CAPITULO 7.-
Regresó al
día siguiente con un nuevo conjunto de lencería, un wonderbra
borgoña
intenso con un pequeño tanga a juego, y él inició su entrenamiento
como
sumisa.
Debía de
tener un fetiche con las matemáticas, porque al final de la
tarde le
había hecho memorizar los números correspondientes a cada
posición
de sumisión, al igual que los nombres de operaciones y teorías
matemáticas
con los que había rebautizado en su honor a toda postura y
práctica
sexual conocida por el ser humano. Y lo más perturbador es que
cada
nombre asignado tenía sentido.
¡Dios mío!
Nunca más volvería a dar una clase sin sonrojarse o sin
mojar la
ropa interior.
Y sí,
incluso hubo tiempo para que se volviera a rebelar.
Conste que
no había querido. De verdad que cuando llegó a la
mazmorra
iba con la intención de ser una buena sumisa, como él quería,
pero
resultó superior a sus fuerzas. Para cuando se quiso dar cuenta, ya
había
soltado de todo por esa boquita suya tan imprudente y, a pesar de que
pidió
perdón de rodillas, fue disciplinada igualmente. Y el método que
escogió
era tan retorcido que se cabreó todavía más.
—¡Mamón!
Estaba
colgada del techo, literalmente, cual jamón. Siempre desnuda,
siempre
cegada.
El muy
desgraciado le había puesto unos puños de cuero nada más
llegar y
ahora empezaba a verles la utilidad.
Primero
los enganchó a una cadena que tensó hasta que tuvo los
brazos
estirados por encima de la cabeza y tan sólo las puntas de los dedos
en el
suelo. Y luego… luego la hizo cabalgar el peor de los instrumentos de
tortura
inventados por el hombre. Uno que él denominó como «un potro
mucho más
interesante que el de ayer». Y vaya sí lo era. Para él, claro,
porque
ella se encontraba suspendida en ese momento a horcajadas de
aquella
cosa infernal cuya parte superior parecía algo así como un tejado.
Pero lo
peor era el filo de ese tejado, porque no había forma humana de
apoyarse
en el sin que hiciera una insoportable presión contra su sexo.
Así que
allí estaba, de puntillas, con los brazos restringidos en alto y
manteniendo
sus partes tiernas lo más alejadas posibles de aquel elemento
de tortura
sexual.
Los
minutos pasaban y cada vez le costaba más mantenerse de
puntillas.
Sentía que las piernas se le aflojaban poco a poco, volviéndose
más
inestables a cada segundo que pasaba.
La
posición la estaba matando y el esfuerzo causaba que el sudor le
perlara la
piel.
—¡Hijo de
perra! —escupió cuando él volvió a tocarla entre las
piernas,
excitándola y extendiendo por los sensibles pliegues la humedad
que manaba
de su vagina con cada nuevo toque. Humedad que resbalaba
también
por la cara interna de sus muslos.
—Tus
insultos cada vez son más atrevidos, sumisa. ¿Puedo saber por
qué has
escogido «perra» cuando bien podrías haber dicho «puta»?
—Porque es
el animal más parecido al lobo que se puede utilizar en
un
insulto.
Se
enorgulleció de su originalidad. Aunque el estado de ánimo le duró
poco ya
que, casi al momento, él introdujo un dedo en su interior, lo rotó
varias
veces, y luego lo extrajo para, a continuación, deslizarlo por el
pliegue de
su trasero.
Gimió
cuando tanteó el apretado anillo de entrada, y los muslos le
temblaron
de tal modo que no pudo evitar apoyarse sobre el filo del potro.
Entonces,
sacó fuerzas de donde ya no las tenía y se alzó al momento entre
quejidos
mientras él seguía dibujando círculos en su ano.
—¿Te
gusta, sumisa?
—N-no.
La penetró
usando su lubricación natural y ella se sacudió por el
repentino
escozor que le produjo la invasión. Después, él empezó a
embestir
el agujerito virgen con un lento vaivén de su dedo, causándole un
ligero
hormigueo que aumentaba con cada nueva incursión.
Cerró los
ojos tras la tela, abochornada de que algo tan sucio como
que usara
su culo de esa manera fuera tan… placentero.
