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domingo, 1 de febrero de 2015

NUEVA NOVELA

http://mi-hombre-tomk.blogspot.mx/

ESTE ES EL LINK PARA QUE SE PASEN ... ESTA NOVELA ES ADAPTADA ... QUEDA EN LUGAR DE MIA PARA POSEER ... BUENO ADIOS Y SIGAN Y COMENTEN ... :))

viernes, 30 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 11.-

ULTIMO CAPITULO!!!

CAPITULO 11.-
El quedo toc-toc hizo que Jeremiah desenterrara la nariz de los papeles.
—Adelante.
La puerta de su despacho se entreabrió y ____ asomó la cabeza con
una dulce sonrisa. Parecía estar a mil años luz de su aspecto de la noche
anterior, toda llorosa y con los ojos rojos e hinchados. De hecho, se la veía
incluso mejor que a la hora del desayuno.
—Buenos días, ¿o debería decir «buenas tardes»?
Le indicó que entrara con un leve movimiento de dedos al tiempo que
le echaba una ojeada al reloj que colgaba de la pared para ver qué hora era.
—Pasan dieciséis minutos de las doce, por lo que sí; buenas tardes,
nenita.
____ se inclinó para depositar un cálido beso en su mejilla y después
se sentó en el borde de la mesa.
Tenía una expresión en el rostro que le recordaba muchísimo a
Maggie cuando tramaba alguna de las suyas. Entonces, la sonrisa se
ensanchó más, confirmando sus sospechas acerca de que aquella cabecita
inquieta le estaba dando vueltas a algo.
Se recostó contra el respaldo de la enorme silla de oficina, apoyó los
codos en los brazos de esta y entrelazó los dedos mientras alzaba las cejas
con aire curioso.
—¿Qué ronda tu mente, nenita?
—¿Tan transparente soy? —murmuró algo decepcionada.
—No, tan sólo un clon de tu abuela en ciertos aspectos. —La sonrisa
le tironeó las comisuras de la boca—. Venga, escúpelo de una vez. Me
tienes intrigado.
—Umm… —Jugueteó con el bolígrafo que acababa de coger de la
mesa—. ¿Qué tal se te da abrir cerraduras?
—Con llaves, de maravilla.
Ella frunció los labios y emitió un sonoro bufido. Ah, pequeña
delincuente, pensó divertido. ¿Para qué necesitaría forzar una cerradura?
—Muy gracioso. Ya sabes a lo que me refiero.
—Bastante bien. —Desenlazó los dedos y se inclinó hacia ella,
mirándola con suspicacia—. Podría enseñarte mis trucos en un par de
horas, de hecho, pero primero necesito saber qué locura has tramado.
La vio balancear las piernas en silencio, con aire inocente, pero el
brillo artero que podía ver en sus ojos decía todo lo contrario.
—En realidad es una tontería.
—____…
—Oh, vale, está bien. Nada que me vaya a acarrear una denuncia
posterior, créeme. Únicamente quiero sorprender a cierto lobo. Tú ya
sabes…
«Pobre Tom».
—Ilumíname.
Dos días después…
«¡Sí, sí, sí!».
La puerta del viejo búnker cedió con un pesado clic y ____
experimentó unas ganas terribles de ejecutar un baile de la victoria en
mitad del bosque.
¡Ja! Había resultado pan comido. Bueno, tal vez calificarlo como «pan
comido» fuera un pelín exagerado. Quizá le había costado unos seis
minutos y varias horquillas dobladas el conseguirlo, pero el esfuerzo había
valido la pena. Vaya que sí.
Recogió del suelo las horquillas que habían quedado inutilizables,
para no dejar ningún tipo de prueba incriminatoria, y las introdujo en el
bolsillo del vaquero antes de penetrar en el interior y buscar el interruptor.
—«Y entonces se hizo la luz» —murmuró para sí.
Cerró la puerta tras de sí y bajó las escaleras hasta llegar a la entrada
de la mazmorra. Entonces, empujó la puerta y la observó con detenimiento
durante un rato mientras pensaba que ya no le parecía tan intimidatoria
como las veces anteriores. Más bien se le antojaba desangeladamente vacía
sin Tom para llenarla con su imponente presencia.
Vagó por ella con aire distraído, recordando todo lo que habían hecho
entre esas viejas paredes, las charlas que habían mantenido acurrucados el
uno contra el otro en el largo sofá, los gritos y risas y gemidos… El lugar
estaba cargado de muchas vivencias, todas ellas intensas e increíbles.
Tras dar un último vistazo, se dirigió hacia las cortinas y prendió
entre el respaldo del sofá y la pared la que ocultaba tras de sí el dormitorio.
Entonces, enderezó la mochila que cargaba al hombro y puso la mano en el
picaporte para abrir la puerta.
—Bueno, aquí estamos —se dijo mientras la abría y entraba en la
oscura habitación—. Encendamos la luz y ¡que comience el show!
Cuando la lámpara parpadeó sobre su cabeza, iluminando el lugar, se
encontró con que encima de la colcha había una enorme caja negra atada
con una brillante cinta roja que formaba un perfecto lazo en la parte de
arriba.
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? —musitó al tiempo que dejaba la
mochila apoyada contra la pared y se acercaba a los pies de la cama.
Entre el lazo y la tapa vio una notita en la que ponía, con unos trazos
que le eran muy familiares, «Para Caperucita».
—Supongo que esa soy yo.
Desató el lazo con frenesí, como si estuviera abriendo un regalo la
mañana de Navidad, y apartó la cinta a un lado al tiempo que destapaba la
caja y empezaba a desembarazarse del papel seda que protegía el
contenido.
—¡Jesús!
Puede que, después de todo, no necesitara el contenido de la mochila.

