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martes, 13 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 3

CAPITULO 3.-
—____, nenita.
Nada más entrar en la casa, su abuela la reclamó desde el dormitorio
en el que se había visto obligatoriamente confinada a causa de una rotura
de cadera.
Sin duda estaba mucho mejor, pero todavía quedaba bastante
recuperación por delante, motivo por el cual ella había regresado a
Woodtoken después de tanto tiempo. Porque no era fácil el mantenerla en
la cama, guardando riguroso reposo tal y como le había prescrito el
médico, y a Jeremiah le faltaban manos para ocuparse de su esposa, el
trabajo y todo lo demás. Por suerte, ella estaba libre en aquel momento y
tenía la firmeza de mano necesaria para domeñar el culo inquieto de su
adorada Nana. Lo que no quitaba que tanto ella como el paciente Jeremiah
no se pasaran día sí y día también leyéndole la cartilla a tan imposible
paciente.
—Hola, abuela.
Se sacó la sudadera roja con capucha, su preferida desde hacía un par
de años, y la dejó sobre los pies de la cama antes de acercarse a la cabecera
para darle un par de sonoros besos en la mejilla a la convaleciente.
—Estás empapada, nenita. No te estarás tomando demasiado en serio
eso de correr, ¿verdad?
«Si tú supieras…», pensó mientras entornaba los ojos.
—Necesito darme una ducha, pero antes quiero que me cuentes como
llevas el día. ¿Dolor?
Nana frunció el ceño y bufo con hastío, lo que le arrancó una sonrisa.
—Aburrimiento —se quejó—. ¿Te puedes creer que ese condenado
lobo decrépito no me deja hacer absolutamente nada? —masculló, en
referencia a su marido—. Es un cascarrabias.
—No, amorcito. —El interfecto apareció en la puerta con una bandeja
que en sus manos parecía diminuta—. Aquí la única cascarrabias eres tú,
pero no te lo tenemos en cuenta porque te queremos. —Se giró hacia ella y
le guiñó un ojo, buscando su complicidad—. ¿Verdad, _____?
Asintió mientras intentaba no reírse a causa del sonido de
exasperación que había emitido su abuela.
Recordó entonces qué distintas eran las cosas quince años atrás,
cuando la repentina e inesperada muerte del abuelo había estado a punto de
conducir a su querida Nana a la depresión.
Fue dos años después de aquel luctuoso suceso que la familia, harta de
verla vagar como un alma en pena, la obligó a ir a una de esas excursiones
para personas mayores de cincuenta años en las que se entremezclaban
solteros, divorciados y viudos de los más diversos puntos del país. Con lo
que no habían contado era con que allí conocería a Jeremiah; un «solterón»
de muy buen ver que cayó perdidamente rendido a los pies de la abuela en
menos de una semana y que terminó removiendo cielo y tierra para
enamorar a Nana. Cosa que terminó por conseguir, claro.
Se casaron en el mismo jardín de la vieja casa, en el que se habían
oficiado unos cuantos matrimonios Travis, no sin antes proporcionar a la
familia una dosis épica de drama al más puro estilo telenovelero cuando se
enteraron de que el prometido de la querida, dulce abuela, era… Bueno, un
lobo.
Y no es que a ella le pareciera mal, más bien al contrario; el problema
fue que al resto le sentó peor que una patada en salva sea la parte. De
hecho, el revuelo fue tal que amenazó con dar al traste con los planes de
boda. Y así habría sido, de no ser porque la abuela llamó a todos sus hijos
«asnos repletos de absurdos prejuicios» y los amenazó con que, si
intentaban poner cualquier clase de traba a su relación con Jeremiah,
mandaría a todos a tomar viento fresco y se fugaría con él. ¡Para casarse en
Las Vegas, ni más ni menos!
Así que al final, y no sin ciertos refunfuños, la familia dio su
bendición a la unión y todos pudieron celebrar una bonita, intima y
conmovedora ceremonia en la que el novio rezumaba amor por todos los
costados y la novia… Bueno, basta decir que era rematadamente feliz y
que brillaba como una adolescente enamorada por primera vez.