—No
volveré a repetir la pregunta y esta vez quiero la verdad. ¿Te
gusta,
sumisa? ¿Te pone cachonda que folle tu apretado y lindo culito con
mi dedo?
—Sí,
maldita sea, ¡sí! —medio sollozó, medio chilló enfadada al
tiempo que
dejaba caer hacia atrás la cabeza y ondulaba las caderas—. Soy
la puta de
mi Señor.
Él extrajo
el dedo y la agarró por la barbilla, enderezándole la cabeza.
—¿Qué has
dicho?
Su voz
destilaba problemas. Acababa de volver a enfadarlo, pero más
enfadada
se sentía ella.
—Tengo que
serlo cuando me gusta lo que me haces, cuando permito
que me
uses así.
¡Jesús!
Sentía que los ojos le escocían de manera infernal y las
lágrimas
tardaron poco tiempo en empezar a caer por sus mejillas,
incontrolables,
mientras su cuerpo se sacudía presa de la congoja.
—____…
Justo en
el momento en que las piernas iban a ceder bajo su peso, él la
sostuvo
por el trasero y la aupó contra su cuerpo, exhortándola sin palabras
a que le
rodeara las caderas con los muslos.
Era
fuerte, muy fuerte. Tenía que serlo para sostenerla en el aire de
esa
manera, sin resollar ni dar señal alguna de lo mucho que ella pesaba.
No
queriendo ni pudiendo evitarlo, apoyó la frente contra el pétreo
hombro y
dio rienda suelta al llanto.
—Gatita
—le susurró con un tono que intentaba apaciguar sus
gimoteos
descontrolados—. No eres una puta, ¿me oyes? Eres una mujer
ardiente y
magnifica con cierta clase de necesidades. Unas que te causan
una
confrontación de emociones, sensaciones y pensamientos muy dura, lo
sé. Pero
las necesitas para sentirte completa.
Aquellas
grandes y fuertes manos le acariciaban las mejillas del
trasero,
calmándola, y la serenidad de su voz le resultó balsámica. Como
pegamento
para las grietas de su confianza y su autoestima.
Él
continuó hablando en tono quedo e íntimo, verbalizando por ella
todos sus
miedos y recelos, cada uno de sus pensamientos encontrados. Y
al mismo
tiempo que parecía leerle la mente, comenzó a derribar una a uno
cada muro
que había creado en su cabeza y a rebatir cada falso discurso de
su
conciencia acerca de lo incorrecto, depravado e inmoral que era que le
gustara lo
que él le hacía. Porque, como le dijo, no era su propia voz de la
razón la
que la zahería con esas dañinas palabras, sino la voz que la
sociedad
había infiltrado en ella y que los demás usaban para dictarle lo
que era
correcto o no a ojos del mundo. Un discurso inculcado a través de
los años
que castraba su capacidad de ser libre y feliz.
—Jamás
permitas que te impongan sus estúpidas reglas acerca de
cómo vivir
tu vida, gatita. —La besó en la coronilla, con dulzura—. Y
ahora,
¿crees que podrás aguantar los minutos que te quedan de castigo?
—S-sí,
Señor.
—Así me
gusta. Tan valiente mi pequeña sumisa.
Sus
palabras calentaron el corazón y el ánimo, por lo que alzó el
rostro a
la vez que emitía un último hipido, se sorbió la nariz y sonrió. Una
sonrisa
grande y sincera para su implacable pero tierno Dom.
—Eres
maravillosa y eres mía —le dijo mientras la bajaba.
Resistió
con estoicidad y, aunque en ocasiones la asaltaban
pensamientos
nada halagüeños referidos a él y sus originales castigos, se
los
guardó.
Cuando
retiró el potro y la desenganchó, ella se deslizó por su
poderoso
cuerpo, frotándose en el descenso contra los sólidos músculos
antes de
terminar de rodillas en el suelo, pegada a su pierna.
—Dame tus
brazos, _____. Déjame que me encargue de ellos.
Se los
masajeó hasta que dejaron de sentirse agarrotados. Los dedos
expertos
hundiéndose en la tierna musculatura, aflojándosela.
