CAPITULO 6.-
Era demasiado terca para
su propio bien.
Vio como apretaba los
labios, en una abierta negativa a hablar, y supo
que no le quedaría más
remedio que recordarle cuales eran sus deberes de
sumisa y lo que se
esperaba de ella.
La puso de pie entre sus
piernas abiertas y la descalzó con eficiencia y
rapidez al tiempo que
pensaba en que debería de haberla desnudado nada
más llegar, pero en ese
momento había estimado que era más urgente el
dejar asentadas las bases
de lo que sucedería allí.
Lo que menos se hubiera imaginado
entonces era que _____ lo
desafiaría con tanta
rapidez y, para colmo, por algo tan insulso como no
querer admitir en voz
alta que se ponía cachonda cuando le propinaba
azotes en su bonito
trasero.
Oh, sí. No se le había
pasado por alto su reacción. Fue decir la palabra
«castigo» y sentir su
inmediata respuesta. ¡Si hasta había contraído las
nalgas al igual que
cuando esperaba expectante por la siguiente palmada!
Depositó las zapatillas
de deporte y los calcetines a un lado del sofá y
enganchó los pulgares en
la cinturilla del ceñido pantalón de lycra.
Entonces, esbozando una
sonrisa un poco perversa, se los bajó de golpe
mientras hacía oídos
sordos a sus quejas, advirtiéndole de que no
empeorase su situación
con alguna frase inapropiada.
Cuando agarró la lengüeta
de la cremallera de la sudadera, ella le
sujetó la mano con las
suyas y le rogó que no lo hiciera.
—Dime por qué y entonces
puede que me lo piense.
_____ respiró
aceleradamente y luego aflojó por completo el cuerpo, a
la vez que dejaba caer la
barbilla y murmuraba algo ininteligible.
—No te he escuchado,
sumisa.
Alzó el rostro de
repente. Tenía las mejillas encendidas y los labios
tan apretados que le
temblaban. Casi esperaba que le escupiera alguna de
sus floridas frases, pero
no lo hizo.
—He dicho que quería
hacerlo yo.
—¿Qué más?
—¿Qué más qué?
Introdujo la mano bajo la
sudadera y la pellizcó antes de volver a
reformular la pregunta.
—¿Qué más tienes que añadir
a esa frase, sumisa?
—Se-Señor.
—Recuérdalo, _____, o la
próxima vez probarás el potro.
Se estremeció de una
manera deliciosa al tiempo que el rubor
ascendía con rapidez por
su cuello, coloreando las ya de por sí bastante
sonrosadas mejillas.
—Mi fiera gatita. —Le
masajeó las nalgas hasta que la escuchó
ronronear—. Quiero
desnudarte y tocarte por todos lados. Deseo que te
abras a mí, que me
ofrezcas tus preciosos pechos y tu dulce coño. Te
devoraré, te tomaré de
maneras posibles e imposibles y conseguiré que
grites tu placer hasta
quedarte ronca. Sólo di que sí.
Según hablaba, se acercaba
a su apetitosa boquita, relamiéndose de
gusto al pensar en que
pronto tendría esos bonitos y gruesos labios rozando
los suyos; o mejor,
rodeando su polla. Esto último podría tardar más o
menos, pero sucedería.
Era inevitable.
Se adentraría en ese Paraíso
terrenal que era su resbaladiza boca y
gozaría del roce de su
lengua, dejándola satisfacerlo hasta que ella
terminara por tragar cada
gota que él le diera.
—Sí —jadeó ____ a la vez
que le apartaba la mano de la lengüeta y
abría la cremallera,
revelándole su piel cremosa y el conjunto de ropa
interior más
condenadamente vainilla que había visto en años—. Di algo,
por el amor de Dios.
No pudo evitar reírse
ante el modo en que se lo dijo, con voz
impaciente y estremecida.
—Eres un sueño húmedo
hecho realidad.
Y era cierto. Porque esa
lencería, que en otra le habría resultado
anodina, en ella se veía
increíblemente sexy. Quizá fuera debido a esa
mezcla de pudor y
frescura. O tal vez a que estaba loco por ella y le
pondría duro llevara lo
que llevara puesto. Sacos de patatas inclusive.