Pero el drama no quedó ahí, ni mucho menos, porque hubo todavía
más protestas cuando los recién casados anunciaron que habían decidido
que se trasladarían a vivir a la localidad de la cual procedía Jeremiah;
Woodtoken. Lugar que ni siquiera estaba en el mismo Estado de residencia
del resto de los integrantes del clan familiar. A lo que se sumó una pataleta
descomunal cuando la abuela puso a la venta la casa en la que había vivido
hasta entonces.
Pero todo terminó por salir bien y la sangre jamás llegó al río, aunque
tuvieron telenovela para dar y tomar por una buena temporada.
Fue por ir a visitar a la abuela y su nuevo y flamante marido que ella
había terminado allí la primera vez. Y también fue a causa de los
tejemanejes de la incorregible Nana que se vio ejerciendo como profesora
sustituta de matemáticas en el instituto de Woodtoken, donde conoció a
Tom. Tom, que había tambaleado su mundo de verdad por primera y
única vez en toda su vida. O eso creía, hasta lo que había sucedido apenas
media hora antes.
—Vamos, abuela, no seas niña. —Con sumo cuidado, se sentó a su
lado en el colchón y la abrazó—. Es por tu bien.
—Maggie, cariño —musitó Jeremiah tras haber depositado la bandeja
en la mesita de noche—. Recuerda todos los planes que tienes para este
invierno. —Le tomó la mano entre las suyas y se la llevó a los labios para
depositar en ella un tierno beso—. Planes que no podrás llevar a cabo si no
curas esa cadera como es debido.
—Lo sé, lo sé. —Le acarició la curtida mejilla a su marido con una
pícara sonrisa—. No creas que me he olvidado de que me prometiste un
tórrido fin de semana en…
No quería escuchar aquello, así que se llevó las manos a los oídos y, al
tiempo que se enderezaba de golpe, comenzó a repetir una y otra vez «no
quiero saberlo, no quiero saberlo, lalalalaaaaa».
No era una mojigata. Tenía treinta y siete años, por el amor de Dios.
Pero no sentía la menor necesidad de que le confirmaran sus sospechas
acerca de que la vida sexual de esos dos era más activa que la suya. La cual
era nula. A no ser que lo acababa de suceder en el bosque contara de algún
modo, lo cual la convertía en algo un pelín menos que nula.
—Está bien, será mejor que no hablemos de ciertos temas cuando hay
ropa tendida —bromeó la abuela—. No vaya a ser que la traumaticemos.
—¡Por favor, Nana! —Sólo de pensarlo le entraban escalofríos—.
Cierta clase de información es totalmente innecesaria, gracias.
Jeremiah prorrumpió en su habitual risa ronca y oscura. Las arruguitas
de los ojos le daban un aire atractivo, a lo Sean Connery en La trampa, y al
verlo entendía por qué a la abuela le había resultado imposible el evitar
sucumbir ante sus múltiples y lobunos encantos.
Cansada, se despidió de ellos.
A la feliz pareja les esperaban dos tazas humeantes de café y una
charla de tortolitos, mientras que a ella únicamente tenía una cita urgente
con una ducha bien fría para intentar sacudirse de encima a como diera
lugar lo sucedido en el bosque.
Jeremiah esperó hasta ver desaparecer a _____ dentro del cuarto de baño.
Entonces, con una misteriosa sonrisa, se giró hacia su convaleciente
esposa.
—¿Qué te parecerían unos cuantos bisnietos correteando por la casa?
Ella parpadeó sorprendida por semejante pregunta y frunció el ceño
con desconfianza.
—¿Sabes algo que desconozco? —De repente abrió los ojos como
platos—. ¡No me digas que nuestra nenita está embarazada y que lo has
olfateado! No es que el cretino de su ex prometido me guste como
«donante de esperma», pero…
—No, no —la interrumpió antes de que empezara a barajar más
rocambolescas posibilidades—. Los tiros no van por ahí. —Sonrió ladino
—. Pero sí, sé algo que tú ni sospecharías.