Una vez
que él hubo terminado y le soltó los brazos, restregó la
mejilla
contra su muslo, al igual que una gatita cariñosa, y esperó a que él
le dijera
qué quería que hiciera a continuación. Pero la orden no llegó.
Él se
limitó a disfrutar de las caricias a la vez que posaba una mano
sobre su
cabeza y le deslizaba los dedos por la melena para luego proceder
a
masajearle el cuero cabelludo, haciéndola ronronear de placer.
Estuvieron
así un rato, disfrutando de las mutuas carantoñas, hasta
que ella
se sintió traviesa y decidió serpentear los dedos por la larga pierna
masculina
para terminar jugueteando con la bolsa que salvaguardaba los
testículos.
—Joder, _____
—masculló reteniendo la respiración de golpe.
Gruñidos,
jadeos y toda clase de sexys sonidos de bestia llenaron la
mazmorra
mientras ella intensificaba las caricias. Hasta que llegó un punto
en que
notó que él estaba tan próximo a la cima que se correría en
cualquier
momento. Entonces, hizo el ademán de tomarlo en su boca, pero
él se lo
impidió.
—No
gatita. Probemos otra cosa.
La levantó
del suelo con delicadeza y la condujo a través de la
mazmorra,
guiándola con un brazo ceñido a su cintura y pegándola al
costado.
—Ven. —La
soltó al tiempo que ella escuchaba como se sentaba—.
Acércate y
ponte a horcajadas sobre mis piernas.
¡Oh, Dios
mío! ¡Al fin lo iba a hacer! La llenaría con su descarada
erección y
la tomaría. Y ella se moría porque lo hiciera de inmediato. Lo
deseaba
dentro, en lo más profundo, llenando hasta el último rincón de su
implorante
vagina.
La ayudó a
colocarse como él quería y la instó a que pusiera los
brazos
sobre la cabeza y los mantuviera allí.
—Otra v…
—No lo veía, pero había llegado a percibir los matices de
su mirada,
como si fueran algo tangible—. Sí, Señor.
Hizo lo
que le decía y al instante él atrapó un pecho en su ardiente
boca a la
vez que restregaba el miembro contra los empapados pliegues,
rozando el
pulsante clítoris con la punta con un poco más de intensidad a
cada nueva
pasada.
Pronto se
encontró gimiendo sin recato y retorciéndose sobre él.
Parecía
que no tenía nunca suficiente de sus labios, de sus dedos, de su
lengua… De
su pene, que en ese momento presionaba contra la entrada de
su sexo
para luego ignorarlo a favor del hinchado brote que palpitaba más
arriba.
¿Por qué
no la penetraba?
Él rió al
escuchar sus quejidos al tiempo que cambiaba de un pecho a
otro e
iniciaba la tortura del duro pico con sus implacables dientes, para
luego lavarlo
con calientes pasadas de lengua antes de soplar sobre él hasta
ponerlo
dolorosamente apretado. Entonces, cuando pensaba que el placer
no podía
ser mayor, lo introdujo en la boca y succionó con fuerza,
enviando
ráfagas de fuego derechas a su vagina.
—Ah… Ahhh…
—No te
corras todavía, gatita.
—Pero…
Él paró de
moverse y abandonó el sobreexcitado pezón. Su silencio
tan
elocuente que ella no pudo agregar protesta alguna, así que se abstuvo
de decir
nada —otra vez— y se quedó con las ganas.
Estaba
rabiosa. Nada más decírselo, notó que se ponía rígida y vio el
delator
rubor encolerizado que le subía por el cuello a la velocidad de la
luz.
Sabía que
contener su temperamento en un momento como ese no le
debería de
estar resultando fácil, por eso la premió con un beso de lengua
profunda
que pronto la convirtió en un charco líquido y dulce.
Aquellos
jadeos y gemidos eran la mejor música para sus oídos y
disfrutó
de cada segundo de ellos.
La hizo
subir alto, hasta casi alcanzar la cima, para luego volver a
dejarla a
un paso del orgasmo. Y lo repitió varias veces, conteniendo
también el
suyo.
¡Ah,
joder! La tenía tan tiesa que podría picar piedra con ella, y los
testículos
se habían apretado tanto que cada nuevo roce contra aquel
resbaladizo
e hinchado coñito era casi agónico. Prácticamente tenía que
convencerlas
de que resistieran un poquito más antes de estallar como una
olla a
presión.