Rozó el sujetador con los
dedos y le ordenó que dejara caer la
sudadera roja al suelo al
tiempo que se deleitaba con el tacto de la seda y el
encaje negros adornados
con fina cinta roja en los bordes de las copas.
Pensó en lo bonita y
sensual que estaría vistiendo un corsé, zapatos de
aguja y una sonrisa. Nada
más. Pero para que la estampa fuera perfecta,
tendría que afeitarla ahí
abajo un día de esos. Mmm… La idea le
encantaba. Sería un
placer compartido que les dejaría a ambos un muy
buen sabor de boca.
Sí, desnudaría su lindo
coñito por completo y luego se lo lamería y
chuparía hasta hartarse
de su miel. Y ella estaría tan sensible sin el vello
que se correría una y
otra vez sin remedio.
—Déjame adivinar tus límites.
—Le dio un rápido beso antes de
continuar—. A ver… Nada
de dolor severo, marcas, cortes… etc. Azotes y
flogging sí, aunque puede
que el clásico látigo no vaya contigo. De todos
modos, eso lo
descartaremos sobre la marcha.
Se golpeó la barbilla,
pensativo.
—Creo que ha quedado
claro que te excitan las restricciones, así que
un sí rotundo a eso; lo
mismo respecto al sexo oral y la penetración. Y creo
que ese culito está
reclamando también una buena cabalgada, ¿no te
parece?
Ella tembló, pero no dijo
que no, así que la idea le gustaba o, al
menos, le resultaba
tentadora. De hecho, apostaría cualquier cosa a que se
la encontraría
deliciosamente empapada si se colara entre sus braguitas.
—¿Pinzas? Umm, eso también
lo tendremos que comprobar en su
debido momento, pero me parece
que la respuesta será también sí.
—No me agrada el dolor…
S-Señor.
Le costaba decirlo, pero
cada vez que lo hacía le calentaba el corazón
y lo ponía un poquito más
cachondo.
—Oh, te gustará el dolor
erótico tal y como yo pretendo dártelo,
gatita. —Le acarició la
mejilla y ella prolongó el contacto persiguiendo su
mano según él la retiraba—.
Nada demasiado severo, tan sólo lo suficiente
como para que te resulte
placentero.
Aproximó a ____ y le abrió
el cierre frontal del sujetador de un
mordisco. Y cuando las
copas cayeron a ambos lados, liberando los firmes
y henchidos pechos, se
relamió al tiempo que por su garganta ascendía un
rugido bajo y grave.
Entonces, le ordenó deshacerse de la prenda, que
terminó en el suelo junto
al resto de la ropa, y procedió a ahuecar los senos
en sus grandes manos.
—Qué bellezas. —Corrió
los pulgares por los rosados pezones, que se
contrajeron todavía más
bajo su toque—. Soberbias, gatita. Como tú.
Se inclinó hacia delante
y atrapó uno de los duros brotes entre sus
labios, haciendo que ella
se sacudiera con un gemido prendido en la boca y
se derritiera bajo sus
atenciones, a la vez que se dejaba llevar por el ritmo
de las ávidas succiones.
Chupó el pico con dureza,
lo raspó con los dientes y después lo lavó
con firmes pasadas de su
lengua hasta que sintió que se ponía
imposiblemente duro
contra el velo del paladar. Sólo entonces lo soltó para
exhalar su cálido aliento
sobre el prieto botón y proceder a continuación a
volcar sus atenciones en
el otro.
Para cuando terminó, los
pechos se veían positivamente excitados y
usados. Preciosos y
temblorosos, al igual que su dueña, y cubiertos de un
exquisito color que hacía
juego con el intenso rubor que cubría las mejillas
de _____.
Agarrándola por la nuca,
le hizo descender el rostro hasta el suyo y se
unió a ella, boca con
boca.
Primero la tomó despacio,
sosteniéndola quieta mientras la saboreaba
con morosidad y retozaba
a placer entre aquellos labios llenos. Después,
hundió la lengua en su
interior y la enredó con la de ella, saqueando su
boca hasta que la notó
temblar a causa de su demandante beso.
—Dime, dulce gatita —musitó
una vez roto el contacto—. ¿Quién es
tu Dom? ¿A quién
perteneces?