Tom se extrañó cuando recibió aquella tarde la escueta y enigmática
llamada de Jeremiah para que se pasara lo antes posible por su despacho.
Acababa de preparar un macuto, con lo estrictamente necesario para
huir de Woodtoken durante varios días, y se disponía a meterlo en el
maletero justo en el instante en que su móvil sonó.
Su extrañeza alcanzó un nuevo nivel cuando entró en el despacho de
Jeremiah y este se le extendió un sobre blanco a su nombre, al tiempo que
le aseguraba que él únicamente era el mensajero. Entonces, le dio unas
palmaditas amistosas en la espalda y lo echó de allí con un enigmático
«nos vemos luego» que lo descolocó por completo.
La puerta se cerró a su espalda y él permaneció parado en mitad de la
oficina, sobre en mano, durante unos segundos. Que lo condenaran si
entendía de iba aquello.
Miró de nuevo el sobre, pero prefirió no abrirlo allí. Tampoco lo hizo
cuando puso el primer pie en la calle principal, o cuando se sentó en el
interior de su Subaru Tribeca. Al contrario, lo depositó en el asiento del
acompañante y arrancó el vehículo con la intención de salir de Woodtoken
y perderse en algún lugar que no le recordara a ____. Pero el problema,
como había comprobado los últimos dos días, era que no había manera
humana de encontrar un rincón dentro o fuera de allí que no se la trajera a
la mente, aunque no guardara relación alguna con ella. Daba igual qué
hiciera, a dónde fuera o quién hablara. Su recuerdo lo perseguía como un
fantasma, al igual que lo había hecho a lo largo de los pasados doce años.
Apenas acababa de tomar la carretera de salida cuando no pudo
resistirlo ni un segundo más. De un volantazo, sacó el Subaru del asfalto,
lo estacionó en el arcén y lo apagó antes de agarrar el sobre y pasárselo de
una mano a la otra, como si quemara, mientras sopesaba que tan buena idea
sería abrirlo.
Bah, qué más daba, fue lo último que pensó antes de rasgar el lateral y
dejar caer el contenido en su palma. Contenido que resultó ser un papel
sepia, doblado en tres, que procedió a desplegar con impaciencia.
«Misma hora, mismo lugar.
_____».
Parpadeó y tuvo que volver a releer el escueto mensaje para
cerciorarse de que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada, que
aquella simple pero esperanzadora frase no era fruto de su imaginación,
sino real.
—¿Qué hora es? —se preguntó al tiempo que echaba un vistazo al
reloj del vehículo—. ¡Oh, joder! ¡Llego tarde!
Encendió el motor tras tirar tanto el sobre como el papel sobre el
asiento vacío y se incorporó a la carretera. Entonces, ejecutó un giro en
«U», sin importarle una mierda que fuera una maniobra prohibida en ese
tramo, y puso rumbo hacia el búnker como si acabaran de incorporar un
cohete del Endeavour al motor.
Llegó en tiempo record al final del sendero. Más allá era
impracticable para el coche, hasta que abriera un camino como era debido
hasta su propiedad, por lo que se apeó y corrió el último tramo que lo
llevaría hacia la entrada con el corazón en un puño a la vez que pensaba
que a lo mejor se había cansado de esperar. ¿Y si lo había citado para
quedar como «amigos»? No, imposible. Eso sería como asestarle la
puñalada final, sobre todo al hacerlo allí, donde tantas y tan buenas tardes
habían compartido. Donde tanto habían gozado el uno del otro. No, ____
no le haría eso. Sería cruel y mezquino y ella no era así.
Paró delante de la puerta del búnker con la respiración acelerada no
por el esfuerzo, sino por la ansiedad, y observó los alrededores con
detenimiento.
Nada. No había señal de ella, y el trazo de su aroma no parecía
demasiado reciente. Olfateó de nuevo. Sí, estaba en lo cierto, era de una
hora, más o menos.
Decidido a no perder la esperanza tan rápido, ya que podría volver en
cualquier momento, sacó las llaves del bolsillo del pantalón negro y abrió
la puerta.
Era preferible esperarla dentro a quedarse allí y dar vueltas y más
vueltas sobre sus pies como un lobo desquiciado.

—Oh, por todos los… Ya llegó —musitó ____ para sí al escuchar que
alguien abría la puerta exterior—. Bien, ahora ante todo estate tranquila.
Respira hondo y… Bueno, sé sexy como el infierno.
Se sentó bien encima de la cama y acicaló su aspecto mientras en el
estómago le revoloteaban miles de mariposas impacientes. Luego, un poco
más calmada, suspiró y meneó la cabeza con una sonrisa en los labios.
¡Ay, lo que tenía que hacer por el hombre lobo de su vida!

