afilado
tacón sin llamarlo cabrón hijo de perra ni nada por el estilo.
Cerró los
ojos y se pellizcó el puente de la nariz. Entonces fue cuando
decidió
que se habían terminado las formas suaves. Se portaría como el
Dom que
era y la sacaría de ese ridículo estado de una vez por todas.
—Hoy
usaremos la cruz —le susurró al oído mientras la agarraba por
el brazo y
la llevaba hasta ella—. ¿Qué me dices de unos azotes, sumisa?
¿O
prefieres el látigo?
Sabía que
sentía puro terror ante la simple idea de que usara el látigo
en ella,
pero en esa ocasión ni se inmutó. Tan sólo musitó un «sí, Señor»
con una
voz tan monocorde e impersonal que tuvo que contener su
exasperación
para que no la notara.
No había
temblores, ni rubores, ni nada de lo habitual. Mierda, ¡no
había
nada! Era como si se hubiera convertido en una bonita koré, una
estatua
griega tan increíblemente hermosa como fría y carente de vida.
Es más, se
apostaba lo que fuera a que tras la tela su mirada estaba
ausente;
perdida en un lugar muy lejano, junto con sus pensamientos.
—Bien,
esto es un juego en el que no tienes opciones de ganar.
La colocó
de cara a él, restringió sus brazos y piernas y le abrió uno a
uno los
enganches que cerraban el frente del corsé al tiempo que besaba
con ardor
cada centímetro de piel revelada, dejando caer la prenda al suelo
cuando
soltó el último.
Trazó un
sendero desde el ombligo a la barbilla. Zigzagueó la lengua
hasta
llegar a los pechos, los cuales lamió en espiral, y delineó las
clavículas
antes de ascender por la garganta mientras pensaba en lo
deliciosamente
suave y cremosa que era. Tan sedosa como adictiva.
Gruñó
contra su boca, sin besarla, y se apartó de ella para ir a escoger
un flogger
de entre los varios que colgaban de la pared. Entonces, con una
sonrisa
perversa en los labios, lo estrelló con fuerza contra su propio muslo
únicamente
para comprobar si el chasquido tenía más efecto en ella que las
palabras.
Y, ¡oh!, vaya que si lo tuvo. Se tensó de pies a cabeza durante una
pequeña
fracción de segundo antes de volver a recomponer su estática
fachada.
Inspirando
con calma, se posicionó delante de ____ y focalizó cada
sentido,
nervio y neurona en una única cosa. Ella.
Empezó a
trabajar el flogger de arriba abajo con meticulosidad y
golpes
rítmicos; nunca manteniendo la misma presión durante demasiado
tiempo,
sino alternándola a cada momento. A veces duro, a veces suave,
pero
siempre implacable.
Al cabo de
un rato, un brillo delator surgió de entre los muslos de su
gatita y
él suspiró para sus adentros. Su cuerpo empezaba a responder, así
que lo
usaría como llave maestra para entrar en su mente y sacarla de
donde
cojones estuviera, usando el placer en su favor.
Prosiguió,
ganando intensidad a cada minuto que pasaba, y pronto sus
oídos se
vieron recompensados por leves jadeos que fueron creciendo hasta
convertirse
en gemidos. Y luego en gritos, cuando ____ se vio incapaz de
diferenciar
entre el placer y el dolor que la invadían.
La leyó
con detenimiento y los vio entremezclados en cada
respiración,
en cada contracción muscular, en el rubor de la piel, en el
sonido de
su voz. Y siguió adelante.
La dulce
miel resbalaba desde los brillantes y húmedos labios
vaginales
y caía por la cara interna de los torneados muslos. Una visión
que le
hacía desear tirar el flogger al suelo, arrodillarse entre sus piernas y
comerle el
coño con lentas pasadas de lengua. Pero no podía hacerlo, no en
ese
momento, así que continuó azotando cada plano y curva de su cuerpo,
sin dejar
de prestar especial atención a sus henchidos pechos y su exquisito
sexo.
Y de
repente sucedió. Percibió como el cuerpo de _____ empezaba a
ascender
en pos del éxtasis y paró, dejando que se relajara un poco
mientras
se deleitaba en el quejido de decepción que tan dulcemente había
brotado de
entre sus labios.
—¿Quieres
más, sumisa?
—S-sí, por
favor, Señor.
Bien,
parecía que había conseguido también la atención de su mente
junto con
la de su cuerpo.
—Pero a
cambio me contarás que sucede.
—Nada.