Ella se tensó e intentó
incorporarse, pero no se lo permitió. La sostuvo
sujeta por la nuca, con los
dedos enredados en la sedosa melena, y le
propinó un lobuno lametón
en los labios entreabiertos.
—¿Quién, sumisa? —la
presionó.
Percibía como se fraguaba
la tormenta, como comenzaba a cernirse
sobre él.
—No-soy-de-nadie.
Valiente, fiera gatita.
Se revolvía contra él con uñas y dientes cada
vez que intentaba empujar
sus límites físicos y psicológicos, pero eso solo
haría que la rendición
resultara más dulce para ambos.
De todos modos, y a pesar
de que no podía permitir esa actitud tan
belicosa, le daría una última
oportunidad.
—¿Qué soy, _____?
—Un capullo con complejo
de Napoleón.
—Pequeña, difícilmente
puedo sufrir de eso. Para tu información, y
por si no lo habías
notado, mido uno noventa y dos. ¿No te estarás
confundiendo de complejo,
por un casual? —se burló.
—Oh, no lo decía por tu
estatura —se revolvió en un intento por
zafarse de su agarre—,
sino por el tamaño de tu pene. Debes de estar muy
acomplejado por su… falta
de altura, así que intentas equilibrar la balanza
sobrecompensando esa
carencia con la dominación.
Bien, se lo había ganado
a pulso. La soltó, agarró las braguitas y se las
arrancó sin miramientos.
Poco le importó que ella
lanzara sobre él una plétora de protestas y de
nuevos improperios,
porque con eso lo único que conseguía era empeorar
su castigo.
Sujetándola por el brazo,
se levantó del sofá y la llevó casi a rastras
hasta el potro. Entonces,
no fue brusco, pero tampoco delicado.
Sencillamente se limitó a
inclinarla y procedió a restringirle primero los
pies, para evitar que le
asestara alguna patada en sus recién insultadas
partes, y luego hizo lo
mismo con las manos mientras observaba como la
gatita se agitaba,
bufando y resollando encolerizada.
—Un consejo, sumisa. Si
cierras la boquita no empeorarás tu
situación. —Le sobó el
trasero y se ganó una sarta de murmullos
incoherentes—. Ah, se me
olvidó hablarte de otra regla. Una pequeñita, de
hecho.
Se alejó de ella para
coger lo que necesitaba para su castigo y no cesó
de hablar mientras lo hacía.
—No puedes moverte a no
ser que te dé permiso y tampoco puedes
hablar hasta que yo lo
diga, salvo que sea para decir «sí, Señor».
¿Entendido?
—Vete a la mierda, ¡sádico!
—¿Quieres que te
amordace?
Aquello fue suficiente
para que callara por un rato, al menos mientras
regresaba a su lado y
desempaquetaba el juguetito que había comprado
expresamente para ella.
Bueno, como casi todo el equipamiento, de hecho.
Porque hasta entonces
nunca había sentido la necesidad de tener una
mazmorra propia. Básicamente
se contentaba con ir a algún que otro club
de cuando en cuando y
hacer uso de las instalaciones que ponían a
disposición de sus
clientes.
—No.
—¿No, qué? —La escuchó
gruñir y resultó ser uno casi tan bueno
como el suyo propio—.
Sumisa, ¿qué se dice?
—No, Señor.
Lo dijo como si se
acabara de atragantar y él tuvo que sacudir la
cabeza preso de la
perplejidad. Tanta sublevación comenzaba a dejar de ser
valentía para lindar el
suicido. Y _____ no era tonta. Ella sabía que no iba a
ganar esa batalla, pero aún
así lo empujaba una y otra vez a que la
castigara.
—Ahora, sumisa, recibirás
tu castigo en absoluto silencio y te sentirás
agradecida por ello. Por
cierto, tienes tus palabras de seguridad. Úsalas si
lo estimas necesario.
Vio que se tensaba de
miedo de la cabeza a los pies y contó en
silencio hasta que
empezaron las súplicas, los ruegos y las promesas de que
no volvería a hacerlo
nunca más.
—Silencio.
Ella calló de golpe y se
rindió. Entonces, él le pasó los dedos un par
de veces por los pliegues
de su sexo y comprobó lo mojado que estaba.
Luego, se los llevó a la
boca y los chupó, probando el delicioso sabor de su
néctar femenino, y
percibió al lobo agitándose dentro de él, pidiendo más.