Unió beso
con beso, haciéndole el amor a su boca hasta dejarla sin
aliento, a
la vez que mantenía un ritmo constante entre sus muslos. Cada
nuevo
restregón más perverso que el anterior.
Entonces,
cuando notó como otro orgasmo empezaba a fraguarse en
ella, tomó
de encima del sofá el diminuto vibrador que había usado el día
anterior,
lo lubricó con la espesa miel de su gatita y lo apoyó con firmeza
contra el
apretado anillo de su culito virgen. Porque después del modo en
que había
reaccionado antes, sabía que ella no había sido tomada jamás por
ahí y
ardía de ganas de introducirla en los placeres del sexo anal.
Cuando accionó
el vibrador y lo puso a la máxima potencia, este
comenzó a
zumbar como loco contra la prieta entrada y ____ gritó. Gritó y
gritó
mientras se corría salvajemente encima de él, sacudiéndose presa de
un clímax
devastador que lo arrastró a él al suyo.
La gatita
era una visión de ensueño con la espalda arqueada, los
pechos
sensibles por sus atenciones, la boca hinchada a causa de los besos
y los
mordiscos y los brazos afianzados sobre la cabeza.
Con una
última embestida, eyaculó encima del castigado clítoris y el
tembloroso
pubis, lanzando a continuación los calientes chorros de semen
contra la
cremosa y aterciopelada piel del vientre femenino.
Cuando
ella dejó caer los brazos a los costados y se derrumbó contra
él,
fláccida como un espagueti, tiró el vibrador a un lado y cogió la manta.
Entonces,
la cubrió con ella, envolviéndola como si fuera un paquetito, y la
abrazó al
tiempo que la besaba en la sien con ternura.
Qué
magnifica sumisa había resultado ser una vez dejaba de combatir
contra lo
que en realidad su cuerpo anhelaba. Tan cálida y entregada, tan
esplendorosa
en su sumisión.
Llevarla
al orgasmo era un placer para los sentidos, someterla le hacía
sentir
como el jodido dueño del Edén.
La mimó
hasta que se recompuso y empezó a desperezarse contra él
como la
gatita sensual que era, restregándose y buscando sus caricias.
Ah, no
podía esperar hasta el día siguiente para volver a empujar un
nuevo
límite.
—Por el
amor de Dios, Jeremiah. ¿Has visto esa expresión?
Cuando su
nieta asomó la cabeza por la puerta del dormitorio para
saludarlos
con un alegre «hola» y dedicarles la clase de sonrisa complacida
capaz de
romperle a cualquiera las comisuras de la boca, supo que las
cosas
entre ella y su anónimo pretendiente debían de ir muy bien.
—Sí, la he
visto —replicó su marido, que estaba sentado a su lado en
la cama, a
la vez que tecleaba en la calculadora—. Parece una pompa de
jabón a
punto de reventar.
—Ay, mi
nenita —aplaudió quedo, sintiéndose emocionada por ____
—. Ya era
hora.
Jeremiah
arqueó una ceja con diversión, al verla tan excitada por los
buenos
indicios, y rió bajito mientras volvía a prestar atención a las
facturas
que tenía en las manos.
—No cantes
victoria antes de tiempo —le aconsejó tan prudente como
siempre—.
Que haya llegado con la cara del gato que se comió al canario
no
significa que mañana vaya a haber una pedida de mano. Simplemente
parece que
se lo están pasando bien.
Le dedicó
a su marido una mirada que decía «paparruchas» y comenzó
a planear
la boda en la cabeza.
Oh, una
ceremonia otoñal en el jardín trasero sería deliciosa. Podrían
poner un
arco con motivos de la estación, parecido al de la boda de la nieta
de Winnie
Jobs, y decorar las mesas en tonos dorados y cobrizos y…
—Frena.
—No estaba
haciendo nada —le aseguró con un mohín inocente.
—Sí, podía
escuchar la marcha nupcial y las campanas repicando
como locas
desde aquí.
—Lobo
insufrible. —Se cruzó de brazos—. Alguna vez tendrás que
revelar
cuál es el truco.
