ULTIMO CAPITULO!!!
CAPITULO
11.-
El quedo toc-toc hizo que Jeremiah desenterrara la nariz
de los papeles.
—Adelante.
La puerta de su despacho se entreabrió y ____ asomó la
cabeza con
una dulce sonrisa. Parecía estar a mil años luz de su
aspecto de la noche
anterior, toda llorosa y con los ojos rojos e hinchados.
De hecho, se la veía
incluso mejor que a la hora del desayuno.
—Buenos días, ¿o debería decir «buenas tardes»?
Le indicó que entrara con un leve movimiento de dedos al
tiempo que
le echaba una ojeada al reloj que colgaba de la pared
para ver qué hora era.
—Pasan dieciséis minutos de las doce, por lo que sí;
buenas tardes,
nenita.
____ se inclinó para depositar un cálido beso en su
mejilla y después
se sentó en el borde de la mesa.
Tenía una expresión en el rostro que le recordaba
muchísimo a
Maggie cuando tramaba alguna de las suyas. Entonces, la
sonrisa se
ensanchó más, confirmando sus sospechas acerca de que
aquella cabecita
inquieta le estaba dando vueltas a algo.
Se recostó contra el respaldo de la enorme silla de
oficina, apoyó los
codos en los brazos de esta y entrelazó los dedos
mientras alzaba las cejas
con aire curioso.
—¿Qué ronda tu mente, nenita?
—¿Tan transparente soy? —murmuró algo decepcionada.
—No, tan sólo un clon de tu abuela en ciertos aspectos.
—La sonrisa
le tironeó las comisuras de la boca—. Venga, escúpelo de
una vez. Me
tienes intrigado.
—Umm… —Jugueteó con el bolígrafo que acababa de coger de
la
mesa—. ¿Qué tal se te da abrir cerraduras?
—Con llaves, de maravilla.
Ella frunció los labios y emitió un sonoro bufido. Ah,
pequeña
delincuente, pensó divertido. ¿Para qué necesitaría
forzar una cerradura?
—Muy gracioso. Ya sabes a lo que me refiero.
—Bastante bien. —Desenlazó los dedos y se inclinó hacia
ella,
mirándola con suspicacia—. Podría enseñarte mis trucos en
un par de
horas, de hecho, pero primero necesito saber qué locura
has tramado.
La vio balancear las piernas en silencio, con aire
inocente, pero el
brillo artero que podía ver en sus ojos decía todo lo
contrario.
—En realidad es una tontería.
—____…
—Oh, vale, está bien. Nada que me vaya a acarrear una
denuncia
posterior, créeme. Únicamente quiero sorprender a cierto
lobo. Tú ya
sabes…
«Pobre Tom».
—Ilumíname.
Dos días después…
«¡Sí, sí, sí!».
La puerta del viejo búnker cedió con un pesado clic y ____
experimentó unas ganas terribles de ejecutar un baile de
la victoria en
mitad del bosque.
¡Ja! Había resultado pan comido. Bueno, tal vez
calificarlo como «pan
comido» fuera un pelín exagerado. Quizá le había costado
unos seis
minutos y varias horquillas dobladas el conseguirlo, pero
el esfuerzo había
valido la pena. Vaya que sí.
Recogió del suelo las horquillas que habían quedado
inutilizables,
para no dejar ningún tipo de prueba incriminatoria, y las
introdujo en el
bolsillo del vaquero antes de penetrar en el interior y
buscar el interruptor.
—«Y entonces se hizo la luz» —murmuró para sí.
Cerró la puerta tras de sí y bajó las escaleras hasta
llegar a la entrada
de la mazmorra. Entonces, empujó la puerta y la observó
con detenimiento
durante un rato mientras pensaba que ya no le parecía tan
intimidatoria
como las veces anteriores. Más bien se le antojaba
desangeladamente vacía
sin Tom para llenarla con su imponente presencia.
Vagó por ella con aire distraído, recordando todo lo que
habían hecho
entre esas viejas paredes, las charlas que habían
mantenido acurrucados el
uno contra el otro en el largo sofá, los gritos y risas y
gemidos… El lugar
estaba cargado de muchas vivencias, todas ellas intensas
e increíbles.
Tras dar un último vistazo, se dirigió hacia las cortinas
y prendió
entre el respaldo del sofá y la pared la que ocultaba
tras de sí el dormitorio.
Entonces, enderezó la mochila que cargaba al hombro y
puso la mano en el
picaporte para abrir la puerta.
—Bueno, aquí estamos —se dijo mientras la abría y entraba
en la
oscura habitación—. Encendamos la luz y ¡que comience el
show!
