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viernes, 30 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 11.-

ULTIMO CAPITULO!!!

CAPITULO 11.-
El quedo toc-toc hizo que Jeremiah desenterrara la nariz de los papeles.
—Adelante.
La puerta de su despacho se entreabrió y ____ asomó la cabeza con
una dulce sonrisa. Parecía estar a mil años luz de su aspecto de la noche
anterior, toda llorosa y con los ojos rojos e hinchados. De hecho, se la veía
incluso mejor que a la hora del desayuno.
—Buenos días, ¿o debería decir «buenas tardes»?
Le indicó que entrara con un leve movimiento de dedos al tiempo que
le echaba una ojeada al reloj que colgaba de la pared para ver qué hora era.
—Pasan dieciséis minutos de las doce, por lo que sí; buenas tardes,
nenita.
____ se inclinó para depositar un cálido beso en su mejilla y después
se sentó en el borde de la mesa.
Tenía una expresión en el rostro que le recordaba muchísimo a
Maggie cuando tramaba alguna de las suyas. Entonces, la sonrisa se
ensanchó más, confirmando sus sospechas acerca de que aquella cabecita
inquieta le estaba dando vueltas a algo.
Se recostó contra el respaldo de la enorme silla de oficina, apoyó los
codos en los brazos de esta y entrelazó los dedos mientras alzaba las cejas
con aire curioso.
—¿Qué ronda tu mente, nenita?
—¿Tan transparente soy? —murmuró algo decepcionada.
—No, tan sólo un clon de tu abuela en ciertos aspectos. —La sonrisa
le tironeó las comisuras de la boca—. Venga, escúpelo de una vez. Me
tienes intrigado.
—Umm… —Jugueteó con el bolígrafo que acababa de coger de la
mesa—. ¿Qué tal se te da abrir cerraduras?
—Con llaves, de maravilla.
Ella frunció los labios y emitió un sonoro bufido. Ah, pequeña
delincuente, pensó divertido. ¿Para qué necesitaría forzar una cerradura?
—Muy gracioso. Ya sabes a lo que me refiero.
—Bastante bien. —Desenlazó los dedos y se inclinó hacia ella,
mirándola con suspicacia—. Podría enseñarte mis trucos en un par de
horas, de hecho, pero primero necesito saber qué locura has tramado.
La vio balancear las piernas en silencio, con aire inocente, pero el
brillo artero que podía ver en sus ojos decía todo lo contrario.
—En realidad es una tontería.
—____…
—Oh, vale, está bien. Nada que me vaya a acarrear una denuncia
posterior, créeme. Únicamente quiero sorprender a cierto lobo. Tú ya
sabes…
«Pobre Tom».
—Ilumíname.
Dos días después…
«¡Sí, sí, sí!».
La puerta del viejo búnker cedió con un pesado clic y ____
experimentó unas ganas terribles de ejecutar un baile de la victoria en
mitad del bosque.
¡Ja! Había resultado pan comido. Bueno, tal vez calificarlo como «pan
comido» fuera un pelín exagerado. Quizá le había costado unos seis
minutos y varias horquillas dobladas el conseguirlo, pero el esfuerzo había
valido la pena. Vaya que sí.
Recogió del suelo las horquillas que habían quedado inutilizables,
para no dejar ningún tipo de prueba incriminatoria, y las introdujo en el
bolsillo del vaquero antes de penetrar en el interior y buscar el interruptor.
—«Y entonces se hizo la luz» —murmuró para sí.
Cerró la puerta tras de sí y bajó las escaleras hasta llegar a la entrada
de la mazmorra. Entonces, empujó la puerta y la observó con detenimiento
durante un rato mientras pensaba que ya no le parecía tan intimidatoria
como las veces anteriores. Más bien se le antojaba desangeladamente vacía
sin Tom para llenarla con su imponente presencia.
Vagó por ella con aire distraído, recordando todo lo que habían hecho
entre esas viejas paredes, las charlas que habían mantenido acurrucados el
uno contra el otro en el largo sofá, los gritos y risas y gemidos… El lugar
estaba cargado de muchas vivencias, todas ellas intensas e increíbles.
Tras dar un último vistazo, se dirigió hacia las cortinas y prendió
entre el respaldo del sofá y la pared la que ocultaba tras de sí el dormitorio.
Entonces, enderezó la mochila que cargaba al hombro y puso la mano en el
picaporte para abrir la puerta.
—Bueno, aquí estamos —se dijo mientras la abría y entraba en la
oscura habitación—. Encendamos la luz y ¡que comience el show!
Cuando la lámpara parpadeó sobre su cabeza, iluminando el lugar, se
encontró con que encima de la colcha había una enorme caja negra atada
con una brillante cinta roja que formaba un perfecto lazo en la parte de
arriba.
—Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? —musitó al tiempo que dejaba la
mochila apoyada contra la pared y se acercaba a los pies de la cama.
Entre el lazo y la tapa vio una notita en la que ponía, con unos trazos
que le eran muy familiares, «Para Caperucita».
—Supongo que esa soy yo.
Desató el lazo con frenesí, como si estuviera abriendo un regalo la
mañana de Navidad, y apartó la cinta a un lado al tiempo que destapaba la
caja y empezaba a desembarazarse del papel seda que protegía el
contenido.
—¡Jesús!
Puede que, después de todo, no necesitara el contenido de la mochila.