—Espera, ¿dejé la luz encendida el otro día?
Vaya, debía de estar mal de verdad para haberse olvidado ya que, por
norma general, no solía ser despistado sino más bien lo contrario; un
meticuloso sin remedio.
Entornó la pesada puerta hasta dejar tan sólo una estrecha rendija y
bajó por las escaleras mientras pensaba que estaba soñando con el olor de
_____, porque lo percibía suspendido en el aire, como si ella hubiera estado
allí ese mismo día. Lo que era imposible.
Nada más descender el último escalón, frenó en seco y se rascó la
barbilla, contrariado al ver la puerta de la mazmorra entreabierta.
Vale, aquello empezaba a ser muy, muy preocupante. Una cosa es que
se olvidara de una cosa, pero de dos… Le resultaba difícil de creer. Pero
tenía que haber sido él, ¿no? Era eso o que había espíritus traviesos
retozando en su propiedad y… Un segundo, ¿qué era ese olor? ¿Cera
ardiendo?
Entró en tromba y vio la puerta del dormitorio expuesta a la vista y
ligeramente entornada. A través de la rendija podía percibir el titilar de las
velas, el claro aroma a cera derritiéndose, a mujer dispuesta… Espera,
¿mujer dispuesta?
—No puede ser.
Cubrió la distancia en un puñado de zancadas y empujó la puerta,
haciéndola chocar contra la pared, para encontrarse con una estampa que lo
dejó sin palabras.
—Hola, lobo feroz —ronroneó _____—. Empezaba a pensar que no
llegarías nunca.
¡Menuda visión! Por lo visto había abierto la caja que reservaba para
cumplir con ella «la» fantasía. ¡Y qué condenadamente sexy estaba! Tanto
que su polla pegó un brinco dentro de su confinamiento y se puso durísima
en lo que se tardaba en parpadear una vez.
—Joder, gatita —gruñó mientras se apoyaba en el marco—. Estás
para comerte.
—¿Es una amenaza o una promesa…?
Era una provocadora nata. La vio aletear las oscuras y largas pestañas
con coquetería y colocar las manos sobre el colchón, pasando de estar
sentada sobre los talones a ponerse a cuatro patas, mostrándole una
magnifica visión de sus henchidos pechos.
—¿…, mi Señor?
Aquel minimalista dos piezas transparente en color rojo le quedaba de
puro vicio, y las medias de liga de rejilla a juego hacían que sus piernas se
vieran matadoras. ¿Y qué decir de la capa roja de seda que caía sobre sus
curvas y lamía toda aquella cremosa piel del mismo modo que él deseaba
hacerlo con su lengua?
—_____, tú quieres matarme.
La devoró con los ojos mientras notaba como su polla crecía y se
engrosaba más y más, deseosa de hundirse en la humedad de aquel
suculento coño.
Ella engarzó la mirada en la suya y se mordió de manera lasciva los
gruesos labios pintados de rojo, antes de agarrar una de las trenzas que le
caían por delante y empezar a acariciarse el escote y el pezón con la punta
de la misma.
—Oh —gimió con voz ronca y sensual—, qué ojos tan grandes tienes.
Iba a regalarle su sueño húmedo lobuno más recurrente; follarse a
Caperucita. Su Caperucita. Ella.
—Son para deleitarme mejor con la visión de tu cuerpo desnudo —
respondió al tiempo que se desabrochaba la camisa.
Ella se acercó un poco más al borde de la cama. La capucha roja sobre
su cabeza brillaba eróticamente gracias a la luz de las velas, al igual que
toda aquella extensión de suave piel.
—Pero, ¡qué boca tan grande tienes!
Arrojó la camisa al suelo y empezó a sacarse el calzado, pisando el
talón de un pie con la punta del otro; y a la inversa.
—Es para comértelo todo mejor. Absolutamente todo.
Ella tembló de excitación a la vez que lo recorría con la mirada,
incendiándole cada centímetro de cuerpo que rozaba con su intensa mirada.
—¡Oh! —exclamó con un bonito mohín—. Pero qué manos tan
grandes tienes.
—Son para azotarte mejor.
Un delicioso rubor cubrió las mejillas de ____, que jadeó de una
manera muy caliente. Entonces, dejó que sus manos empezaran a
desabrochar lentamente el cinturón, atrayendo la hambrienta mirada de su
gatita hacia allí.
—Mmmm…
Ella alcanzó el borde de la cama, se levantó y caminó hacia él.
—Mi Señor… —jadeó elevándose sobre la punta de los pies para
rozarle la mandíbula con los labios mientras le ahuecaba la erección con la
palma—. Qué polla tan, tan grande tienes.
El tirón que sintió en la entrepierna lo hizo gruñir como la bestia que
era.
—Ay, Caperucita —contestó mientras soltaba el cinturón y le
enmarcaba el rostro con ambas manos antes de murmurar con voz ronca
sobre su boca—: Es para follarte sin piedad.
Estaba tan excitada que sentía como la humedad de su sexo empapaba el
pequeñísimo tanga y resbalaba por los muslos.
Si Tom no hacía algo pronto, se iba a morir a causa del calentón.
Necesitaba que la besara, que le hiciera el amor de los pies a la cabeza.
Quería ser suya, para siempre.
—Te quiero… Amo.
Él parpadeó de una manera muy cómica, haciéndola reír. Al parecer
ese «Amo» le había tomado tan de sorpresa que la confusión asomó a
través de sus ojos durante una milésima de segundo, antes de dar paso a un
brillo intenso y abrasador.
—Mi amor… Repítelo de nuevo.
—Te quiero, Amo mío.
—Gatita, me haces tan feliz…
Le apresó la boca en un candente beso a la vez que la aupaba contra su
todavía cubierta dureza. La juguetona lengua de Tom retozaba con la
suya, succionándola y sumiéndola en una candente espiral de resbaladizo
placer al tiempo que se acariciaban el uno al otro con carnales roces que
los incendiaron hasta hacerlos jadear.
—Por lo que más quieras —le suplicó cuando él rompió el beso y
deslizó la boca por el cuello y más abajo, llegando a los pechos—.
Desnúdate.
Él se enderezó, no sin antes propinarle un mordisco en un inhiesto
pezón.
—¿Imperativos, gatita? ¿Tengo aspecto de sumiso?
—No, lo siento.
—Bien —dijo muy serio antes de que una sonrisa perezosa comenzara
a adueñarse de su rostro—. Te amo, ____, y juro que voy a hacerte tan
feliz que a veces tendrás que pellizcarte para comprobar que es real. —Le
dio un dulce lametón en el cuello—. Te construiré la casa que siempre has
soñado en estos terrenos —la mordisqueó y volvió a lamer— y nos
mantendremos tan placenteramente ocupados fabricando cachorros que no
tendrás tiempo de aburrirte durante los próximos años.
—Veo que has pensado en todo.
Continuó torturándola con mordiscos amorosos y dulces pasadas de
lengua, hasta que ya no pudo resistirlo un segundo más. Entonces, harta de
esperar, procedió a desabrocharle el pantalón y abrirle la cremallera antes
de tirar hacia abajo de la prenda para que cayera al suelo junto con el
calzoncillo.
—Pequeña sumisa impaciente —gruñó él al tiempo que la empujaba
encima de la cama—. ¿Tendré que atarte? —La capucha se deslizó y su
cabeza quedó totalmente expuesta—. ¿Sabes? Me muero por marcarte en
un lugar que puedan ver todos. Porque quiero que el mundo entero sepa que
eres mía. Sólo mía.
Le dio una patada a los pantalones y, bajo su atenta mirada, caminó
hacia la mesita de noche, abrió el cajón de arriba y extrajo algo que parecía
un paquetito alargado y estrecho.
—Encargué esto especialmente para ti a los cuatro días de que
empezaran nuestros encuentros —le contó a la vez que se sentaba a
horcajadas encima de ella, obsequiándola con una soberbia visión de su
pujante erección—. Yo… espero que te guste.
Tom abrió el estuche y tomó en la mano su contenido, mostrándole
un hermoso collar de sumisa confeccionado con diamantes que logró
dejarla sin respiración. Era como de un centímetro y medio de ancho y las
piedras preciosas refulgían a la luz de las velas como si fueran estrellas.
—Estrellas para mi estrella, luz para mi luz —musitó él como si le
hubiera leído el pensamiento—. Lo mejor para ti, amor.
Le desató el lazo de la capa y la hizo incorporarse sobre sus
antebrazos para poder ponérselo.
—Riemann, ¿eh? —Él se sonrojó, ¡se sonrojó como si le diera
vergüenza ser tan increíblemente inteligente!—. Así que los rumores de
que eres un crack con las inversiones y has multiplicado por sabe Dios
cuanto ese millón son ciertos.
El tacto de los dedos en su nuca mientras le abrochaba el cierre envió
escalofríos de placer a lo largo de su columna y, cuando él retiró las manos
y la observó con los ojos llameantes, se arqueó contra el amplio torso
masculino con un ronroneo.
—Entiendes lo que significa, ¿verdad, gatita?
Asintió y se volvió a tumbar en la cama, rodeándolo con brazos y
piernas para atraerlo hacia ella y que la cubriera con su fuerte y cálido
cuerpo. Entonces, se frotó contra él y dejó escapar un lascivo gemido que
hizo que Tom empezara a acunar su dureza contra la ínfima tela que
cubría su sexo.
—Cásate conmigo, _____. Se mi compañera.
—Sí, mi enorme… —lo besó en el mentón—, perverso… —y en la
punta de la nariz—, implacable… —y en la mejilla—, feroz… —y, al fin,
en la boca— y rematadamente amoroso y sexy lobo.
La envolvió con el cuerpo y giró hasta que ella quedó recostada
encima de él.
—Tendrás un anillo a juego antes de que caiga el sol, te lo prometo.
—Aquellas grandes y ávidas manos vagaron por su espalda y le ahuecaron
el trasero—. Espera por su dueña en el apartamento alquilado en el que
estoy viviendo temporalmente.
—Mejor —musitó contra su firme pecho—, porque sin anillo te
tocaría a ti explicarle a la abuela lo del collar de sumisa y, aunque es muy
liberal y de mente abierta, no tengo muy claro que pudieras salir indemne
de semejante trance. —Lo miró a los ojos y sonrió—. Además, no sé qué
haría con un marido eunuco.
Se sacudieron presos de la hilaridad hasta que un par de lágrimas se le
deslizaron por las mejillas.
—Bien, así será. —Le acarició las nalgas con aire pensativo—.
Supongo que Jeremiah estaba al tanto del alcance de tus planes, pequeña
allanadora de mazmorras, de ahí su enigmático «nos vemos luego». Pero
tendrán que esperar un poquito por las buenas nuevas porque ahora…
—Ahora me amarás como es debido, lobo perverso y mandón.
Tom arqueó una ceja con esa expresión en la mirada que decía que
se estaba extralimitando con su Amo y Señor.
—_____…
—Por favoooooooor.
—¡Ah, qué demonios! Considéralo tu regalo de boda.
Y, por una vez, ella estuvo al mando. Aunque únicamente duró en el
puesto cinco minutos.