Siempre con la bestia
bajo control, respiró hondo un par de veces y
terminó de extraer el
diminuto vibrador del envoltorio, que terminó tirado
a sus pies.
Oh, Dios mío. Oh, Dios mío.
¡Oh, Dios mío! ¿Qué había hecho?
Quería morir, tenía que
ser eso. Su actitud desafiante escogía siempre
los peores momentos para
asomar las narices, y ese era uno tan malo como
cualquier otro. No, en
realidad era peor. Y las disculpas no habían servido
para nada.
¿Por qué no podía cerrar
la boca por una vez y parar de provocarlo?
«Porque te saca de quicio
con esa actitud suya tan cavernícola, porque
no serías capaz de estar
calladita ni debajo del agua y porque debes de
poseer una vena
masoquista en alguna parte de tu cuerpo. Por eso mismo».
La había inclinado en el
potro y la había inmovilizado. Sentía el frío
de las restricciones en
sus tobillos y muñecas, junto con el tintinear de las
cadenas que la mantenían
unida a aquel instrumento de tortura.
La iba a disciplinar.
Cierta parte de ella le decía que se lo había
ganado por rebelde, pero
la otra clamaba venganza por la afrenta de verse
sometida a semejante
trato. Ella, una mujer liberada e independiente del
siglo veintiuno.
¡Si hasta le había
arrancado las bragas, por todo lo más sagrado!
Estaba tan desnuda como
el día en que nació, abierta de piernas y
cubierta de miedo y vergüenza.
¿Y qué era ese sonido plástico? Parecía
como si desenvolviera
algo, ¿pero el qué? Ay, mejor no saberlo. Apretaría
los dientes, soportaría
con estoicismo el castigo y después… Después no
volvería a verle el pelo
jamás.
Bufó para sus adentros.
Ni siquiera habían comenzado su «sesión» y
ya tenía más que
suficiente para los restos, así que ni hablar de volver a
repetir. Ah, no. Sus
aventuras en el mundillo de la perversión terminarían
ese mismo día y, en el
preciso instante en que saliera por la puerta, se
olvidaría de todo lo
sucedido allí. Porque no pensaba dedicar ni un mísero
pensamiento más a
aquello, a pesar de que se había excitado cuando le
ordenó guardar silencio y
le rozó el sexo con los dedos. Caray, se había
excitado por casi todo lo
que había dicho, hecho y hasta omitido.
—Ahora estás abierta para
mí, sumisa. No puedes esconderte. Estás
expuesta a mis ojos para
mi uso y deleite. —Su voz autoritaria la enfadaba
y derretía al mismo
tiempo—. Te disciplinaré y luego te mostraré lo que
reciben las gatitas
buenas. Entonces, aprenderás a no desafiar a tu Dom.
Su vagina se estremeció y
calentó. Traidora, pensó. Podía sentir una
llama crepitando en sus
entrañas, una cuya intensidad aumentaba con cada
una de aquellas palabras.
Percibió el calor del
cuerpo masculino un poco más cercano que antes
y supo que se había posicionado
detrás de ella. Si al menos pudiera ver…
De repente, las grandes
manos de él estaban sobre su trasero, los
dedos resbalando por sus
pliegues y abriéndola hasta hacerla sentir más
desnuda si era posible.
Se retorció. Una última y
simbólica resistencia coronada por un
ruidito indefenso que a él
pareció gustarle mucho.
—Y ahora, sumisa…
No terminó la frase. La
dejó en suspenso, flotando en el aire cargado
de expectación y de olor
a cuero y sexo. Oh, Jesús, podía oler su propio
deseo y eso la calentó de
un modo indescriptible.
Entonces, él puso su boca
en ella, justo ahí, y no pudo evitar dar un
gritito y respingar antes
de terminar por contorsionarse de manera ridícula
en el potro, incapaz de
permanecer quieta.
—Esto te pone cachonda.
Probemos a echar más leña a tu fuego,
gatita.
Se sentía vulnerable. No
podía ver, apenas era capaz de moverse. Los
sentimientos colisionaban
los unos contra los otros, confusos, hasta que de
repente él empezó a
introducir algo en ella, a empujarlo en su interior, y
todo su ser se concentró
en sentir.