Tom se extrañó cuando recibió aquella tarde la escueta y enigmática
llamada de Jeremiah para que se pasara lo antes posible por su despacho.
Acababa de preparar un macuto, con lo estrictamente necesario para
huir de Woodtoken durante varios días, y se disponía a meterlo en el
maletero justo en el instante en que su móvil sonó.
Su extrañeza alcanzó un nuevo nivel cuando entró en el despacho de
Jeremiah y este se le extendió un sobre blanco a su nombre, al tiempo que
le aseguraba que él únicamente era el mensajero. Entonces, le dio unas
palmaditas amistosas en la espalda y lo echó de allí con un enigmático
«nos vemos luego» que lo descolocó por completo.
La puerta se cerró a su espalda y él permaneció parado en mitad de la
oficina, sobre en mano, durante unos segundos. Que lo condenaran si
entendía de iba aquello.
Miró de nuevo el sobre, pero prefirió no abrirlo allí. Tampoco lo hizo
cuando puso el primer pie en la calle principal, o cuando se sentó en el
interior de su Subaru Tribeca. Al contrario, lo depositó en el asiento del
acompañante y arrancó el vehículo con la intención de salir de Woodtoken
y perderse en algún lugar que no le recordara a ____. Pero el problema,
como había comprobado los últimos dos días, era que no había manera
humana de encontrar un rincón dentro o fuera de allí que no se la trajera a
la mente, aunque no guardara relación alguna con ella. Daba igual qué
hiciera, a dónde fuera o quién hablara. Su recuerdo lo perseguía como un
fantasma, al igual que lo había hecho a lo largo de los pasados doce años.
Apenas acababa de tomar la carretera de salida cuando no pudo
resistirlo ni un segundo más. De un volantazo, sacó el Subaru del asfalto,
lo estacionó en el arcén y lo apagó antes de agarrar el sobre y pasárselo de
una mano a la otra, como si quemara, mientras sopesaba que tan buena idea
sería abrirlo.
Bah, qué más daba, fue lo último que pensó antes de rasgar el lateral y
dejar caer el contenido en su palma. Contenido que resultó ser un papel
sepia, doblado en tres, que procedió a desplegar con impaciencia.
«Misma hora, mismo lugar.
_____».
Parpadeó y tuvo que volver a releer el escueto mensaje para
cerciorarse de que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada, que
aquella simple pero esperanzadora frase no era fruto de su imaginación,
sino real.
—¿Qué hora es? —se preguntó al tiempo que echaba un vistazo al
reloj del vehículo—. ¡Oh, joder! ¡Llego tarde!
Encendió el motor tras tirar tanto el sobre como el papel sobre el
asiento vacío y se incorporó a la carretera. Entonces, ejecutó un giro en
«U», sin importarle una mierda que fuera una maniobra prohibida en ese
tramo, y puso rumbo hacia el búnker como si acabaran de incorporar un
cohete del Endeavour al motor.
Llegó en tiempo record al final del sendero. Más allá era
impracticable para el coche, hasta que abriera un camino como era debido
hasta su propiedad, por lo que se apeó y corrió el último tramo que lo
llevaría hacia la entrada con el corazón en un puño a la vez que pensaba
que a lo mejor se había cansado de esperar. ¿Y si lo había citado para
quedar como «amigos»? No, imposible. Eso sería como asestarle la
puñalada final, sobre todo al hacerlo allí, donde tantas y tan buenas tardes
habían compartido. Donde tanto habían gozado el uno del otro. No, ____
no le haría eso. Sería cruel y mezquino y ella no era así.
Paró delante de la puerta del búnker con la respiración acelerada no
por el esfuerzo, sino por la ansiedad, y observó los alrededores con
detenimiento.
Nada. No había señal de ella, y el trazo de su aroma no parecía
demasiado reciente. Olfateó de nuevo. Sí, estaba en lo cierto, era de una
hora, más o menos.
Decidido a no perder la esperanza tan rápido, ya que podría volver en
cualquier momento, sacó las llaves del bolsillo del pantalón negro y abrió
la puerta.
Era preferible esperarla dentro a quedarse allí y dar vueltas y más
vueltas sobre sus pies como un lobo desquiciado.

