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viernes, 16 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 5

CAPITULO 5.-
Observó con orgullo la mazmorra que había montado en el búnker de la
época de la Guerra Fría que venía incluido dentro de la extensión de
terreno de bosque que había adquirido meses atrás, cuando decidió que ya
era hora de volver a Woodtoken.
Se acercó a la mesa con restricciones y la acarició al tiempo que
pensaba en la larga ausencia a la que se había sometido de manera
voluntaria. Primero cuando partió al MIT, de donde salió con la doble
titulación de matemáticas y física; luego cuando lo contrataron para poner
sus excepcionales aptitudes al servicio del Gobierno; y finalmente… la
gran cagada de Afganistán. Admitía que esto último había sido la mayor
locura que había cometido jamás, pero estaba en un momento tan bajo que
optó por la primera opción suicida que se le cruzó por delante.
Apartó los recuerdos de aquella época oscura de su mente y anduvo
hasta la pared en la que había colocado la cruz de San Andrés, que se
encontraba flanqueada por gran parte de sus juguetitos en perfecta
exposición. Escogió un flogger de siete colas que procedió a probar,
ejecutando certeros movimientos. Por lo visto no había perdido el toque.
Esbozando una sonrisa torcida, deslizó las colas de flexible cuero por
la palma abierta de la mano a la vez que se imaginaba lo mucho que
gozarían él y _____ cuando lo usara sobre su cremosa y receptiva piel. Pero
eso no sucedería esa tarde. Todavía era demasiado pronto, aunque si lo
desafiaba… puede que llegara a replanteárselo.
Volvió a colocar el flogger en su sitio, avanzó un par de pasos y apoyó
la cadera enfundada en un vaquero negro en el potro. Entonces, cruzándose
de brazos, fijó la mirada en sus pies calzados con botas militares y pensó
en lo que haría con ella una vez la trajera a su pequeño reino del placer.
Antes de nada, le explicaría las reglas del juego, seguro de que
terminaría aceptando tras la probadita que le había dado el otro día.
Oh, sí. Su pequeña sumisa tenía mucho fuego en su interior, sólo que
este permanecía atemperado y flameando a muy baja intensidad, a la
espera de que alguien lo alimentara. Y él ya lo había hecho dos días atrás.
Aquella tarde había arrojado el primer pedacito de madera a esa llama,
obteniendo a cambio un estallido crepitante y la respuesta más
prometedora que hubiera podido esperar. Un sueño hecho realidad, uno
cuya materialización llevaba esperando media vida y por el cual pensaba
luchar con garras y dientes.
Sí, la guiaría hasta su mazmorra, desplegaría sobre ella sus artes de
Dom y la prepararía poco a poco, día tras día, hasta que terminara
aceptando llevar su collar y todo lo que ello implicaba.
El lobo se retorció en su interior, arañando y aullando. El no poder
reclamarla todavía lo estaba volviendo un poquito loco, pero el hombre
sabía que con _____ las cosas había que tomárselas con relativa calma.
Nada de decisiones impulsivas o precipitadas, siempre midiendo los pasos
y sin cometer el error de empujar demasiado lejos demasiado rápido.
Porque, a pesar de todo su temperamento, era una gatita asustadiza. Una
que no dudaría en huir si la amedrentaba en exceso.
Y él quería mantenerla a su lado para siempre, por lo que no
permitiría que la oportunidad se le escurriera de entre los dedos.