FIN!!


HOLA!!! una y mil veces gracias ... gracias a las que comentaron ... como siempre jennifer, olaya, leonor, xioraldyn ... muchas gracias!!! bueno ahorita les subo el nuevo link para que sigan la nueva novela.
El nombre de los protagonistas reales son:
April: ____
Shilloh: Tom ... 
Bueno ... adios y que esten bien :))

jueves, 29 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 10

PENULTIMO CAPITULO!!!

CAPITULO 10.-
—Hasta mañana, señorita Travis.
—Adiós, John.
El último alumno abandonó el aula y el silencio se adueñó de la
estancia según el ruido de pasos y el murmullo de las conversaciones se
alejaban hasta apagarse poco a poco.
Sonriente, suspiró al traer a la memoria la manera en que había
terminado el encuentro el día anterior; los recuerdos tan placenteros que
tuvo que morderse los labios para no echarse a reír como una boba
enamorada.
Todavía sentía el cuerpo dolorido por todos lados, pero cualquier
molestia quedaba eclipsada por el revoloteo de mariposas que se le había
instalado en la boca del estómago, así como el cosquilleo que la recorría de
pies a cabeza por debajo de la piel.
Cogió el borrador y se puso a limpiar el encerado al tiempo que
tarareaba por los bajito Da Ya Think I’m Sexy? sin poder evitar contonear
las caderas mientras escuchaba la letra en la cabeza. Entonces, lo mandó
todo a la porra y se puso a cantar en voz alta el estribillo, mientras
continuaba borrando al ritmo de la música.
—«Si quieres mi cuerpo y crees que soy sexy, vamos, cariño, házmelo
saber…».
—Eres más que sexy, señorita Travis.
¡Jesús! Ahogó un grito a la vez que el borrador se le caía de la mano,
estrellándose contra el suelo con un golpe seco. Aquella voz… ¡No podía
ser cierto! ¡Oh, Dios! Él estaba allí, ¡podría verlo al fin con tan sólo darse
la vuelta!, y sin embargo sentía los pies anclados como si acabaran de
echar raíces de repente.
Cerró los ojos y apoyó la frente contra la fría superficie del encerado.
Sentía el corazón latir de manera tan desbocada que tuvo que echarse la
mano al pecho y ordenarle que se sosegara antes de que le fuera a dar un
sincope.
—Tal vez deberíamos de cumplir otra de mis fantasías, gatita. —su
voz destilababuen humor—. La profesora de matemáticas sumisa,
mmmm… —según hablaba se aproximaba más y más—. Sabría darle muy
buen uso a esta regla.
¡Zas!
El sonido del impacto de la enorme regla que usaban para dibujar
figuras geométricas en el encerado la hizo respingar en el sitio y emitir un
absurdo gritito.
—Mírame, _____.
Había llegado el momento que tanto había ansiado, entonces ¿por qué
tenía miedo? Al fin iba a ponerle cara al hombre que le había arrebatado la
razón, enamorándola como nunca pensó que pudiera llegar a suceder. ¿A
cuento de qué venía ese súbito pánico?
Temblorosa, se giró con la mirada clavada en el suelo y la respiración
agitada.
—Gatita, si sigues así te desmayarás y no llevo bolsas encima para
atajar tus constantes hiperventilaciones.
Quiso reír por lo ridículo de su reacción, pero no fue capaz. En vez de
eso, de su garganta surgió un extraño sonido que la mortificó.
—Mírame.
Había usado esa voz que siempre le hacía sentir deliciosos escalofríos
recorriéndole la espalda, la voz que la exhortaba a obedecer. Y así lo hizo.
Despegó la mirada del suelo y la clavó en él.
—No puede ser.
—Hola, _____.
Las rodillas le temblaron como si se hubieran convertido en gelatina y
no le quedó más remedio que apoyarse en el encerado mientras lo
observaba de arriba abajo, sin poder creer lo que veían sus ojos.
En ese instante estaba petrificada, azorada y muy, muy cabreada.
—T-tú… —tartamudeó mientras empezaba a verlo todo rojo—. ¡Tú!
Se agachó con rapidez, recogió el borrador que se le había caído a
causa de la impresión y lo lanzó contra él con todas sus fuerzas.
—¡Tom Kaulitz, eres un maldito bastardo!