Cuando la lámpara parpadeó sobre su cabeza, iluminando el
lugar, se
encontró con que encima de la colcha había una enorme
caja negra atada
con una brillante cinta roja que formaba un perfecto lazo
en la parte de
arriba.
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? —musitó al tiempo que
dejaba la
mochila apoyada contra la pared y se acercaba a los pies
de la cama.
Entre el lazo y la tapa vio una notita en la que ponía,
con unos trazos
que le eran muy familiares, «Para Caperucita».
—Supongo que esa soy yo.
Desató el lazo con frenesí, como si estuviera abriendo un
regalo la
mañana de Navidad, y apartó la cinta a un lado al tiempo
que destapaba la
caja y empezaba a desembarazarse del papel seda que
protegía el
contenido.
—¡Jesús!
Puede que, después de todo, no necesitara el contenido de
la mochila.
Tom se extrañó cuando recibió aquella tarde la escueta y
enigmática
llamada de Jeremiah para que se pasara lo antes posible
por su despacho.
Acababa de preparar un macuto, con lo estrictamente
necesario para
huir de Woodtoken durante varios días, y se disponía a
meterlo en el
maletero justo en el instante en que su móvil sonó.
Su extrañeza alcanzó un nuevo nivel cuando entró en el
despacho de
Jeremiah y este se le extendió un sobre blanco a su
nombre, al tiempo que
le aseguraba que él únicamente era el mensajero.
Entonces, le dio unas
palmaditas amistosas en la espalda y lo echó de allí con
un enigmático
«nos vemos luego» que lo descolocó por completo.
La puerta se cerró a su espalda y él permaneció parado en
mitad de la
oficina, sobre en mano, durante unos segundos. Que lo
condenaran si
entendía de iba aquello.
Miró de nuevo el sobre, pero prefirió no abrirlo allí.
Tampoco lo hizo
cuando puso el primer pie en la calle principal, o cuando
se sentó en el
interior de su Subaru Tribeca. Al contrario, lo depositó
en el asiento del
acompañante y arrancó el vehículo con la intención de
salir de Woodtoken
y perderse en algún lugar que no le recordara a ____.
Pero el problema,
como había comprobado los últimos dos días, era que no
había manera
humana de encontrar un rincón dentro o fuera de allí que
no se la trajera a
la mente, aunque no guardara relación alguna con ella.
Daba igual qué
hiciera, a dónde fuera o quién hablara. Su recuerdo lo
perseguía como un
fantasma, al igual que lo había hecho a lo largo de los
pasados doce años.
Apenas acababa de tomar la carretera de salida cuando no
pudo
resistirlo ni un segundo más. De un volantazo, sacó el
Subaru del asfalto,
lo estacionó en el arcén y lo apagó antes de agarrar el
sobre y pasárselo de
una mano a la otra, como si quemara, mientras sopesaba
que tan buena idea
sería abrirlo.
Bah, qué más daba, fue lo último que pensó antes de
rasgar el lateral y
dejar caer el contenido en su palma. Contenido que
resultó ser un papel
sepia, doblado en tres, que procedió a desplegar con
impaciencia.
«Misma hora, mismo lugar.
_____».
Parpadeó y tuvo que volver a releer el escueto mensaje
para
cerciorarse de que sus ojos no le estaban jugando una
mala pasada, que
aquella simple pero esperanzadora frase no era fruto de
su imaginación,
sino real.
—¿Qué hora es? —se preguntó al tiempo que echaba un
vistazo al
reloj del vehículo—. ¡Oh, joder! ¡Llego tarde!
Encendió el motor tras tirar tanto el sobre como el papel
sobre el
asiento vacío y se incorporó a la carretera. Entonces,
ejecutó un giro en
«U», sin importarle una mierda que fuera una maniobra
prohibida en ese
tramo, y puso rumbo hacia el búnker como si acabaran de
incorporar un
cohete del Endeavour al motor.
Llegó en tiempo record al final del sendero. Más allá era
impracticable para el coche, hasta que abriera un camino
como era debido
hasta su propiedad, por lo que se apeó y corrió el último
tramo que lo
llevaría hacia la entrada con el corazón en un puño a la
vez que pensaba
que a lo mejor se había cansado de esperar. ¿Y si lo
había citado para
quedar como «amigos»? No, imposible. Eso sería como
asestarle la
puñalada final, sobre todo al hacerlo allí, donde tantas
y tan buenas tardes
habían compartido. Donde tanto habían gozado el uno del
otro. No, ____
no le haría eso. Sería cruel y mezquino y ella no era
así.