—Mentir a
tu Dom es muy feo. —Le propinó un azote en el clítoris lo
bastante
fuerte como para que se lo pensara de nuevo—. Y ya sabes lo que
les sucede
a las malas sumisas.
—Por
fa-favor, ahora n-no —sollozó—. Yo… Lu-luego. Por favor.
No le
respondió, tan sólo volvió a empezar de nuevo. Y lo hizo
despacio y
suave primero, recreándose en cada chasquido de las cintas
contra
toda aquella piel cremosa y sonrosada. Sonidos que se sincronizaron
con el
latir de su propio corazón.
Y lo
siguió haciendo hasta que el cuerpo de ella fue al encuentro de
cada nuevo
azote, participando de cada uno de ellos con un entusiasmo
ardiente.
¡Ay, Dios!
Estaba en llamas.
Había
llegado allí muy enfadada por todo el asunto de la marca en el
cuello,
dispuesta a cantarle las cuarenta por su atrevimiento, pero sabía que
eso no
serviría de nada tratándose de él. En cambio sí había algo que
lograría
joderlo, así que optó por esa vía.
Y no fue
sencillo, porque a cada instante deseaba escupirle a la cara lo
que
pensaba de sus mordiscos y su maldita dominación, pero logró
contenerse
y ser la perfecta muñeca de porcelana. Tan bonita como fría y
distante.
Y, ¡oh, cómo lo había disfrutado! Al menos al principio, porque
luego,
cuando los remordimientos y el sentido de culpabilidad llegaron en
tropel,
empezó a resultar una idea no tan genial.
¿Por qué
había pretendido hacerle daño? Por la sencilla razón de que
él la
había arrollado y sometido, obligándola a aceptar lo que en realidad
era.
¡Reclamándola sin su permiso, como si no tuviera ni voz ni voto en
aquella
relación!
Y si en
realidad la quería, ¿por qué no podía decírselo? Tampoco era
tan
complicado, ¿no? Sobre todo cuando siempre estaba exigiendo de ella
sinceridad
y todo ese blablablá que luego él parecía no cumplir.
Estaba
enfadada, colérica… Y enamorada. Sí, quizá esa era la raíz de
la
pataleta. Se había enamorado de él como una tonta y eso… la aterraba.
¿Qué le
pasaba con la fruta prohibida? Dos veces había pasado al lado
del árbol
y dos veces había caído en la tentación. Primero con Tom,
experimentando
por ese cachorro sentimientos inaceptables y casi
inmorales,
y ahora con… Él. Su Dom. Su Señor. Alguien cuyo rostro
desconocía,
pero que había aprendido a conocer, admirar y amar.
¡Maldito
fuera! Le había hecho caer. Se había apropiado de su cuerpo,
de su
placer, de su confianza y, por último, de su corazón y de su alma. Y
con ello
la había hecho suya en todos los sentidos, pero jamás había
verbalizado
nada más allá del mutuo deseo que compartían.
Oh, sí.
Sin duda la deseaba y la mimaba, pero nunca había dicho que
la
quisiera. Ni un poquito. Y todo eso, sumado al mordisco de «eres mía»,
había sido
el detonante de su absurda conducta de esa tarde. Porque la
estaba
volviendo loca con tanto confuso cruce de señales y esos aparentes
«sí, pero
no».
Así que se
asentó en sus trece y, cuando la puso en la cruz de San
Andrés y
comenzó a azotarla, se dijo que podría resistirlo, que no le daría
el gusto
de involucrarse. Pero resultó una batalla perdida de antemano.
Su cuerpo
la traicionó y, con cada nuevo restallar del cuero contra la
carne, sus
defensas fueron cayendo una a una, como cortinas rasgadas. Y
entonces
sólo quedó su corazón, expuesto y vulnerable. Y cuando él la
empujó más
y más, la euforia tomó posesión de su ser al completo y se
corrió
como nunca mientras los azotes continuaban lloviendo sobre su piel.
—Otra vez,
sumisa.
El orgasmo
volvió a barrerla una segunda vez, como las olas del mar
lo hacen
con la arena de playa, y entonces perdió la noción de todo menos
de las
sensaciones que la sacudían. Y voló. Alto y lejos, muy lejos.
Ya no
estaba allí, ni siquiera se sentía dentro de su propia carne. Era
como si
hubiera traspasado la piel, desplegando las alas. Y se sentía tan
bien… Como
si el viento y las nubes la mecieran. Y… Oh, Dios, no quería
perder esa
sensación. Todo era maravilloso y sublime.