No era tonto. No había esperado que fuera a reaccionar bien cuando se
enterara de quién era en realidad, pero aquel estallido de furia era…
indescriptible. Jamás la había visto así.
El grito de rabia que emitió cuando le tiró el borrador a la cabeza no
tenía nada que enviar al de un Sioux, como tampoco la puntería de la que
hacía gala su dulce gatita. Aunque en ese momento no tuviera nada de
dulce, sino que más bien parecía una gata rabiosa dispuesta a arañarle la
cara con sus afiladas uñas.
Esquivó el primer proyectil con un rápido giro de cintura y notó como
le pasaba rozando la oreja, pero la cosa no quedó ahí. Ah, no. Al momento
le comenzaron a llover toda clase de objetos; desde sus zapatos de tacón
hasta los bolígrafos, pasando por las tizas y el bolso, que se estrelló con un
estruendo tal que le hizo pensar si, por un casual, no habría en su interior
un ladrillo como método de defensa contra los agresores.
Justo cuando parecía que empezaba a quedarse sin munición, ambos
repararon en la grapadora que había en la esquina de la mesa más cercana a
él.
—Hazme caso —le dijo mientras se acercaba con lentitud—. No
quieres hacerlo, ____. Porque si me tiras eso, te juro que te pondré sobre
mis rodillas aquí mismo y te azotaré el trasero sin piedad.
Ella estaba tan tensa como la cuerda de un arco segundos antes de
disparar una flecha pero, ante la mención del castigo, se aflojó un poco y lo
observó con una mezcla de anhelo, miedo y profundo cabreo.
—Te libras porque es propiedad del instituto y no puedo dañar el
material escolar —masculló a la vez que lo apuntaba con el índice—, que
si no… Te graparía las pelotas a la mesa.
—Menudo lenguaje, gatita —chasqueó la lengua—. Una profesora
debe de dar ejemplo.
—Vete a la mierda, cabrón.
No pudo evitarlo. Se echó a reír con estruendosas carcajadas, que tuvo
que sofocar en el momento en que ella perdió los estribos y procedió a
abalanzarse en pos de la grapadora.
—¡Quieta!
____ frenó de golpe, su lado sumiso tomando el control de la
situación, y se quedó muy quieta en el sitio, dedicándole miradas asesinas
al tiempo que respiraba aceleradamente y cerraba las manos en apretados
puños a los costados.
Aquello iba a ser peor de lo que había supuesto, pensó a la vez que se
pasaba la mano por el pelo con un suspiro cansado, todo su buen humor
evaporado en el aire.
Había supuesto que se enfadaría, sí, pero no que montaría en cólera de
semejante manera. Así que otra vez había subestimado el explosivo
temperamento de su gatita. ¡Genial!
Uno.
—No —sus labios temblaron al protestar—. No puedes hacerme esto.
Uno —repitió con severidad.
Se rindió con un quejido y procedió a sentarse en los talones, con las
piernas separadas, a la vez que colocaba las palmas hacia arriba sobre
ellas.
Con el movimiento, la falda se deslizó más allá de la parte superior de
las rodillas, mostrándole una buena porción de los suculentos muslos. Echó
una mirada apreciativa desde su privilegiada altura a través del escote de la
blusa azul claro y se deleitó en la visión de los llenos pechos
estremeciéndose con cada respiración.
—No es justo —sollozó ella con la mirada en el suelo.
—¿Por qué, gatita? —murmuró mientras cerraba al fin la corta
distancia que los separaba y le acariciaba la despejada nuca con ternura.
—Has… Jugaste conmigo desde el principio. —Se estremecía de
rabia bajo su contacto, pero no se apartó ni amagó con hacerlo en ningún
momento—. Te has burlado de mí de un modo cruel y ¿para qué? ¿Para
demostrarte que podías dominarme? ¿Para satisfacer tu desmedido ego de
Dom? —hablaba entre hipidos enfurruñados, sin dirigirle la mirada—.
Pues bien, espero que estés orgulloso, Señor —la manera en que lo dijo fue
como una puñalada—. Me humillaste y me sometiste. Buen trabajo,
Tom.
Con un gruñido, se agachó frente a ella y la tomó por los brazos
mientras la obligaba a enderezar la espalda y clavar los ojos en los suyos.
Mierda, estaba llorando. Realmente había confundido sus intenciones.
Y todo había sido por su culpa, por ser tan estúpido y tan engreído al
pensar que aquel plan no podía salir mal. O al menos, no tanto como
parecía ahora.
La atrajo contra su torso y le permitió que manifestara su enfado
revolviéndose entre sus brazos y golpeándolo con los puños al tiempo que
lo insultaba y daba rienda suelta a las lágrimas.
—Me mataría antes de hacerte daño, ¿es que no te das cuenta? —
musitó cuando se hubo calmado, ciñéndola más fuerte—. No has entendido
por qué tuve que hacerlo así, ¿verdad?
—¡Suéltame!
—No hasta que me escuches, ____. No hasta que entiendas que este
era el único modo que me dejaste para demostrarte lo que soy, para volver
a enamorarte. —La agarró por la nuca e hizo que afrontara su atormentada
mirada dorada junto con la verdad—. ¿Qué habría sucedido si el primer día
te hubiera dejado saber quién era?
La respuesta a aquella pregunta penetró a través de la densa niebla de su
enfado.
¿Que qué habría sucedido? Pues que probablemente se habría alejado
de él. Otra vez. Quita el probablemente. Lo habría hecho. Punto.
Ella seguía siendo demasiado mayor para un hombre tan joven como
Tom. Tenía treinta y siete años, unas experiencias amorosas terribles que
la lastraban y, como guinda, sus años fértiles empezaban a declinar
lentamente, aproximándose a su fin. Y él era… Joven, brillante, vibrante,
insaciable. Y se merecía una mujer que estuviera a la altura, una bonita y
joven que pudiera darle montañas de cachorros. Y esa mujer no era ella,
una cuarentona en ciernes.
¿Y qué pensarían los demás si se embarcara con él en una relación
abierta? ¡Oh, Dios mío! Sus padres se morirían de la impresión si llegara a
casa con un lobo siete años más joven que ella.
—Está bien. Ya que tú no te atreves a admitirlo en voz alta, tendré que
hacerlo por ti. —Se acercó tanto a su cara que se rozaron con la punta de la
nariz—. Habrías salido corriendo otra vez, gatita. Despavorida por culpa de
toda esa mierda de oh-es-más-joven y el blablablá de la gente.
—No es mierda, es la realidad —le contestó indignada—. ¿Qué tienes,
treinta? Yo estoy a un paso de los cuarenta, Tom. Demasiado mayor para ti.