—Casi
catorce años a tu lado, amorcito —le confesó sin levantar los
ojos de
los papales y la calculadora—. Eso y que eres como un libro
abierto.
—Oh
—musitó—. Qué decepción.
Jeremiah
levantó la cabeza y la observó sin comprender a que se
refería
con exactitud.
Era un
hombre maduro y atractivo, con ojazos azules matizados por
vetas más
oscuras, espeso cabello negro medio encanecido y adorables
arruguitas
de expresión. Y se mantenía en forma. Su cuerpo seguía siendo
tan
fibroso y compacto como el día en que lo había conocido y sus dotes de
seductor,
sumadas a su apetito,… Bueno, bastaba con decir que era capaz
de
derretir a la más beata de las mujeres. Aunque a Dios gracias ella no lo
era.
Beata, claro.
—¿Debería
de preguntar?
—Sabes que
te lo diré de todos modos, viejo lobo. Lo hagas o no.
—Ah, bien.
Cuando quieras, entonces.
Aleteó las
pestañas con coquetería y su marido se rió entre dientes
antes de
inclinarse sobre ella y robarle un caliente beso.
—Tranquila,
sigues resultando misteriosa a muchos niveles.
—¡Lo has
vuelto a hacer!
Él parpadeo
fingiendo sorpresa.
—¿El qué?
—Ya lo
sabes.
Lo golpeó
en el brazo con falsa indignación y le robó la calculadora,
que
escondió de inmediato a su espalda con una sonrisa artera.
—Y ahora
quién es la insufrible, ¿eh? —señaló él a la vez que
extendía
la mano para que se la devolviera—. Venga, tengo que terminar
esta
pesadilla antes de que me haga más viejo.
Ella se
hizo la sueca, su sonrisa agrandándose por segundos.
—¿Cuánto
me costará esta vez, Maggie?
—Umm… —Se
golpeó los labios con la yema del índice mientras
pensaba en
el pago del rescate—. Lo que yo quiera, cuando lo quiera.
—Eso es
muy vago. Puede ser desde una taza de té a un diamante de
Tiffany’s.
—Ahh, si
soy un libro tan abierto como dices, no te costará
adivinarlo.
Ysi no… —Se acercó a él y le guiñó un ojo—. Tendrás que
confiar en
que mis misteriosas intenciones no sean ni tan caras como ese
diamante
ni tan aburridas como el té. —Sacó el rehén de su escondite—.
Aunque sí
te puedo adelantar algo; valdrá la pena.
Jeremiah
recuperó la calculadora en cuanto se la ofreció de vuelta.
—Siempre
vale la pena, amorcito. Siempre.
—Noche de
chicas —decretó una sonriente Nana en cuanto escuchó el
portazo
que le comunicaba que su marido acaba de irse—. El lobo ha
abandonado
la guarida.
Le
encantaban las «noches de chicas» de la abuela porque nunca sabía
que nueva
ocurrencia tendría en mente para amenizar la velada. Y nunca
resultaban
aburridas. Aunque suponía que en esa ocasión se verían bastante
limitadas,
dadas las circunstancias.
—Eres
terrible. ¡Pobre Jeremiah! —Meneó la cabeza—. Sólo te faltó
darle una
patada en el trasero para echarlo fuera.
—Bah, bah.
Su orgullo de lobo no se ha visto resentido, tranquila. Él
sabe que
lo quiero con locura, pero de vez en cuando es sano y conveniente
disfrutar
de una noche de «cada uno por su lado». Recuérdalo.
—Tomo
nota.
Por lo
visto esa noche comenzaba el campeonato en la bolera. Algo
así como
una especie de SuperBowling de Woodtoken en la que se
enfrentaban
cachorros imberbes contra lobos de pelo en pecho. Un feroz
combate
generacional, regado de cerveza y hamburguesas altamente
calóricas,
que se celebraba de manera religiosa cada año por esas fechas y
que tenía
tal poder de convocatoria que no quedaba ni un solo macho u
hombre en
casa en varios kilómetros a la redonda.
Oh, por
supuesto que el sexo puesto también era asiduo, pero había
que
admitir que lo hacían en menor medida.