—Oh, por todos los… Ya llegó —musitó ____ para sí al escuchar que
alguien abría la puerta exterior—. Bien, ahora ante todo estate tranquila.
Respira hondo y… Bueno, sé sexy como el infierno.
Se sentó bien encima de la cama y acicaló su aspecto mientras en el
estómago le revoloteaban miles de mariposas impacientes. Luego, un poco
más calmada, suspiró y meneó la cabeza con una sonrisa en los labios.
¡Ay, lo que tenía que hacer por el hombre lobo de su vida!

—Espera, ¿dejé la luz encendida el otro día?
Vaya, debía de estar mal de verdad para haberse olvidado ya que, por
norma general, no solía ser despistado sino más bien lo contrario; un
meticuloso sin remedio.
Entornó la pesada puerta hasta dejar tan sólo una estrecha rendija y
bajó por las escaleras mientras pensaba que estaba soñando con el olor de
_____, porque lo percibía suspendido en el aire, como si ella hubiera estado
allí ese mismo día. Lo que era imposible.
Nada más descender el último escalón, frenó en seco y se rascó la
barbilla, contrariado al ver la puerta de la mazmorra entreabierta.
Vale, aquello empezaba a ser muy, muy preocupante. Una cosa es que
se olvidara de una cosa, pero de dos… Le resultaba difícil de creer. Pero
tenía que haber sido él, ¿no? Era eso o que había espíritus traviesos
retozando en su propiedad y… Un segundo, ¿qué era ese olor? ¿Cera
ardiendo?
Entró en tromba y vio la puerta del dormitorio expuesta a la vista y
ligeramente entornada. A través de la rendija podía percibir el titilar de las
velas, el claro aroma a cera derritiéndose, a mujer dispuesta… Espera,
¿mujer dispuesta?
—No puede ser.
Cubrió la distancia en un puñado de zancadas y empujó la puerta,
haciéndola chocar contra la pared, para encontrarse con una estampa que lo
dejó sin palabras.
—Hola, lobo feroz —ronroneó _____—. Empezaba a pensar que no
llegarías nunca.
¡Menuda visión! Por lo visto había abierto la caja que reservaba para
cumplir con ella «la» fantasía. ¡Y qué condenadamente sexy estaba! Tanto
que su polla pegó un brinco dentro de su confinamiento y se puso durísima
en lo que se tardaba en parpadear una vez.
—Joder, gatita —gruñó mientras se apoyaba en el marco—. Estás
para comerte.
—¿Es una amenaza o una promesa…?
Era una provocadora nata. La vio aletear las oscuras y largas pestañas
con coquetería y colocar las manos sobre el colchón, pasando de estar
sentada sobre los talones a ponerse a cuatro patas, mostrándole una
magnifica visión de sus henchidos pechos.
—¿…, mi Señor?
Aquel minimalista dos piezas transparente en color rojo le quedaba de
puro vicio, y las medias de liga de rejilla a juego hacían que sus piernas se
vieran matadoras. ¿Y qué decir de la capa roja de seda que caía sobre sus
curvas y lamía toda aquella cremosa piel del mismo modo que él deseaba
hacerlo con su lengua?
—_____, tú quieres matarme.
La devoró con los ojos mientras notaba como su polla crecía y se
engrosaba más y más, deseosa de hundirse en la humedad de aquel
suculento coño.
Ella engarzó la mirada en la suya y se mordió de manera lasciva los
gruesos labios pintados de rojo, antes de agarrar una de las trenzas que le
caían por delante y empezar a acariciarse el escote y el pezón con la punta
de la misma.
—Oh —gimió con voz ronca y sensual—, qué ojos tan grandes tienes.
Iba a regalarle su sueño húmedo lobuno más recurrente; follarse a
Caperucita. Su Caperucita. Ella.
—Son para deleitarme mejor con la visión de tu cuerpo desnudo —
respondió al tiempo que se desabrochaba la camisa.
Ella se acercó un poco más al borde de la cama. La capucha roja sobre
su cabeza brillaba eróticamente gracias a la luz de las velas, al igual que
toda aquella extensión de suave piel.
—Pero, ¡qué boca tan grande tienes!
Arrojó la camisa al suelo y empezó a sacarse el calzado, pisando el
talón de un pie con la punta del otro; y a la inversa.