Le enmarcó el rostro con las manos y la miró de un modo tan intenso
que empezó a derretirse como el hielo en primavera. Ay, Dios… ¿Por qué
se sentía tan desnuda bajo el escrutinio de esos increíbles ojos salvajes?
Ojos que penetraban en ella hasta el centro mismo de su ser y amenazaban
con convertirla en un charco balbuceante de un momento para otro.
—Eres perfecta para mí, gatita. Siempre lo fuiste y siempre lo serás.
Desde el primer momento en que mis ojos se posaron en ti hace doce años.
—La besó en la sien con aquellos labios calientes que rozaban su piel
como si fueran alas de mariposa—. Mi compañera, mi amor. Sólo tú,
_____. Siempre.
—Por favor… —rogó.
Las palabras laceraban demasiado, los besos quemaban demasiado.
Bajó los parpados y pensó que, de seguir así, no podría soportarlo más. Era
una tortura peor que cualquier otro castigo físico que pudieran infligirle.
—¿Qué ha cambiado, dime? ¿Qué hay de distinto en mí del hombre
sin rostro al cual te rendiste y del que te enamoraste?
Abrió los ojos como platos y emitió un sonido estrangulado. ¡Lo
sabía! Ese condenado lobo se había dado cuenta de lo que sentía por él.
—Siete años no son nada, _____. Ni diez, ni veinte. No cuando tú me
amas y yo te amo. —Le rozó la nariz con la suya, como si fueran
esquimales. Era tan insoportablemente tierno que hacía sangrar su corazón
—. ¿Puedes imaginarte lo que ha supuesto para mí conocerte y no poder
estar a tu lado, saber que había encontrado a mi compañera pero que esta
me rechazaba? Lo he sufrido durante más de una década, gatita, y era como
estar muerto en vida. De hecho, intenté terminar con todo cuando supe que
estabas comprometida —había amargura en su voz—. Busqué un modo
enrevesado de poner fin a mis días mientras hacía algo de provecho por los
demás, como prestar un servicio a mi país.
Hizo un rápido cálculo mental. ¡Oh, Dios!, eso había sido cuatro años
atrás. ¿Tanto tiempo?
—Oh, Tom…
No podía imaginarse lo que tuvo que haber pasado por su cabeza para
tomar una decisión tan loca y suicida. ¡Por ella!
Todo era demasiado demencial como para seguir escuchando una
palabra más. Las emociones la oprimían hasta casi robarle la capacidad de
pensar, de continuar respirando. ¡Necesitaba salir de allí!
—Estás pensando demasiado, gatita.
—Para de hacer eso, para de leerme como si estuvieras en mi cabeza.
—Hagamos un pacto, ____. —Se despegó un poco de ella para dejarle
algo de espacio—. Te dejaré marchar si eso es lo que quieres, pero primero
tienes que escucharme.
—Yo tengo uno mejor; me dejarás ir sin hacerlo.
—No —fue tajante—. Puede que no quieras obedecer al lobo o al
hombre, pero le harás caso a tu Señor. —La soltó y se levantó a la vez que
ponía las manos en las caderas—. Lo harás.
—Sí, S-Señor.
Y lo hizo. Le escuchó relatar esa parte de su pasado que no le había
contado a lo largo de sus citas. Se enteró de cómo había terminado en
Afganistán, de las cosas que había visto y vivido, de los hombres que
conoció y luego vio morir sin poder hacer nada por ellos. De la impotencia,
del miedo, del dolor del cuerpo y del alma. Le refirió las noches
interminables, fusil en mano, en las que ella fue lo único que le impidió
dejarse arrastrar a ese pozo oscuro en el que había visto caer a muchos. Su
luz en la oscuridad. Tan brillante y hermosa como la estrella del norte, e
igual de lejana. Y luego le contó acerca de la última emboscada, de las
explosiones y el zumbido de las balas, del sonido del impacto de la
metralla en la carne de su compañero, de las heridas en su propio cuerpo…
Y que, cuando creyó que finalmente iba a morir desangrado, se asió a su
nombre como si fuera una oración.
—Dios mío, Tom…
Realmente la quería como nadie jamás lo había hecho y, aunque
pareciera imposible, detrás del relato de esos horrores podía palpar su
inmenso amor por ella. Una pasión desmedida que podía haber sido su fin,
pero que resultó ser el ancla que lo había traído de nuevo a Woodtoken.
Vivo. Entero. Suyo.
—En el momento en que creí que la diferencia de edad no era tan
patente, intenté encontrarte. De hecho, hablé con Jeremiah, pero cuando me
dijo que te habías prometido… Toqué fondo, ____. Pensé que la vida
carecía de sentido sin ti, que nada importaba ya. —Quiso preguntarle por
qué no fue en su busca de todos modos, pero sabía la respuesta. Era
demasiado noble—. Un lobo solitario forzado a vagar a lo largo de los años
sin su compañera es la peor de las condenas, así que quise acabar con el
dolor de una vez por todas. Pero me equivoqué. Afganistán y lo que viví
allí me hicieron ver el error tan grande que había cometido al rendirme, así
que luché por salir de aquel inmundo lugar y me juré que te buscaría y te
haría mía. Prometida o no. Mía para siempre. Mía para amar, cuidar y, sí,
también someter. Porque es lo que soy, gatita, pero también lo que tú
quieres y necesitas.
Las lágrimas habían vuelto a aflorar y caían por sus mejillas mientras
se abrazaba a sí misma, temblorosa, e intentaba similar todo aquello.
—Yo… no puedo, Tom. Ni siquiera estoy segura de que merezca
que me ames así.
—No digas eso.
Hizo el ademán de acariciarla, pero rehuyó su toque. No podía. Si él la
tocaba… se derrumbaría por completo.
—Déjame ir, por favor.
Se levantó del suelo penosamente y se secó el llanto, incapaz de
afrontar la situación. Era… demasiado. Los sentimientos bullían en su
interior, imparables, y nada estaba donde debía estar y… Ni siquiera era
capaz de calmarse para pensar con claridad o de poner nombre al infierno
que se había desatado en su cabeza y en su corazón.
Lo escuchó gruñir mientras le extendía los zapatos y el bolso, pero en
sus ojos no vio enfado sino un desgarrador velo de tristeza y pérdida.
Como si ella le hubiera acabado de arrancar el alma de cuajo.
—Vete.
Aquellas solitarias cuatro letras sonaron a despedida, una más amarga
que el sabor de la cicuta.
—Yo…
—Vete, _____.
Se calzó y se colgó el bolso del hombro. Sentía que debía decir algo,
pero no encontraba las palabras adecuadas, así que se puso de puntillas al
pasar al lado de Tom y lo besó por última vez. Un suave y casi etéreo
contacto de sus labios contra la mejilla antes de abandonar el aula
silenciosamente.