Maggie se enderezó como buenamente pudo, apoyando la espalda
contra la montaña de almohadas que él le había ahuecado antes, y le dedicó
la clase de mirada que decía a las claras que más le valía escupir la
información si no quería ser lobo muerto. Y él no era tan suicida como
para airarla.
—Ayer —comenzó a relatar tras carraspear para aclararse la voz—
recibí una inesperada visita.
—¡Venga, sigue! Ni se te ocurra dejarme en la inopia.
—Sí, tranquila. —Sacudió la cabeza—. Por lo visto, nuestra pequeña
_____ tiene un pretendiente y él consideró que era adecuado el hacerme
conocedor de sus intenciones para con ella.
Las facciones de su esposa se iluminaron con la noticia y un brillo de
esperanza embargó su mirada color avellana.
Había estado muy preocupada por su nieta desde que esta había
anunciado la cancelación de su compromiso de boda con Garrett. Y, a pesar
de que intentó hacerle desembuchar los motivos mediante todos los medios
habidos y por haber, no logró que dijera absolutamente nada. Lo cual les
hacía temer que algo debía de haber ido muy, muy mal como para que la
relación se hubiera venido abajo de manera tan repentina de la noche a la
mañana.
Maggie sufría al ver a su nieta sola. Si supiera que era feliz siendo
soltera lo habría dejado correr, pero resultaba patente para ambos que no lo
era y eso la destrozaba.
Veían en _____ un vacío en su interior, uno terriblemente grande que
esperaban que alguien fuera capaz de rellenar con amor algún día. Y puede
que ese momento hubiera llegado al fin, incluso antes de lo que podrían
haber imaginado días antes.
—¿Y…? —lo azuzó.
—Tras ver la cara que traía, creo que el cortejo ya ha comenzado. Y
por lo que percibí, nuestra querida niña está algo más que… interesada.
Levantó la mano y se dio varios toquecitos en la nariz con el índice.
—¿A qué te refieres? Jeremiah L. Murdock, o dejas de hablar en este
preciso instante como si fueras un condenado galimatías andante o pienso
estrellarte la taza de café en la cabeza. Y ambos sabemos que a tu lobo no
le gusta chamuscarse.
—No puedo darte detalles, cariño. —Se encogió de hombros—. Sólo
puedo decirte que es un buen hombre y un buen lobo, que lo que siente por
_____ es sincero y que creo que es lo que ella necesita. Del mismo modo
que ella es lo que necesita él.
—Al menos dame un nombre.
Negó y ella le dedicó un bufido contrariado.
—Se lo prometí, pero no te preocupes. A pesar de que Dios sabe que
no soy muy fan de empezar la casa por el tejado, algo me dice que sus
métodos poco… convencionales darán resultado.
—¿Tú crees?
—Sí —le aseguró confiado—. Llámalo instinto si quieres. —Tomó la
taza y dio un buen sorbo a su café—. Así que lo único que debemos hacer
es sentarnos y esperar. Porque me huelo que pronto tendremos novedades.

Ya bien entrada la noche, ____ permanecía tumbada bocarriba en la cama
mientras intentaba conciliar el sueño.
Los recuerdos se mantenían obstinadamente fijos en su mente y le
hacían sentir un incomodo revoloteo en las entrañas.
Rezongó. Le molestaban las sábanas, la camisola que usaba para
dormir… Hasta su propia piel le era incomoda. Cualquier roce le hacía
recordar y se negaba a hacerlo; aunque tanto su cuerpo como su mente
parecían ir por libre esa noche obstinados en no hacerle el más mínimo
caso.
Exasperada, se destapó dándole patadas a la ropa de cama, que
terminó arremolinada a los pies del colchón, y emitió un sonoro suspiro de
fastidio.