—Es para comértelo todo mejor. Absolutamente todo.
Ella tembló de excitación a la vez que lo recorría con la mirada,
incendiándole cada centímetro de cuerpo que rozaba con su intensa mirada.
—¡Oh! —exclamó con un bonito mohín—. Pero qué manos tan
grandes tienes.
—Son para azotarte mejor.
Un delicioso rubor cubrió las mejillas de ____, que jadeó de una
manera muy caliente. Entonces, dejó que sus manos empezaran a
desabrochar lentamente el cinturón, atrayendo la hambrienta mirada de su
gatita hacia allí.
—Mmmm…
Ella alcanzó el borde de la cama, se levantó y caminó hacia él.
—Mi Señor… —jadeó elevándose sobre la punta de los pies para
rozarle la mandíbula con los labios mientras le ahuecaba la erección con la
palma—. Qué polla tan, tan grande tienes.
El tirón que sintió en la entrepierna lo hizo gruñir como la bestia que
era.
—Ay, Caperucita —contestó mientras soltaba el cinturón y le
enmarcaba el rostro con ambas manos antes de murmurar con voz ronca
sobre su boca—: Es para follarte sin piedad.
Estaba tan excitada que sentía como la humedad de su sexo empapaba el
pequeñísimo tanga y resbalaba por los muslos.
Si Tom no hacía algo pronto, se iba a morir a causa del calentón.
Necesitaba que la besara, que le hiciera el amor de los pies a la cabeza.
Quería ser suya, para siempre.
—Te quiero… Amo.
Él parpadeó de una manera muy cómica, haciéndola reír. Al parecer
ese «Amo» le había tomado tan de sorpresa que la confusión asomó a
través de sus ojos durante una milésima de segundo, antes de dar paso a un
brillo intenso y abrasador.
—Mi amor… Repítelo de nuevo.
—Te quiero, Amo mío.
—Gatita, me haces tan feliz…
Le apresó la boca en un candente beso a la vez que la aupaba contra su
todavía cubierta dureza. La juguetona lengua de Tom retozaba con la
suya, succionándola y sumiéndola en una candente espiral de resbaladizo
placer al tiempo que se acariciaban el uno al otro con carnales roces que
los incendiaron hasta hacerlos jadear.
—Por lo que más quieras —le suplicó cuando él rompió el beso y
deslizó la boca por el cuello y más abajo, llegando a los pechos—.
Desnúdate.
Él se enderezó, no sin antes propinarle un mordisco en un inhiesto
pezón.
—¿Imperativos, gatita? ¿Tengo aspecto de sumiso?
—No, lo siento.
—Bien —dijo muy serio antes de que una sonrisa perezosa comenzara
a adueñarse de su rostro—. Te amo, ____, y juro que voy a hacerte tan
feliz que a veces tendrás que pellizcarte para comprobar que es real. —Le
dio un dulce lametón en el cuello—. Te construiré la casa que siempre has
soñado en estos terrenos —la mordisqueó y volvió a lamer— y nos
mantendremos tan placenteramente ocupados fabricando cachorros que no
tendrás tiempo de aburrirte durante los próximos años.
—Veo que has pensado en todo.
Continuó torturándola con mordiscos amorosos y dulces pasadas de
lengua, hasta que ya no pudo resistirlo un segundo más. Entonces, harta de
esperar, procedió a desabrocharle el pantalón y abrirle la cremallera antes
de tirar hacia abajo de la prenda para que cayera al suelo junto con el
calzoncillo.
—Pequeña sumisa impaciente —gruñó él al tiempo que la empujaba
encima de la cama—. ¿Tendré que atarte? —La capucha se deslizó y su
cabeza quedó totalmente expuesta—. ¿Sabes? Me muero por marcarte en
un lugar que puedan ver todos. Porque quiero que el mundo entero sepa que
eres mía. Sólo mía.
Le dio una patada a los pantalones y, bajo su atenta mirada, caminó
hacia la mesita de noche, abrió el cajón de arriba y extrajo algo que parecía
un paquetito alargado y estrecho.
—Encargué esto especialmente para ti a los cuatro días de que
empezaran nuestros encuentros —le contó a la vez que se sentaba a
horcajadas encima de ella, obsequiándola con una soberbia visión de su
pujante erección—. Yo… espero que te guste.
Tom abrió el estuche y tomó en la mano su contenido, mostrándole
un hermoso collar de sumisa confeccionado con diamantes que logró