—Estaba
muy guapo con la camisa del equipo —le comentó a Nana
—. ¡Qué
lista fuiste al enganchar al último lobo sexy de esta manada,
abuela!
—No creo
que sea precisamente el último. De hecho, hay un material
muy bueno
para una mujer de tu edad ahí fuera.
Se echó la
mano al pecho con un gemido de dolor y puso cara de no
poder
creerse lo que estaba escuchando. Todo puro teatro, claro. Esa vena
hollywoodiense
la había heredado de la increíble mujer a la que tenía el
privilegio
de llamar abuela.
—¡Me estás
llamando vieja!
Nana
sacudió la mano y se recostó contra la pared de mullidos
almohadones
y cojines que la mantenían confortablemente enderezada sin
que su
espalda sufriera por la postura.
Sus rubios
cabellos recortados a lo Helen Mirren destacaban contra el
lila de
las fundas, a juego con la ropa de cama, y a pesar de que se había
visto
obligada a guardar reposo, no por ello descuidaba su apariencia. En
ese
momento llevaba puesto un bonito y liviano camisón de verano en
tonos
crema, que tenía una pequeña y coqueta lazada entre los pechos, y
llevaba
las uñas pintadas en rosa. De hecho, el esmalte parecía muy
reciente.
—Eres
joven, aunque ese tic-tac…
—Ya, lo
sé. Se me va a pasar el arroz —musitó al tiempo que cogía
una de sus
manos y observaba la impoluta manicura—. Eso si no se ha
pasado ya.
Por cierto, dijiste que me avisarías cuando Betty viniera a casa a
hacerte la
manicura.
—Oh, se me
olvidaría —dijo con un aire de desconcierto que no podía
ser más
falso que una moneda de dos centavos—. Ya sabes, esto de
permanecer
confinada me pone la cabeza del revés.
¡Tamaña
mentirosa! La cabreaba como una mona el estar atada a una
cama, eso
sí, pero tenía una lucidez y una memoria que ya quisieran para sí
muchos
universitarios. Ergo, algo se traía entre manos.
—Y como
estos días tú andas tan entretenida por las tardes…
Y ahí
estaba.
Tenía la
impresión de que toda la conversación, desde sus inicios,
estaba
destinada a llegar a ese punto. Que, de algún modo, Nana había
hecho un
caminito de migas al final del cual estaba la trampa y ella, como
un pájaro
tonto, había ido a caer de cabeza en ella. Pero si creía que iba a
hacerla
desembuchar lo llevaba claro, porque no lo haría. Ah, no. Había
ciertas
cosas que no se podían confesar, menos a una abuela. Sobre todo si
se trataba
de su reciente afición a ciertas… perversiones. Hablando de lo
cual…
«Mañana será la última. Prometido».
—Salgo a
correr, Nana. Es… deporte. Sudoroso y aburrido. No sé qué
hay de
entretenido en eso.
—Oh,
dímelo tu, nenita.
¡Jesús!
Era peor que una viuda negra una vez atrapaba a sus víctimas
en la tela
de araña. ¡Qué gran talento desperdiciado!
—Porque no
sabía que correr hiciera resplandecer de ese modo.
Igualito
que una mujer… satisfecha.
—¿Ah, sí?
Será cosa de las endorfinas.
Recibió un
arqueo de cejas como respuesta y supo que no se lo había
tragado.
La abuela no compraría esa moto por nada del mundo, para su
desgracia.
Era asquerosamente perspicaz. Eso o que ella era tan
transparente
como el cristal.
—Ya sabes,
Nana, esa sustancia que se libera con el deporte.
—Y con un
buen revolcón. —«¡Maldición!»—. Oh, sí, nenita, las
conozco de
sobra. Somos muy buenas amigas las endorfinas y yo.
Pregúntaselo
a Jeremiah.
—¡Abuela!
—gritó escandalizada.
Tenía que
salir de ese entuerto como fuera o pronto se vería sabiendo
demasiado
de la vida sexual de Nana y, de regalo, contándoselo todo acerca
de la suya
con pelos y señales.
—Y dime,
¿qué nuevos chismes te ha contado Betty Dodson?
—¿Acerca
de cómo tener más y mejores orgasmos?