—Gatita.
Una voz de
barítono, baja e intima, se abrió paso en medio de aquel
limbo.
—Gatita,
dime lo que pasa. Dime por qué te portabas así.
Intentó
articular las palabras, pero le costaba.
—Tú.
Marca. Nana dijo… —suspiró—. Marca.
_____
había entrado en el sumiespacio y se encontraba profundamente
metida en
él.
—Gatita,
dime lo que pasa. Dime por qué te portabas así.
Era la
cosita más bonita del mundo, con su boca entreabierta en una
muda
expresión de éxtasis y los pechos alzándose temblorosos al ritmo de
las lentas
respiraciones.
—Tú.
Marca. Nana dijo… —emitió un suspiro—. Marca.
Frunció el
ceño, sin comprender, hasta que de repente una luz se
encendió
de golpe en su cabeza y casi lo cegó. Al igual que si alguien
hubiera
dirigido el haz de una linterna directamente contra sus ojos.
Oh, joder.
¿Cómo podía haberse olvidado de algo semejante? Ayer la
había
mordido en un momento de frenesí, cuando el lobo aprovechó un
infinitesimal
descuido suyo para tomar el control y marcarla como suya.
Le retiró
el pelo hacia atrás y tocó la señal que habían dejado sus
dientes y
en la cual no había reparado a causa de la larga melena que la
ocultaba.
—¿Te
refieres a esto, ____? —La perfiló con ternura.
—S-sí.
Comenzaba
a comprender. O eso creía.
—Estás
molesta por la marca.
—Sí. No.
Espera,
había algo más. Tal vez… No, no, no. No debería de
preguntárselo,
no cuando no era verdaderamente consciente de lo que
pasaba en
ese momento, pero… ¡A la mierda todo!
—Gatita,
¿me quieres?
Los
segundos transcurrieron tan lentos que parecieron siglos, hasta
que ella
al fin abrió la boca y musitó la respuesta que tanto había anhelado
oír.
—Sí.
Soltó
aliviado el aire que no sabía que había estado reteniendo en los
pulmones
mientras esperaba, deseoso y temeroso, que le diera aquella
respuesta
afirmativa.
Sonrió y,
tras dejar caer el flogger al suelo, se acercó a ella y le dio un
delicado beso justo donde su corazón latía con una suave
y rítmica
cadencia. Entonces, le liberó las piernas y después se
irguió para sujetarla
con su cuerpo mientras le soltaba las restricciones de
los brazos.
—Ven, mi pequeña sumisa.
_____ se derrumbó contra él y la aupó sobre el hombro
para llevársela
de esa guisa al dormitorio.
Había esperado tanto por ese momento… Demasiado. Pero
ahora que
al fin sabía que ella lo quería, todo parecía brillar
bajo una nueva luz. Una
más brillante, intensa y bonita. Por no hablar del alivio
que suponía para su
corazón el haber escuchado ese precioso, adorable «sí».
La depositó con cuidado sobre la cama y se acostó a su
lado de
inmediato, atrayéndola hacia él para envolverla con su
cuerpo.
Sonrió satisfecho cuando se acurrucó contra su torso y
suspiró serena,
feliz, y entonces pensó en que nada le podría haber hecho
suponer que una
tarde que había empezado tan mal iba a terminar de un
modo tan dulce.
—Shhh… Tranquila —le susurró cuando la sintió temblar
entre sus
brazos. Algo normal después de lo que había sucedido en
la mazmorra—.
Estoy aquí, gatita.
Ella ronroneó y se revolvió en su abrazo durante un
ratito, antes de
alzar el rostro, con expresión contrariada.
—¿Qué…?
—Saliste despedida como un cohete. —La risa teñía su voz—.
¿Recuerdas ese lugar especial al que van algunas sumisas?
—No podía
parar de tocarla—. ¿Ese del que hablamos un par de veces?
Pues estuviste
allí.
—Oh.
—Y fue espectacular.
La sonrisa de _____ le calentó el corazón y otras partes
menos tiernas
de su anatomía que se habían relajado un poco, pero no
demasiado.
Aspiró su aroma de mujer satisfecha y buscó sus
suculentos labios
para besarla con ardor y a conciencia, haciéndole el amor
a su boca de la
misma manera en que pensaba hacérselo al resto de su
cuerpo.
—¿Estás bien?
—Algo dolorida, floja como un fideo, pero aún así… bien —rió
bajito, como si estuviera un poquito achispada—. Sí, lo
estoy. Creo.