dejarla sin respiración. Era como de un centímetro y medio de ancho y las
piedras preciosas refulgían a la luz de las velas como si fueran estrellas.
—Estrellas para mi estrella, luz para mi luz —musitó él como si le
hubiera leído el pensamiento—. Lo mejor para ti, amor.
Le desató el lazo de la capa y la hizo incorporarse sobre sus
antebrazos para poder ponérselo.
—Riemann, ¿eh? —Él se sonrojó, ¡se sonrojó como si le diera
vergüenza ser tan increíblemente inteligente!—. Así que los rumores de
que eres un crack con las inversiones y has multiplicado por sabe Dios
cuanto ese millón son ciertos.
El tacto de los dedos en su nuca mientras le abrochaba el cierre envió
escalofríos de placer a lo largo de su columna y, cuando él retiró las manos
y la observó con los ojos llameantes, se arqueó contra el amplio torso
masculino con un ronroneo.
—Entiendes lo que significa, ¿verdad, gatita?
Asintió y se volvió a tumbar en la cama, rodeándolo con brazos y
piernas para atraerlo hacia ella y que la cubriera con su fuerte y cálido
cuerpo. Entonces, se frotó contra él y dejó escapar un lascivo gemido que
hizo que Tom empezara a acunar su dureza contra la ínfima tela que
cubría su sexo.
—Cásate conmigo, _____. Se mi compañera.
—Sí, mi enorme… —lo besó en el mentón—, perverso… —y en la
punta de la nariz—, implacable… —y en la mejilla—, feroz… —y, al fin,
en la boca— y rematadamente amoroso y sexy lobo.
La envolvió con el cuerpo y giró hasta que ella quedó recostada
encima de él.
—Tendrás un anillo a juego antes de que caiga el sol, te lo prometo.
—Aquellas grandes y ávidas manos vagaron por su espalda y le ahuecaron
el trasero—. Espera por su dueña en el apartamento alquilado en el que
estoy viviendo temporalmente.
—Mejor —musitó contra su firme pecho—, porque sin anillo te
tocaría a ti explicarle a la abuela lo del collar de sumisa y, aunque es muy
liberal y de mente abierta, no tengo muy claro que pudieras salir indemne
de semejante trance. —Lo miró a los ojos y sonrió—. Además, no sé qué
haría con un marido eunuco.
Se sacudieron presos de la hilaridad hasta que un par de lágrimas se le
deslizaron por las mejillas.
—Bien, así será. —Le acarició las nalgas con aire pensativo—.
Supongo que Jeremiah estaba al tanto del alcance de tus planes, pequeña
allanadora de mazmorras, de ahí su enigmático «nos vemos luego». Pero
tendrán que esperar un poquito por las buenas nuevas porque ahora…
—Ahora me amarás como es debido, lobo perverso y mandón.
Tom arqueó una ceja con esa expresión en la mirada que decía que
se estaba extralimitando con su Amo y Señor.
—_____…
—Por favoooooooor.
—¡Ah, qué demonios! Considéralo tu regalo de boda.
Y, por una vez, ella estuvo al mando. Aunque únicamente duró en el
puesto cinco minutos.


FIN!!


HOLA!!! una y mil veces gracias ... gracias a las que comentaron ... como siempre jennifer, olaya, leonor, xioraldyn ... muchas gracias!!! bueno ahorita les subo el nuevo link para que sigan la nueva novela.
El nombre de los protagonistas reales son:
April: ____
Shilloh: Tom ... 
Bueno ... adios y que esten bien :))

4 comentarios:

  1. Ermosa adaptacion!!

    Estuvo buenisima.. Juntos siempreee :)

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  2. Oo me encantooooo , muy buenaaaa, me dio risa eso de que estubo al mando solo 5 min jajajajajaja espero la proxima fic pronto c: cuidate muchooooo byeeeee

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  3. Guaoooo estuvo genial virgi de verdad que me encanto esta historia a pesar de que era muy corta es super buenaaa y ps de nada siempre te seguiré jejeje me muero x leer la nueva novela!!!!

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  4. Me encanto la novela
    La primera que me pongo a leer de lobos
    Me encanto *-*

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