¡Cielos! Tuvo que
morderse los labios para que las palabras no
brotaran de su boca como
una cascada.
Se sintió decepcionada
porque no era su pene lo que notaba en su
sexo. Se trataba de algo
pequeño y un poco frío, de superficie lisa y suave,
ligeramente abultado. Un
objeto que hizo que las paredes de su vagina se
cerraran a su alrededor,
sacudidas por espasmos, y que la apremió a hacer
fuerza para intentar
expulsarlo. Pero no pudo. Él lo mantuvo allí y luego lo
empujó un poquito más
hondo, como si estuviera buscando el punto
adecuado. Y ella estaba
tan vergonzosamente mojada que él no tenía
ningún problema a la hora
de deslizarlo hacia las profundidades de su sexo.
—Ni se te ocurra empujar.
—Su voz sonó dura.
Quiso sollozar cuando
retiró los dedos de su interior, tal era la
sensación de vacío que le
había hecho experimentar con su pérdida. Sólo
que entonces notó como
los arrastraba hacia su clítoris endurecido y le
propinaba con ellos un erótico
pellizco que la hizo gemir de satisfacción. Y
otro. Y otro más. Y justo
cuando pensaba que no podría soportarlo, la
lamió espaciando en el
tiempo cada pasada de su lengua hasta el punto de
que pensó que moriría
esperando por el siguiente.
—Por favor, Señor… —gimoteó,
rompiendo su silencio.
Pero la única respuesta
que recibió fue un sordo clic, como
si alguien
hubiera pulsado un botón,
seguido de un zumbido y una vibración
procedente de su vagina
que la dejó sin aliento.
Oh, sí. Oh, sí. Ohhh, sí.
Su interior estalló en llamas de placer
mientras la vibración se
volvía cada vez más intensa y persistente. Se vio
envuelta en sensaciones
poderosas que amenazaban con robarle la
respiración y la razón,
que hacían que su sexo chispeara. Que la instaban a
convulsionarse sobre el
potro.
Plaf.
El primer azote la cogió
tan de sorpresa que no pudo ni jadear.
Entonces, se tensó a la
espera del siguiente y, al hacerlo, las paredes de su
vagina se cerraron con más
fuerza en torno a aquel objeto que zumbaba y
vibraba como loco hasta
absorberla en la lenta construcción de su éxtasis.
Hubo un segundo y un
tercero. Rápidos, picantes, sonoros y tan
seguidos que los gemidos
se fundieron en uno. Y luego el juguete paró,
dejándola suspendida al
filo del orgasmo, y ella emitió un sentido lamento
que hizo que el maldito
bastardo se riera.
La espera se le antojó
interminable. Los segundos discurrían lentos,
casi como si se
arrastraran, desesperándola. Pero al poco rato él volvió a
accionar el dispositivo y
la vibración reverberó en cada centímetro de su
sexo, en cada capa de sus
inflamados tejidos.
Plaf, plaf.
Con el cuarto y quinto
azote corcoveó sobre el potro, alzando la
cabeza en un mudo grito
para luego dejarla caer de nuevo.
Era demasiado. El dolor,
el placer, la espera… Y quería más.
Entonces, justo cuando
volvía a alcanzar la cúspide, la vibración ceso
de nuevo.
«Por favor, por favor,
porfavor porfavor porfavor…».
Repitió la tortura dos
veces más, hasta que ella se deshizo y le pidió
perdón entre sollozos.
—Sumisa, ¿quién es tu Señor?
—lo preguntó con tono severo y
entonces ella supo que ya
no podría resistirse más a la compulsión, que lo
satisfaría y con ello se
satisfaría a sí misma—. ¿A quién perteneces?
—A ti, Se-Señor.
—Repítelo, sumisa.
Le pasó las manos por las
ardientes y doloridas mejillas de su
maltratado trasero con
caricias circulares. Molestaba, mucho de hecho,
pero al mismo tiempo se
sentía… bien. Como si todo aquello hubiera sido
correcto, como si la
aceptación del dolor del castigo la hiciera sentirse en
paz.
—Tú eres mi Señor, yo soy
tu sumisa.
Y era cierto. Cada
palabra.