Su estado de confusión era tan adorable que tuvo que
ahogar una
carcajada contra la almohada.
—¿Lo bastante para llegar al final?
Ella se estremeció y asintió con fervor.
Bien, había llegado el momento. La tomaría por completo y
le haría el
amor tal y como él deseaba, como ella merecía, marcándola
de nuevo. Pero
esta vez no sólo con su mordisco sino también con su
aroma y su semen.
Porque se correría dentro de ella tantas veces como fuera
posible.
—Ven aquí.
Su sumisa. Su mujer. Su amor.
Estaba dolorida y un poco atontada, pero nada importaba
porque él la tenía
abrazada contra su duro torso y la besaba como si no
fuera a haber un
mañana.
Cuando la hizo girar hasta ponerla sobre su espalda y notó
que se
posicionaba entre sus muslos, supo que al fin sucedería
lo que tanto había
esperado. Y, a pesar de que no tenía ni la menor idea de
si la follaría o le
haría el amor, decidió que tomaría igual lo que le diera.
Lo que fuera con
tal de tenerlo en su interior; de fundirse con él, en él.
De ser suya.
Lo sintió alzarse sobre ella y deslizar una mano hacia su
sexo
anegado. Entonces, le rozó el clítoris. Se lo acarició y
pellizcó hasta que
sus caderas se elevaron en una muda súplica, reclamando más
de él. Todo
de él.
—¿Condón?
—Píldora —respondió con una risita.
—Oh, joder, ¡gracias!
Su elocuente vehemencia le hizo estallar en carcajadas y
pensó que
nunca se había sentido tan feliz y segura con un hombre.
—Estoy limpio —le aseguró él—. Asquerosamente limpio.
—Entonces hazlo, por favor.
Le rodeó las caderas con las piernas, apoyando los pies
en su trasero
de hierro, en el cual terminaron clavándose los tacones,
y se colgó del
cuello masculino con un gemido de rendición.
—Hazlo, lobito mandón.
—Sumisa insolente…
¡Oh, por todos los…! La penetró de una única y fluida
embestida,
llegando hasta el fondo de su vagina y estirándola de una
manera
imposible.
—Tan apretada como esperaba.
—No te quedes quieto.
—Gatita, necesitas acostumbrarte a mi…
—¡Necesito que te muevas! —sollozó, interrumpiéndolo—.
Por favor,
Señor.
Él salió de su sexo y volvió a penetrarla con un gruñido,
golpeándola
con sus testículos y enterrándose por completo. Y a pesar
de que su tamaño
era devastador, onduló las caderas debajo de él, incitándolo
a continuar.
Jadeó contra su oído con cada nueva embestida al tiempo
que su
cuerpo respondía a la pregunta que formulaba aquel
soberbio miembro que
se enterraba en su vagina como si siempre hubiera
pertenecido allí.
Entonces, él se inclinó y le pellizcó los pechos mientras
continuaba
moviéndose sin parar. Chupó sus fruncidos pezones,
llevando cada pico a
lo más profundo de su boca al igual que lo hacía con el
grueso y largo
pene, y su cuerpo tembló reclamando más. Necesitando más.
Y él se lo dio.
Con un sonido animal, él rotó las caderas y ajustó los
embates de
manera que cada nuevo golpe, cada delicioso deslizamiento
dentro de ella,
rozara su hinchado y sensible brote. Y, ¡oh, Dios mío!,
aquello era
glorioso.
Temblorosa, gemía y ardía bajo aquel maravilloso y
poderoso cuerpo,
sometiéndose a su pasión y ascendiendo progresivamente
hasta estallar
como si fuera un espectáculo pirotécnico del cuatro de
julio.
Regresó del Paraíso mientras él continuaba penetrándola
con
embestidas duras e intensas, pero controladas. Embestidas
que alimentaron
su fuego hasta que volvió a sentir como el orgasmo se
reconstruía en su
interior y se propagaba por todo su cuerpo en potentes
llamaradas,
consumiéndola y arrasando todo a su paso.
Sólo entonces, cuando su segundo clímax comenzaba a
apagarse, él se
dejo ir con una potente acometida que la colmó de tal
manera que pensó
que moriría de dicha ese instante.
Cada espasmo del apretado coño de ____ abrazaba su polla,
instándolo a
derramar hasta la última gota en ella.
Sonriente, apoyó la frente contra la de ella y sostuvo su
peso con los
antebrazos en un intento por no derrumbarse sobre su
saciada gatita.