Quería que las emociones y las sensaciones que él había inoculado en
su ser con cada caricia, cada beso y cada palabra se fueran. Que
desaparecieran de su sistema y la dejaran en paz.
No necesitaba recordar con tanta claridad el sabor de aquella boca, ni
el tacto de las manos moviéndose encima de su ropa y sobre su piel, o el
olor penetrante a lobo, hombre y promesas húmedas. Y tampoco precisaba
continuar escuchándolo en su cabeza una y otra vez, como si esa voz se le
hubiera grabado a fuego. Una con un timbre de barítono rico en matices,
dominante. De la clase que poblaba las fantasías de toda mujer y que hacía
desear sacarse las bragas y depositarlas a sus pies, como si fueran la
ofrenda a un dios pagano del sexo.
Rezongó, enfadada consigo misma por seguir pensando en él cuando
se suponía que lo odiaba con cada fibra de su ser, y se colocó de costado en
el colchón. Entonces, agarró la almohada y la abrazó al tiempo que
adoptaba una posición fetal entorno a ella, obligándose a dormir.
—Gatita.
Intentó darse la vuelta al escucharlo hablar pegado a su espalda. El
aliento cálido se derramaba en su nuca y la voz vibraba contra su piel.
Pudo sentir el modo en que le apartaba la trenza, que hacía cada noche
antes de ir a la cama, y depositaba un suave beso en el sensible punto que
provocó que una corriente eléctrica la recorriera desde ese ahí hasta el
sexo.
¿Por qué él era capaz de derretirla de ese modo con un sencillo roce
de labios? ¿Y por qué de repente, en un parpadeo, su traicionero cuerpo
estaba preparado para tener con un desconocido la clase de sexo que sólo
había sido capaz de soñar?
Le mordió el cuello y las paredes de su vagina se contrajeron.
—Para de pensar, pequeña sumisa —susurró antes de darle un
decadente lametón allí donde la había mordido—. Limítate a sentir. No te
resistas a lo que puedo darte, a lo que quieres que te dé.
Y de repente, aquellas grandes, calientes manos estaban sobre su
cuerpo desnudo.
¡Un momento! ¿A dónde había ido a parar su camisola? ¿Y la
almohada?
Perdió el hilo de estos pensamientos cuando él empezó a recorrer cada
plano y curva de su anatomía, emitiendo esos inclasificables pero
sensuales sonidos de lobo que le hacían sentir bonita y deseada. Y mientras
la tocaba por doquier de manera codiciosa, vertió en su oído murmullos
acerca de lo sexy que era, de lo mucho que lo excitaba su sumisión y de
cuanto disfrutarían juntos con sus jueguecitos.
En un momento dado, las manos de él iniciaron el ascenso por sus
costados, perfilaron las curvas de sus pechos llenos y luego los ahuecaron y
masajearon hasta que tuvo que morderse la cara interna de la boca para no
prorrumpir en ruidosos gemidos.
Ella sintió crecer entre sus piernas un hormigueo que terminó por
convertirse en pulsaciones de necesidad. Entonces, él dejó las delicadezas a
un lado, tomó ambos pezones entre los dedos y tiró de las erizadas puntas
hacia delante, consiguiendo que arqueara su espalda contra el duro torso a
la vez que emitía un sollozo que era mitad dolor y mitad placer.
Era implacable. Jugó con ellos, alternando ambas sensaciones, hasta
que la frontera entre las ambas sensaciones se difuminó de tal manera que
su cuerpo fue incapaz de distinguir cual era cual. Únicamente existían el
goce y un hambre que reclamaba más y más.
Incapaz de contenerse, restregó su trasero contra la entrepierna de él y
buscó la manera de encajar la erección en la unión entre sus nalgas. Dios…
Era firme como una barra de acero y la sensación de tenerlo ahí resultaba
sensualmente pecaminosa.
—Quieta, gatita —le ordenó a la vez que le pellizcaba la curva
inferior del pecho derecho—. No te he dado permiso para moverte,
¿verdad?