—Ah, gatita. —Su voz le
hizo sentir mariposas en el estómago—. Me
complaces. —Él le dio un
cuidadoso beso en cada nalga y continuó con las
caricias y los masajes—.
Tu culito está de un bonito color rosado ahora
mismo. —Resbaló un dedo
por los pliegues de su sexo, desde la entrada
hasta el clítoris—. Es un
culo muy bonito, _____, al igual que tu coño.
Ambos están rosaditos y
listos para mí. ¿Quieres más, sumisa?
—Sí, Señor.
—Quieres correrte, ¿verdad?
—Trazó círculos alrededor del hinchado
brote, sin tocarlo—. Pero
todavía no te dejaré. Primero aprenderás a servir
bien a tu Señor.
La liberó de las
restricciones y sus piernas temblaron. Entonces, la
pegó a él y apretó el
musculoso torso a su espalda, haciéndola consciente
de la soberbia erección
que pujaba contra su trasero, para luego ahuecar sus
pechos.
—Eres una mujer muy
ardiente, _____. Y hermosa, rabiosamente
hermosa.
Le creía. Él la hacía
sentir así. Hermosa, sensual, apasionada…
insaciable. Y suya.
La giró hasta
posicionarla de cara a él y le acarició las mejillas y los
labios con ternura.
—Ahora, pequeña sumisa,
de rodillas.
—¿Perdón?
—De rodillas. Sin
protestas.
Hizo lo que le ordenaba.
Se arrodilló frente a él y esperó,
completamente rendida a
su voluntad.
—Abre tu boca.
Ya no la estaba rozando
con los dedos, sino con algo muchísimo más
grande, algo que parecía
su…
—Toma mi polla, sumisa.
Chúpala.
Oh, Jesús. Su vagina se
contrajo alrededor del ahora inactivo juguete y
pensó que se moriría de
vergüenza. La idea era rematadamente excitante,
pero ella no era buena en
ese campo en particular. Más bien era regular en
todo lo tocante al sexo,
como Garrett se había encargado de recordarle
constantemente, para su
mortificación.
—No permitas que tus
pensamientos sigan por ese camino —la
regañó. ¿Lo había dicho
en alto? No, imposible—. Abre la boca, gatita.
Hagas lo que hagas, me
proporcionarás mucho placer, te lo aseguro.
¡Jesús! ¿Es que aparte de
Dom era adivino? Parecía como si le hubiera
leído la mente o algo por
el estilo.
Todavía indecisa,
entreabrió los labios y sacó la punta de la lengua
para darle un tímido
lametón a la erección que él sostenía frente a su boca.
El sonido que le escuchó
emitir cuando lo tocó la envalentonó un poco
y volvió a repetir el
movimiento, sólo que añadiéndole un giro.
—Sigue, _____. Tómala en
tus manos.
Las levantó y dejó que él
las guiara hasta su tieso miembro. Oh, mi…
Era enorme, gruesa,
extremadamente dura y ardiente. Y estaba recubierta
de una piel tan suave que
no pudo evitar restregar la mejilla contra ella.
—Empieza como quieras. Lo
que estás haciendo ahora se siente…
muy bien.
Lamió la cabeza y paladeó
el sabor salobre y un poquito picante del
líquido pre-seminal que
resbalaba por ella. Después, pasó la punta de la
lengua por el frenillo y
descendió hacia la base en un lento zigzag que le
valió un gruñido de lobo
extasiado.
Entonces, se infló de
coraje y lo tomó en su boca con un ronroneo.
Primero el glande, que
rodeó con su lengua varias veces en ambos sentidos,
hasta que él le agarró la
melena a puñados y le susurró que continuara; y
luego el resto de su eje,
casi hasta la base. Pero era demasiado, por lo que
tuvo que recular un poco.
Lo chupó incrementando la
fuerza y la velocidad con cada nueva
pasada. Arriba y abajo,
arriba y abajo. Introduciendo un centímetro de cada
vez, sintiéndose audaz.
Lo succionó, guiándose por sus murmullos de
placer, y lo lamió como
si fuera un caramelo.
—Respira por la nariz,
gatita —hablaba con la respiración atascada en
la garganta—. Y no tomes
más que aquello con lo que puedas lidiar. Te
juro que me encanta lo
que estás haciendo, pequeña. No pares.