Morir no podía doler tanto como aquello, pensó mientras escuchaba como
los pasos apurados de ____ se desvanecían.
Le había quedado claro que los miedos de su gatita eran más
poderosos que el amor que sentían el uno por el otro. Tanto que acababan
de destruir de un certero golpe su castillo en las nubes, su última
oportunidad de estar completo de una vez por todas.
No insistiría más. Era absurdo. Dos veces lo había intentado, dos
veces se había estrellado contra el mismo muro y en ambas había resultado
profundamente herido. Y daba igual que se lamiera las heridas, porque
estás jamás cerraban. No lo habían hecho antes, no lo harían ahora.
Permanecerían abiertas y expuestas, supurando a través de ellas un dolor
demasiado insoportable como para poder ignorarlo.
Recogió con paciencia todo lo que ella le había lanzado y lo colocó
encima de la mesa. Entonces, introdujo las manos en los bolsillos del
pantalón y se clavó las garras a través del tejido, mientras gritaba para sus
adentros y sentía como su otra mitad se retorcía de manera salvaje,
aullando con desesperación.
Estaba maldito. Tenía que ser eso. Alguien debía de haberlo
condenado a ser cruelmente torturado, porque eso era el encontrar a tu
compañera de vida y que ella no te permitiera reclamarla de manera
definitiva. Una jodida tortura.
Se tragó la rabia y tembló a la vez que abría las manos y cerraba los
dedos entorno al teléfono móvil que había metido en el bolsillo derecho,
estrujándolo de tal manera que tuvo que parar cuando escuchó el primer
crujido de la carcasa. Entonces, en un intento por calmarse, inspiró y espiró
varias veces antes de sacarlo y hacer una llamada.
—Todo ha salido mal —gruñó pasándose la mano por la cara—. No,
peor que mal. —Resopló al escuchar lo que le decía su interlocutor—. Sí,
lo sé, es sólo que… Da igual. Cuida bien de ____, ¿vale? Ahora debe de
sentirse vulnerable y… Por favor, Jeremiah, hazlo por mí ya que ella no
piensa dejarme hacerlo. Adiós.
Colgó y sus hombros se derrumbaron como si acabaran de depositar el
peso del mundo sobre ellos.
El amor dolía demasiado.