—N-no.
—No, ¿qué?
—No… Señor.
Emitió un ruido satisfecho por su respuesta y, agarrándola por la
trenza, la obligó a echar la cabeza hacia atrás para que se recostara contra
él. Entonces, le enmarcó la mandíbula con una de sus grandes, fuertes
manos, e hizo que elevara los labios hacia su rostro.
Oh… mi… Aquel beso logró que su cuerpo se convirtiera en
mantequilla derretida.
Él la pegó más a su cuerpo con la mano que tenía libre mientras
continuaba saqueándole la boca mejor que los cuarenta ladrones del cuento de
Alí Babá.
No podía pensar, sólo sentir. Y cuando él desplazó la mano con la que
le rodeaba la cintura más allá de su vientre, para jugar con el vello que
cubría su pubis y luego separar los labios de su sexo… Entonces supo que
estaba perdida. Porque deseaba aquello. Ardía porque él hiciera con su
cuerpo lo que se le antojara. Quería su exótica aura animal focalizada en
ella, conduciéndola al éxtasis y poseyéndola. Dominándola, aunque esto la
aterrara.
Mantuvo separados sus sensibles y empapados labios con dos dedos
mientras se dedicaba a atormentar su tierno brote con el pulgar. Al
principio trazando medias lunas a su alrededor, sin llegar a tocarlo, y luego
combinando roces lentos e intensos con otros rápidos pero sutiles.
—Por favor…
Paró y ella supo al instante que no reanudaría las caricias si no decía
la palabra mágica. ¡Maldito fuera!
—Por favor, Señor.
Recibió un gruñido complacido como toda respuesta antes de que él
continuara con la tortura a la que la estaba sometiendo. Porque la
calentaba, pero sin darle lo que necesitaba para alcanzar el orgasmo.
Los minutos parecían eternizarse. Entonces, incapaz de soportarlo por
un segundo más, onduló las caderas para frotarse contra aquella mano que
le robaba la cordura toque a toque.
—Quieta.
—Pero…
—A partir de ahora, hablarás cuando te pregunte y te moverás cuando
lo permita, sumisa. —Le propinó un golpecito en el sobreestimulado
clítoris que la hizo jadear—. Yo, y sólo yo, decido cuando te corres. —Su
tono era inflexible, firme—. Así que no me desafíes o tendré que ponerte
sobre mis piernas y azotar ese suculento culo que tienes hasta hacerte
gritar.
Debería de haberse asustado a causa de su seria amenaza, pero en
cambio su vagina se contrajo ante la idea e incluso sintió que su excitación
fluía con renovado ímpetu, empapando su sexo y sus muslos.
—Te gusta la perspectiva, ¿verdad, gatita? —Tanteó la resbaladiza
entrada con la yema del corazón, sin cesar de torturar su clítoris ni por un
instante—. Estás mojadita y apretada. Perfecta para mi polla —dijo tras
deslizar la punta del dedo en su interior y volver a sacarla—. Confiésalo.
Tu coño se contrae de gusto al imaginarte con el culo en pompa, sobre mis
muslos, mientras mi mano cae sobre tus nalgas una vez, y otra, y otra…
Le introdujo el dedo de nuevo. Una falange, dos, tres. Y la invasión la
hizo temblar, pero se contuvo de hacer ruido alguno.
Jesús. Había enterrado el dedo profundamente en ella, curvándolo
como una garra en ese punto especial de su interior, inmóvil. Y justo
cuando creía que no se decidiría nunca a moverlo, lo hizo. Afuera y
adentro. Afuera y adentro. Dolorosa, desquiciantemente despacio.
Pronto las chispas que experimentaba en su vientre pasaron a
convertirse en pequeñas llamas que crecían y crecían con cada nueva
penetración. Entonces, al solitario dedo se le unió otro más y tuvo que
morderse el labio para no gritar.
Embestida tras embestida, la llama se transformó en una bola de
fuego que amenazó con abrasarle las entrañas.