Le sostenía la melena en
un férreo puño, controlando la ondulación de
sus caderas mientras le
acariciaba la cara con la otra mano, instándola a
continuar, animándola a
ser más atrevida en sus jugueteos.
Sus jadeos y gruñidos la
encendían y complacían.
Lo estaba haciendo y casi
no podía creerlo. Tenía la polla de su Dom
en la boca, lo estaba
llevando al éxtasis. Y se sentía feliz, orgullosa.
Satisfecha.
Aquella felación era un
placer compartido, uno que consiguió que su
mente se abriera de golpe
y que le hizo entender que después de aquello ya
no sería capaz de volver
al sexo convencional. O a otro hombre.
—Más rápido, sumisa. Más
duro. Usa tus dientes y juega con mis
pelotas.
Su sexo ardía a la vez
que hacía lo que le había ordenado. Se sentía
mojadísima y muy
caliente, excitada más allá de toda lógica. Y, justo
cuando parecía que podría
correrse únicamente con darle placer a él, la
vibración regresó y ella
gimoteó sorprendida alrededor de la erección
profundamente enterrada
en su boca.
Después de aquello, perdió
la noción de todo excepto de lo que le
hacía sentir a él y de lo
que sentía ella. De los sonidos de ambos,
entremezclados; de las
palpitaciones del pene y las contracciones de su
vagina. Y de repente,
todo estalló. Él. Ella.
El orgasmo fue como un
tsunami. Gimió y jadeó mientras se corría,
mientras él se corría, y
tragó el semen espeso y caliente al ritmo de las
convulsiones que sacudían
su sexo.
Entonces, el mundo entero
se diluyó a su alrededor y lo siguiente que
supo es que estaba
acurrucada contra él, de regreso en el sofá, y que su
Dom la abrazaba y
acariciaba como si ella fuera su sol, su luna y sus
estrellas. Porque se sentía
precisamente así.
Rodeada por una manta y el
calor que manaba de él, suspiró y se
fundió contra el cuerpo
de su amante.
Los músculos de él se
contraían bajo el roce de su perezosa mano cada
vez que la pasaba por los
duros pectorales, la subía hacia los hombros y la
hacía descender por los
trabajados brazos.
No se había fijado antes
en lo maravilloso que se sentía el crespo
vello que espolvoreaba el
contorno de las chatas tetillas, o lo potentes que
se sentían sus
abdominales, tan marcados como una tableta de delicioso
chocolate. Quizá otro día
dejaría que se los lamiera, que lo lamiera a todo
él de la cabeza a los
pies.
—Si sigues tocándome así,
gatita —le siseó al oído con su voz de
barítono enronquecida—,
tendré que follarte como mi lobo se muere por
hacer. Y todavía es
pronto, pequeña, así que no tientes a tu suerte.
Se estremeció gozosa ante
la perspectiva.
Oh, lo haría, pensó
esbozando una sonrisa juguetona contra la caliente
piel masculina. Tentaría
su suerte. Mañana regresaría y volvería a poner a
prueba el temple de su
Dom.
«¿No habías dicho que sólo
sería por esta vez?».
Bueno, que fueran dos.
Después de mañana se olvidaría de todo
aquello y seguiría con su vida.
HOLA!!! BUENO ... OMG .... ESTUVO FUERTESITO EL CAPS NO?? JAJAJJAJA YA ME IMAGINO LA CARA QUE PONDRAN TODAS CUANDO LEAN ESTE CAPS ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO EL LUNES SINO NO .. ADIOS ... YA AGREGE EN LA NOVE DE SEXO CON MI AMIGO POR SI NO SE ACTUALIZA ... ADIOS Y GRACIAS POR SUS ANIMOS :))
Jajajajajaja yo estaba. Asi O.O jajqjajajaja. Me encantaa. .tom es tan pervertido jajajaj sube luego pleasee y arriba el animoo cuidate bye
ResponderBorrarNo que deria esa la unica vez!!
ResponderBorrarEstas jodida rayita!! Quién diría que noo.
Siguelaa Virgii.. Esta bienisima :)
:O:O Que cap tan eroticoooo virgii jajaja y no sera esa unica vez (Tn) jejeje esta super buena me encanto virgi espero el próximo cap..!!!!
ResponderBorrarPlasee subeeeee , adioss
ResponderBorrar