Paró delante de la puerta del búnker con la respiración
acelerada no
por el esfuerzo, sino por la ansiedad, y observó los
alrededores con
detenimiento.
Nada. No había señal de ella, y el trazo de su aroma no
parecía
demasiado reciente. Olfateó de nuevo. Sí, estaba en lo
cierto, era de una
hora, más o menos.
Decidido a no perder la esperanza tan rápido, ya que
podría volver en
cualquier momento, sacó las llaves del bolsillo del
pantalón negro y abrió
la puerta.
Era preferible esperarla dentro a quedarse allí y dar
vueltas y más
vueltas sobre sus pies como un lobo desquiciado.
—Oh, por todos los… Ya llegó —musitó ____ para sí al
escuchar que
alguien abría la puerta exterior—. Bien, ahora ante todo
estate tranquila.
Respira hondo y… Bueno, sé sexy como el infierno.
Se sentó bien encima de la cama y acicaló su aspecto
mientras en el
estómago le revoloteaban miles de mariposas impacientes.
Luego, un poco
más calmada, suspiró y meneó la cabeza con una sonrisa en
los labios.
¡Ay, lo que tenía que hacer por el hombre lobo de su
vida!
—Espera, ¿dejé la luz encendida el otro día?
Vaya, debía de estar mal de verdad para haberse olvidado
ya que, por
norma general, no solía ser despistado sino más bien lo
contrario; un
meticuloso sin remedio.
Entornó la pesada puerta hasta dejar tan sólo una
estrecha rendija y
bajó por las escaleras mientras pensaba que estaba
soñando con el olor de
_____, porque lo percibía suspendido en el aire, como si
ella hubiera estado
allí ese mismo día. Lo que era imposible.
Nada más descender el último escalón, frenó en seco y se
rascó la
barbilla, contrariado al ver la puerta de la mazmorra
entreabierta.
Vale, aquello empezaba a ser muy, muy preocupante. Una
cosa es que
se olvidara de una cosa, pero de dos… Le resultaba
difícil de creer. Pero
tenía que haber sido él, ¿no? Era eso o que había
espíritus traviesos
retozando en su propiedad y… Un segundo, ¿qué era ese
olor? ¿Cera
ardiendo?
Entró en tromba y vio la puerta del dormitorio expuesta a
la vista y
ligeramente entornada. A través de la rendija podía
percibir el titilar de las
velas, el claro aroma a cera derritiéndose, a mujer
dispuesta… Espera,
¿mujer dispuesta?
—No puede ser.
Cubrió la distancia en un puñado de zancadas y empujó la
puerta,
haciéndola chocar contra la pared, para encontrarse con
una estampa que lo
dejó sin palabras.
—Hola, lobo feroz —ronroneó _____—. Empezaba a pensar que
no
llegarías nunca.
¡Menuda visión! Por lo visto había abierto la caja que
reservaba para
cumplir con ella «la» fantasía. ¡Y qué condenadamente
sexy estaba! Tanto
que su polla pegó un brinco dentro de su confinamiento y
se puso durísima
en lo que se tardaba en parpadear una vez.
—Joder, gatita —gruñó mientras se apoyaba en el marco—.
Estás
para comerte.
—¿Es una amenaza o una promesa…?
Era una provocadora nata. La vio aletear las oscuras y
largas pestañas
con coquetería y colocar las manos sobre el colchón,
pasando de estar
sentada sobre los talones a ponerse a cuatro patas,
mostrándole una
magnifica visión de sus henchidos pechos.
—¿…, mi Señor?
Aquel minimalista dos piezas transparente en color rojo
le quedaba de
puro vicio, y las medias de liga de rejilla a juego
hacían que sus piernas se
vieran matadoras. ¿Y qué decir de la capa roja de seda
que caía sobre sus
curvas y lamía toda aquella cremosa piel del mismo modo
que él deseaba
hacerlo con su lengua?
—_____, tú quieres matarme.
La devoró con los ojos mientras notaba como su polla
crecía y se
engrosaba más y más, deseosa de hundirse en la humedad de
aquel
suculento coño.
Ella engarzó la mirada en la suya y se mordió de manera
lasciva los
gruesos labios pintados de rojo, antes de agarrar una de
las trenzas que le
caían por delante y empezar a acariciarse el escote y el
pezón con la punta
de la misma.
—Oh —gimió con voz ronca y sensual—, qué ojos tan grandes
tienes.
Iba a regalarle su sueño húmedo lobuno más recurrente;
follarse a
Caperucita. Su Caperucita. Ella.
—Son para deleitarme mejor con la visión de tu cuerpo
desnudo —
respondió al tiempo que se desabrochaba la camisa.