¡Ay, no!
Había vuelto a equivocarse con el maldito nombre de la
dueña del
salón de belleza, cambiándole el apellido por el de la famosa
educadora
sexual.
—¡Hobson!
¡Quise decir Hobson!
Se estaba
poniendo colorada a causa del apuro y el bochorno que
estaba
pasando a causa de la insistencia de Nana de llevarlo todo al terreno
sexual.
—Tranquila,
nenita —le dijo a la vez que le daba tranquilizadoras
palmaditas
en la mano—. Respira hondo. No es tan grave la equivocación
como para
ponerse así, a no ser que…
Dios mío,
volvía a la carga.
—Da igual,
Nana —la cortó antes de que pudiera añadir una palabra
más—.
Venga, cuéntame cotilleos.
Por suerte
para ella, había muchas y jugosas novedades que le
hicieron
terminar riendo a carcajadas en la mayoría de los casos. Como en
ese
momento que, tumbada sobre el colchón, se agarraba la tripa mientras
le corrían
las lágrimas por las mejillas.
Ay, a
veces la gente de Woodtoken parecía sacada de una novela de
ciencia
ficción.
—¡Ah, se
me olvidaba! ¿Sabes a quién han visto esta mañana bajando
a comprar
víveres? Al hijo de la señora Reed, Tom. ¿Te acuerdas de él,
nenita? Si
mi memoria no falla, que no suele hacerlo, le habías dado clases
cuando
hiciste aquella sustitución hace ya tantos años. En fin, volviendo a
la cuestión,
por lo visto ha vuelto. Y, hablando del instituto, me parece que
alguien me
había comentado que el profesor Combs se iba a jubilar en unos
meses.
Deberías de pasarte por allí y…
La abuela
siguió hablando, pero ella se quedó rezagada en la parte de
que él
había vuelto, por lo que no fue capaz de continuar el hilo del
monologo
de Nana.
Tom había
regresado. Y de todos los momentos, tenía que haber
escogido
justo ese, cuando ella también lo había hecho. ¡Ironías del
destino!
Porque nadie negaría que ya era casualidad que ambos hubieran
vuelto a
Woodtoken casi a la par. Sobre todo después de tantos años sin
pisar el
lugar.
Intentó
aquietar su corazón y se dijo que no debería de sentir ese
desasosiego,
pero lo hacía. El estomago empezaba a darle vueltas y más
vueltas, a
velocidad de vértigo. Como si fuera una centrifugadora, vamos.
Oh, por
favor… Aquello era lo último que necesitaba. ¡Él estaba allí
otra vez!
¿Qué pasaría si se cruzaban? ¿Se acordaría de ella? ¿Estaría muy
cambiado?
—¡____,
nenita!
Parpadeó,
regresando a la realidad.
—¿Decías?
—Te
preguntaba si te apetecía helado. Tengo una tarrina escondida
para que
no la devore ese lobo goloso que tengo por marido.
—Sí,
claro, dime donde.
Estalló en
carcajadas cuando le dijo el lugar en el que la había
ocultado.
Tenía que admitir que era muy original.
Y mientras
iba a buscar al helado, pensó en que a veces la vida tenía
un modo
curioso de volver a colocarte en el punto de inicio cuando menos
te lo
esperabas.
HOLA!!! BUENO AQUI ESTA EL CAPS 7 ... ESPERO Y LES GUSTE, YA SABEN SI HAY 4 O MAS COMENTARIOS AGREGO MAÑANA SINO NO .. ADIOS :))
Sigueeee
ResponderBorrarYa estoy en España asique sube por miiii porfis que me espera un largo viaje hasta mi casa y así leo un poco jajajajajajajajajajaja
ResponderBorrarSubeeeee
ResponderBorrarEstoy desesperada por seguir leyendo hahahahaha
ResponderBorrarMe encantaaaaaa c:: sube el prox cap muero por ver q pasa xdd. Aa y espero que estes mejor c: cuidatee mucho aa y tambien ya son 5 comentarios con este jajaja , adiosssss
ResponderBorrarEsta buenisimaa!!
ResponderBorrarMe encantoooo virgiii, esto cada vez se pone mas buenoooo jejeje!!!! espero los próximos caps..
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