Cuando Jeremiah entró en el dormitorio, se encontró con el cuadro de la
tragedia al completo.
____ yacía bocabajo, descompuesta en llanto, y con la cabeza en el
regazo de su esposa mientras esta intentaba serenarla entre caricias y
susurros.
—Me alegro de que hayas llegado —le dijo ella con una sonrisa triste
en el preciso instante en que reparó en su presencia, apoyado contra el
marco de la puerta—. Está inconsolable y apenas logro sacarle gran cosa
en claro.
Sacudió la cabeza, pesaroso, y se acercó a la cama para frotarle la
espalda a ____ y ofrecerle un poco de consuelo a la vez que estiraba el
cuello para besar a Maggie.
—Salió mal —musitó mirando a su esposa a los ojos—. Tom me
llamó y…
—¡El hijo de los Reed! —exclamó sorprendida—. No me digas que él
era el misterioso pretendiente. Vaya, vaya… Por lo visto nuestra nenita
pescó la atención de un buen lobo. Según me contaron, está muchísimo
más guapo que cuando se fue a la universidad y, al parecer, podrido de
dinero gracias a unas inversiones que hizo después de que le dieran un
millón de dólares por algo acerca de una hipótesis de un tal Reman o
Roman…
—Riemann.
____ se irguió y se sentó en el colchón con expresión indignada. Sus
mejillas estaban arrasadas por las lágrimas y los ojos, rojos e hinchados,
eran apenas dos puñaladas en un cartón.
—Estoy aquí —hipó—, por si no os habíais dado cuenta, así que dejar
de hablar como si no estuviera presente.
—Lo siento, nenita.
Se sentó en la mecedora que estaba al lado de la cama y le extendió
los brazos para que se sentara en su regazo. Entonces, cuando la tuvo
rodeada con sus brazos, empezó a mecerse mientras le lanzaba a Maggie
una mirada de circunstancias por encima de la despeinada melena color
chocolate de ____.
—Parte de culpa ha sido mía —confesó—. Él me pidió permiso para
cortejarte, tal y como es costumbre entre los nuestros, pero me hizo
prometer que no contaría nada hasta que él me dijera lo contrario.
Le deslizó la mano por el largo cabello una y otra vez, de manera
hipnótica, hasta que ella suspiró contra su hombro, ya más calmada, a la
vez que intentaba controlar sus hipidos y sollozos. Entonces, sorbió por la
nariz tan ruidosamente que les arrancó a él y Maggie una ligera sonrisa.
—Ay, mi nenita —musitó su esposa—. El amor a veces duele.
—Nana, es que ni te imaginas lo que ha pasado.
—Cuéntanoslo —le pidió él—. Tal vez haya una solución.
Escucharon una versión resumida de toda aquella rocambolesca
historia de amor, que resultó remontarse en el tiempo hasta la época en que
Tom era un post-trans y ella hacía una sustitución temporal en el
instituto. Podía ver todas las emociones y pensamientos de su esposa
atravesando su amado rostro mientras oía de labios de su nieta el más
alocado guión de película romántica que jamás hubiera existido. Y, a pesar
de que él sabía que habían ocurrido ciertas cosas que ____ no estaba
confesando, básicamente porque su olfato era infalible y había olisqueado
en ella rastros de aroma a sexo y lobo emparejado, optó por guardarse esa
información y escuchar el final del relato.
—Pues no veo cual es el problema —espetó Maggie—. Lo amas, te
ama. Sí, no fue un buen método de cortejo eso de ocultarte su identidad,
pero, nenita, eres su compañera. Está destinado a ser.
—¿Te parece poco problema su «método» de cortejo, seducción o lo
que sea que hizo conmigo? Porque me engañó, Nana. Me hizo caer en sus
redes de nuevo como una tonta —siseó con patente enfado—. Aparte de
que es como mil años más joven que yo y que…
—La edad no importa —soltaron su esposa y él a la vez, tras lo cual
se echaron a reír por estar tan perfectamente sincronizados.
—En serio, nenita —musitó a continuación mientras le levantaba el
mentón con un dedo—. La gente puede cuchichear y decir lo que quiera,
pero al final del día lo que importa es lo que tú sientes, lo que tú piensas.
Eso y regresar a casa para estar con la persona que es el universo para ti.
Le dedicó una tierna mirada a su amorcito, que sonrió con un delicado
rubor tiñéndole las mejillas.
—Jeremiah tiene razón. Los prejuicios de la sociedad son absurdos —
aseguró Maggie tajante—. Eres siete años mayor, ¿y qué? Mejor para ti. Te
llevas en el mismo lote un hombre que te ama con locura y un lobo joven,
fogoso y muy resistente. —Guiñó el ojo al decir esto último—. Créeme, lo
sé por experiencia.
—¡Abuela! Voy a pensar que tienes un problema con el sexo.
Los tres se echaron a reír y él le limpió a ____ los restos de lágrimas.
Entonces, cayó en la cuenta de que era probable que no hubiera tenido
conocimiento de un pequeño detalle acerca de Maggie y él. Uno que tal vez
era lo que necesitaba para ver de una vez y por todas que tamañas
menudencias importaban muy poco frente al amor.
—Recuerdas todos los problemas que hubo cuando tu abuela contó
que era un lobo, ¿verdad? —Ella asintió—. Pero lo que creo que no sabes
es que tuvimos que mantener en secreto algo que pensamos que… Bueno,
digamos que sobrepasaría con mucho los límites de vuestra familia, si es
que lo primero no lo había hecho sobradamente, claro.
Rió y su esposa se unió a su hilaridad mientras intercambiaban
miradas cómplices.
—Yo no se lo dije —le aseguró ella—, pero creo que es justo
contárselo ahora.
—Haz los honores, amorcito.
—Con mucho gusto. —Le lanzó un beso, descarada—. La cuestión es,
nenita, que nos llevamos diez años.
—¡Imposible!
La mirada de estupor que les dedicó ____ fue impagable, pero lo
mejor fue cuando lo miró de arriba abajo como queriendo cerciorarse de
que lo que acaban de confesarle pudiera ser cierto.
—¡No puedes tener más de ochenta! ¡No los aparentas!
Casi se atragantó con su propia saliva al escucharle decir eso.
—¡Por el amor de Dios, no! —exclamó entre risas su esposa—. ¡Es
diez años más joven que yo!
—Ahora lo entiendo todo —masculló al tiempo que deslizaba la
mirada del uno a otro—. El gen de asaltacunas debe de ser hereditario.
—¡_____!
Ahora la que era presa de la estupefacción era Maggie. Ay, Señor…
La situación estaba resultando tragicómica.
—Bromeaba, Nana —le aseguró con una sonrisa ladina—. Pero
entiendo que en su momento no quisieras añadir más leña al fuego con
semejante «detallito». Habríamos tenido que celebrar varios funerales. Y
no me refiero a los vuestros —rió para sí—. ¡Ja! La familia con mayor
índice de infartos del país. Eso sería gracioso.
Por lo visto había heredado de su abuela algo más que los genes de
«asaltacunas», habida demostración de su oscuro sentido del humor.
Ah, Tom jamás podría aburrirse con ____ a su lado, pensó mientras
observaba a ese par de magnificas mujeres. Porque algo le decía que no
todo estaba tan perdido como parecía para ese par. Y a él le encantaban los

finales felices. Sería que se estaba volviendo un sentimental con la edad.


HOLA!!! BUENO AQUI ESTA EL PENULTIMO CAPS ... YA SABEN QUE SI MAÑANA VEO QUE ESTAN KOMPLETOS LOS COMENTARIOS, AGREGO EL FINAL ... SINO ... NO ... ASI QUE YA SABEN, 4 O MAS Y AGREGO SINO NO ... ADIOS Y QUE DISFRUTEN DEL CAPS!! :))