Ella se acercó un poco más al borde de la cama. La
capucha roja sobre
su cabeza brillaba eróticamente gracias a la luz de las
velas, al igual que
toda aquella extensión de suave piel.
—Pero, ¡qué boca tan grande tienes!
Arrojó la camisa al suelo y empezó a sacarse el calzado,
pisando el
talón de un pie con la punta del otro; y a la inversa.
—Es para comértelo todo mejor. Absolutamente todo.
Ella tembló de excitación a la vez que lo recorría con la
mirada,
incendiándole cada centímetro de cuerpo que rozaba con su
intensa mirada.
—¡Oh! —exclamó con un bonito mohín—. Pero qué manos tan
grandes tienes.
—Son para azotarte mejor.
Un delicioso rubor cubrió las mejillas de ____, que jadeó
de una
manera muy caliente. Entonces, dejó que sus manos
empezaran a
desabrochar lentamente el cinturón, atrayendo la
hambrienta mirada de su
gatita hacia allí.
—Mmmm…
Ella alcanzó el borde de la cama, se levantó y caminó
hacia él.
—Mi Señor… —jadeó elevándose sobre la punta de los pies
para
rozarle la mandíbula con los labios mientras le ahuecaba
la erección con la
palma—. Qué polla tan, tan grande tienes.
El tirón que sintió en la entrepierna lo hizo gruñir como
la bestia que
era.
—Ay, Caperucita —contestó mientras soltaba el cinturón y
le
enmarcaba el rostro con ambas manos antes de murmurar con
voz ronca
sobre su boca—: Es para follarte sin piedad.
Estaba tan excitada que sentía como la humedad de su sexo
empapaba el
pequeñísimo tanga y resbalaba por los muslos.
Si Tom no hacía algo pronto, se iba a morir a causa del
calentón.
Necesitaba que la besara, que le hiciera el amor de los
pies a la cabeza.
Quería ser suya, para siempre.
—Te quiero… Amo.
Él parpadeó de una manera muy cómica, haciéndola reír. Al
parecer
ese «Amo» le había tomado tan de sorpresa que la
confusión asomó a
través de sus ojos durante una milésima de segundo, antes
de dar paso a un
brillo intenso y abrasador.
—Mi amor… Repítelo de nuevo.
—Te quiero, Amo mío.
—Gatita, me haces tan feliz…
Le apresó la boca en un candente beso a la vez que la
aupaba contra su
todavía cubierta dureza. La juguetona lengua de Tom
retozaba con la
suya, succionándola y sumiéndola en una candente espiral
de resbaladizo
placer al tiempo que se acariciaban el uno al otro con
carnales roces que
los incendiaron hasta hacerlos jadear.
—Por lo que más quieras —le suplicó cuando él rompió el
beso y
deslizó la boca por el cuello y más abajo, llegando a los
pechos—.
Desnúdate.
Él se enderezó, no sin antes propinarle un mordisco en un
inhiesto
pezón.
—¿Imperativos, gatita? ¿Tengo aspecto de sumiso?
—No, lo siento.
—Bien —dijo muy serio antes de que una sonrisa perezosa
comenzara
a adueñarse de su rostro—. Te amo, ____, y juro que voy a
hacerte tan
feliz que a veces tendrás que pellizcarte para comprobar
que es real. —Le
dio un dulce lametón en el cuello—. Te construiré la casa
que siempre has
soñado en estos terrenos —la mordisqueó y volvió a lamer—
y nos
mantendremos tan placenteramente ocupados fabricando
cachorros que no
tendrás tiempo de aburrirte durante los próximos años.
—Veo que has pensado en todo.
Continuó torturándola con mordiscos amorosos y dulces
pasadas de
lengua, hasta que ya no pudo resistirlo un segundo más.
Entonces, harta de
esperar, procedió a desabrocharle el pantalón y abrirle
la cremallera antes
de tirar hacia abajo de la prenda para que cayera al
suelo junto con el
calzoncillo.
—Pequeña sumisa impaciente —gruñó él al tiempo que la
empujaba
encima de la cama—. ¿Tendré que atarte? —La capucha se
deslizó y su
cabeza quedó totalmente expuesta—. ¿Sabes? Me muero por
marcarte en
un lugar que puedan ver todos. Porque quiero que el mundo
entero sepa que
eres mía. Sólo mía.
Le dio una patada a los pantalones y, bajo su atenta
mirada, caminó
hacia la mesita de noche, abrió el cajón de arriba y
extrajo algo que parecía
un paquetito alargado y estrecho.