Porque esa sonrisa extasiada que adornaba su hermoso
rostro clamaba a
gritos lo bien amada que había sido. Por él.
Inspirando profundamente, se dejó caer a su lado en el
colchón y la
llevó consigo, disfrutando de esos minutos posteriores al
orgasmo con
_____ acurrucada contra su pecho, mientras se deleitaba
en sus delicadas
manos acariciándolo por todos lados.
No tenía palabras. Había sido tan magnífico que no existía
idioma en
el mundo con los adjetivos adecuados para expresar lo que
había sentido.
Lo que sentía. Y lo que volvería a sentir en breve si esa
sumisa descarada
continuaba con sus traviesas caricias.
—Gatita insaciable —murmuró contra la revuelta melena
cuando ella
cerró la mano alrededor de su semi erecta polla y comenzó
a deslizarla
arriba y abajo—. Ten en cuenta que te haré terminar lo
que acabas de
empezar.
—Con mucho gusto, mi Señor.
Ah, joder. Esa maravillosa mujer iba a terminar con él.
La dejó jugar a placer hasta que sintió un tirón en las
pelotas.
Entonces, le retiró la mano de su pene, porque no quería
correrse de ese
modo, y la obligó a ponerse a cuatro patas en el colchón.
—Ahora me toca jugar a mí, pequeña sumisa.
Sacó un frasco de lubricante de la mesita de noche y
derramó un
chorro entre las mejillas de aquel suculento trasero.
—Me darás tu virginidad —le dijo mientras hundía un dedo
en el
fruncido agujero e iniciaba una lenta cadencia hacia
adentro y hacia fuera
—. Estás preparada, después de haber usado esos
dilatadores a lo largo de
los últimos días. —Agregó otro y ella corcoveó entre
jadeos—. Te poseeré
por aquí, _____, y te encantará.
Extrajo los dedos y presionó contra el apretado anillo de
músculos con
la punta de su agonizantemente dura polla.
—Mía —gruñó cuando la cabeza traspasó la entrada.
—Oh… mi… ¡Dios!
—Amo o Señor es suficiente, gatita —rió bajito.
Se inclinó sobre ella y la penetró con cuidado, deslizándose
centímetro tras exquisito centímetro a la vez que usaba
una de sus manos
para torturarle los pechos y la otra para agarrarle con
firmeza la cadera.
—Mía.
La mitad ya estaba dentro y se sentía tan jodidamente
bien que quiso
aullar. —Ah, ____. —Dio una última embestida y se quedó
quieto, enterrado
hasta las pelotas—. Mía, mía, mía.
—Tuya —gimió ella arqueando la espalda—. Toda tuya. Sólo
tuya.
—Sí, gatita. Y ahora…
La tomó con penetraciones suaves y lentas mientras
depositaba una
lluvia de besos en su espalda y gozaba de cada
deslizamiento con los ojos
entornados de placer. Y cuando supo que estaba lista, la
embistió con más
fuerza, entre gruñidos salvajes e implacables caricias, y
abandonó sus
pechos para jugar con su endurecido e hinchado clítoris
hasta hacerla
enloquecer.
—Ohsíohsíohsíohsí…
—¡_____!
El orgasmo estalló entre sus piernas y le subió por la
espalda como un
rayo mientras se corría con potentes y calientes chorros,
sosteniéndola
contra él y sintiendo como alcanzaba también la liberación.
Saciados, se derrumbaron en la cama en un enredo de
sabanas y
piernas, y se envolvieron el uno en torno al otro.
Amaba con
auténtica locura a esa mujer.
HOLA!!! BUENO ... YA SOLO FALTAN DOS CAPS PARA QUE TERMINE LA NOVELA ... NO PUDE SUBIR ANTES PORQUE ESTUVE CON MUCHA TAREA, MAS ME ENFERME ... NO ME DABA TIEMPO ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... NO .. ADIOS :))
Uiii fue tan romanticooo dios me encantooo , no quiero que se termineeeee , sube prontooo no te olvides xd y cuidateeeee mucchooo byeeee
ResponderBorrarSigueeeeeeeeeeee
ResponderBorrarYa casi acabaaaaa
ResponderBorrarVenga sigue porfissssss
ResponderBorrarEsta burnisoma .. Al fin la hizo su mujer!!
ResponderBorrarSiguelaa subee yaa
Esta super buena virgiii me encanto, espero los próximos caps!!!
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