Iba a explotar. Iba a correrse de un momento a otro, como nunca lo
había hecho en su vida, y ni siquiera la había penetrado con la soberbia
erección, que palpitaba contra su trasero mientras él la deslizaba entre sus
nalgas.
Ostentaba el control absoluto y ella se sentía enfadada, impaciente y
muy, muy caliente. Y si no conseguía pronto ese orgasmo, también estaría
dolorida a causa del deseo insatisfecho.
Harta de esperar, echó ambas manos hacia atrás y lo atrapó por la
nuca, enredando los dedos en su cabello y suplicándole.
—Eres una pequeña sumisa desobediente —la reprendió a la vez que
le daba un fuerte empujón que la hizo rodar sobre el colchón hasta hacerla
terminar a cuatro patas—. Y mi deber es infligirte un correctivo para que
aprendas a no desafiarme.
Se posicionó tras ella y la obligó a apoyar la frente sobre las sabanas,
que estaban frescas en contraste con su piel acalorada. Entonces, los azotes
llovieron sobre su trasero uno tras otro, vertiginosos y lo bastante
enérgicos como para que su culo ardiera de manera infernal.
Gritó cuando él paró y masajeó la carne maltratada, haciéndola
respingar.
Sus manos eran tiernas, pero autoritarias, y con cada roce le recordaba
quién era su Señor, quién tenía el control sobre su placer.
Lloró agradecida en el instante en que volvió a penetrarla con los
dedos, llevándola alto, muy alto, sólo para luego parar cuando la tenía justo
en el borde.
Su trasero quemaba bajo las atenciones que le seguía prodigando
mientras volvía a follarla de nuevo, cada vez más rápido y más fuerte,
hasta que esa vez sí le permitió experimentar los primeros temblores de un
orgasmo que empezó a sacudirla como un terremoto y…
Despertó entre sudores y jadeos. Los latidos desenfrenados de su
clítoris eran el eco de un sueño que la había puesto insufriblemente
caliente y que, al mismo tiempo, la cubría de vergüenza.
¿De qué ignoto rincón de su cabeza provenía aquello? Ahora incluso
la dominaba en sus sueños. Y había sido tan bueno y al mismo tiempo tan
incorrecto…
Cubrió su pubis con la mano y la deslizó un poco más abajo, hasta que
percibió la incriminatoria humedad.
Podía ponerse como una furia, pero aún así no lograría tapar el sol con
un dedo. Porque lo había disfrutado. Cada maldito segundo del sueño. Y no
sólo eso, sino que la idea de ser su sumisa la excitaba y le hacía desear
experimentar aquella rendición total con él. Al menos una vez.
Su vagina se contrajo ante la idea, recordándole que quizá, si no se
hubiera despertado, se habría corrido mientras soñaba. Pero no lo había
hecho, por lo que si pretendía terminar con la agonía que sentía no lo
quedaría más remedio que ocuparse de finalizarlo ella misma. Y mientras
lo hiciera, se dijo que pensaría en ese malnacido que había puesto patas
arriba no sólo su mundo, sino también sus fantasías. Y se regodearía al
imaginar lo mucho que gozaría si pudiera ponerle la mano encima en ese
momento para estrujarle los testículos por lo que le estaba haciendo.




HOLA!!! BUENO EL 3 ... YA LA RAYITA YA SUEÑA CON TOM xD ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... HASTA LUEGO Y QUE TENGAN BUENA NOCHE :))

4 comentarios:

  1. Ooo pense q era real dios noooi jajaja que risa pobre rayitaa u.u ese lobito me encantaa juju sube pleasee o mueroooo y me encantaa la fic acuerdate de subie. C: y cuidateeeee muchooo , besos y abrazooooiooooooos. Byeeeeeee

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  2. Yo también pense que era real!!

    Obvio la rayita tiene que ir si o sii.
    Siguelaaa :)

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  3. Super buena virgi me encanto espero el próximo cap..

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