—Encargué esto especialmente para ti a los cuatro días de
que
empezaran nuestros encuentros —le contó a la vez que se
sentaba a
horcajadas encima de ella, obsequiándola con una soberbia
visión de su
pujante erección—. Yo… espero que te guste.
Tom abrió el estuche y tomó en la mano su contenido,
mostrándole
un hermoso collar de sumisa confeccionado con diamantes
que logró
dejarla sin respiración. Era como de un centímetro y
medio de ancho y las
piedras preciosas refulgían a la luz de las velas como si
fueran estrellas.
—Estrellas para mi estrella, luz para mi luz —musitó él
como si le
hubiera leído el pensamiento—. Lo mejor para ti, amor.
Le desató el lazo de la capa y la hizo incorporarse sobre
sus
antebrazos para poder ponérselo.
—Riemann, ¿eh? —Él se sonrojó, ¡se sonrojó como si le
diera
vergüenza ser tan increíblemente inteligente!—. Así que
los rumores de
que eres un crack con las inversiones y has multiplicado
por sabe Dios
cuanto ese millón son ciertos.
El tacto de los dedos en su nuca mientras le abrochaba el
cierre envió
escalofríos de placer a lo largo de su columna y, cuando
él retiró las manos
y la observó con los ojos llameantes, se arqueó contra el
amplio torso
masculino con un ronroneo.
—Entiendes lo que significa, ¿verdad, gatita?
Asintió y se volvió a tumbar en la cama, rodeándolo con
brazos y
piernas para atraerlo hacia ella y que la cubriera con su
fuerte y cálido
cuerpo. Entonces, se frotó contra él y dejó escapar un
lascivo gemido que
hizo que Tom empezara a acunar su dureza contra la ínfima
tela que
cubría su sexo.
—Cásate conmigo, _____. Se mi compañera.
—Sí, mi enorme… —lo besó en el mentón—, perverso… —y en
la
punta de la nariz—, implacable… —y en la mejilla—, feroz…
—y, al fin,
en la boca— y rematadamente amoroso y sexy lobo.
La envolvió con el cuerpo y giró hasta que ella quedó
recostada
encima de él.
—Tendrás un anillo a juego antes de que caiga el sol, te
lo prometo.
—Aquellas grandes y ávidas manos vagaron por su espalda y
le ahuecaron
el trasero—. Espera por su dueña en el apartamento
alquilado en el que
estoy viviendo temporalmente.
—Mejor —musitó contra su firme pecho—, porque sin anillo
te
tocaría a ti explicarle a la abuela lo del collar de
sumisa y, aunque es muy
liberal y de mente abierta, no tengo muy claro que
pudieras salir indemne
de semejante trance. —Lo miró a los ojos y sonrió—.
Además, no sé qué
haría con un marido eunuco.
Se sacudieron presos de la hilaridad hasta que un par de
lágrimas se le
deslizaron por las mejillas.
—Bien, así será. —Le acarició las nalgas con aire
pensativo—.
Supongo que Jeremiah estaba al tanto del alcance de tus
planes, pequeña
allanadora de mazmorras, de ahí su enigmático «nos vemos
luego». Pero
tendrán que esperar un poquito por las buenas nuevas
porque ahora…
—Ahora me amarás como es debido, lobo perverso y mandón.
Tom arqueó una ceja con esa expresión en la mirada que
decía que
se estaba extralimitando con su Amo y Señor.
—_____…
—Por favoooooooor.
—¡Ah, qué demonios! Considéralo tu regalo de boda.
Y, por una vez, ella estuvo al mando. Aunque únicamente
duró en el
puesto cinco minutos.
FIN!!
HOLA!!! una y mil veces gracias ... gracias a las que comentaron ... como siempre jennifer, olaya, leonor, xioraldyn ... muchas gracias!!! bueno ahorita les subo el nuevo link para que sigan la nueva novela.
El nombre de los protagonistas reales son:
April: ____
Shilloh: Tom ...
Bueno ... adios y que esten bien :))
Ermosa adaptacion!!
ResponderBorrarEstuvo buenisima.. Juntos siempreee :)
Oo me encantooooo , muy buenaaaa, me dio risa eso de que estubo al mando solo 5 min jajajajajaja espero la proxima fic pronto c: cuidate muchooooo byeeeee
ResponderBorrarGuaoooo estuvo genial virgi de verdad que me encanto esta historia a pesar de que era muy corta es super buenaaa y ps de nada siempre te seguiré jejeje me muero x leer la nueva novela!!!!
ResponderBorrarMe encanto la novela
ResponderBorrarLa primera que me pongo a leer de lobos
Me encanto *-*