Vale, era una PSR. Una perfeccionista sin remedio. Tenía que serlo cuando
se había pasado la ultima hora inmersa en una vorágine de quita y pon en
busca del conjunto adecuado. Vorágine de la cual era mudo testigo el
desorden de ropa interior que había tomado por asalto toda la superficie de
la cama.
Mientras se probaba un modelito tras otro, pensó en que el hecho de
que la abuela hubiera sufrido tan absurdo accidente, justo cuando faltaba
tan poco tiempo para que terminara el año escolar y su renuncia fuera
efectiva, había sido como una especie de patada en el culo del destino.
Después de toda la debacle de Garrett, ella había sentido la acuciante
necesidad de hacer algo, de dar un giro a su vida y alejarse de aquel
horrible lugar en el que había vivido durante tantos años. Demasiados. Y
cuando recibió la llamada de Jeremiah fue como si todas las piezas
encajaran donde debían; así que en el mismo instante en que fue
oficialmente libre, empaquetó su vida pasada y la envió a casa de sus
padres para que se encargaran de guardarla, hizo las maletas y puso rumbo
a Woodtoken sin pensárselo ni por un segundo.
Porque Nana y su marido la necesitaban, pero también porque ella los
necesitaba a ellos, así como el refugio de amor y comprensión que siempre
habían puesto a su disposición.
Regresar al hogar paterno estaba fuera de toda discusión. Si lo hacía
no la dejarían recomponerse en paz después del gran y doloroso error que
había sido Garrett. El cabrón, putero infiel de su ex. El mismo que había
retrasado la boda durante cuatro largos años, con excusas baratas, mientras
se tiraba a todo lo que tuviera faldas y un buen par de tetas. ¡Ojalá lo
hubiera descubierto antes en lugar de malgastar tanto tiempo al lado de un
hombre que no la merecía! Pero lamentarse ahora era inútil.
Al recordar lo duros que habían sido aquellos días, notó como su
ánimo amenazaba con venirse abajo y se preguntó que se suponía que
estaba haciendo. Porque se había dicho que no volvería a caer en las garras
de otro hombre y sin embargo allí estaba, preparándose para ir al encuentro
de uno que en realidad no conocía. Alguien que no era sólo un hombre,
sino también un lobo. Lo que elevaba el peligro al cuadrado.
Echó un vistazo al reflejo que le devolvía el espejo del armario y sonrió a su pesar. ¿A quién pretendía engañar? Ese rubor en las mejillas,
ese brillo en los ojos, el revoloteo en la boca del estómago… Le excitaba la
mera idea de probar la cara «amable» de la perversión, de que fuera otra
persona la que llevara la batuta y la empujara a saborear sus más oscuras
fantasías.
Quería cederle el control a él, una vez. Luego podría continuar
adelante sabiendo que al menos le había dado un mordisquito a la manzana
prohibida, que había tenido el coraje suficiente para adentrarse en un
mundo que otros únicamente eran capaces de imaginar, de anhelar en
secreto o de abominar.
Y sabía que no sería fácil, pero al menos lo iba a intentar. A fin de
cuentas, no era para toda la vida.
Se lo tomaría como quien va a un concesionario a probar el modelo de
coche que le interesa antes de decidir si piensa adquirirlo o no. ¿Acaso eso
era malo? Jugar, experimentar… Aunque fuera con algo en apariencia tan
tabú como el BDSM.
—Mamá me enviaría de cabeza a un exorcista si supiera lo que
pretendo hacer. O a un loquero.
Fue verbalizarlo y sentirse… mal. De hecho, no pudo evitar pensar
qué dirían sus padres si se enteraran de que su hija coqueteaba con esa
clase de opción sexual. O, ya puestos, lo que opinarían al respecto el resto
de su familia, amigos, colegas… ¿Alguno de ellos sería capaz de
comprenderla? ¿De entender ese extraño y vergonzoso anhelo que
palpitaba en su interior?
«Una vez. Una única vez. No es delito. No es pecado, aunque pueda
parecerlo. Y nadie lo sabrá, a excepción de ti y de él».
Inspiró hondo y se miró por última vez en el espejo antes de ponerse
la ropa de correr.
Rompería las reglas que habían regido su existencia. Sería osada,
correría el riesgo. Gozaría de una tarde de placer por una vida de pasos
excesivamente medidos.

La olió incluso antes de verla. Olfateó en el aire su aroma de mujer, tan
único, y la mezcla de cítricos y expectación sazonada por el leve deje del
miedo.
Se aproximó a _____ por la espalda, sigiloso, y la observó con
detenimiento.
Sus bonitas curvas, sus largas piernas, la larga melena chocolate
recogida en una coleta que le caía hasta casi la mitad de la espalda…
Llevaba un pantalón distinto al del otro día, pero la misma sudadera roja
con capucha. Esa que le hacía pensar en convertirla en la protagonista de
una versión pervertida y caliente de Caperucita y el lobo.
Tenía las manos apoyadas en las caderas y daba golpecitos
impacientes en el suelo con el pie derecho, haciéndole sonreír para sus
adentros con sus patentes muestras de impaciencia.
Parecía que a la gatita no le gustaba esperar, pero él no tenía la culpa
de que ella hubiera llegado antes de la hora acordada. Lo cual era buena
señal. Cambió de forma en un parpadeo y la tomó por sorpresa a la vez que
le tapaba los ojos con las manos y le daba un húmedo beso en el lateral de
la garganta como saludo.
—¿Te gustó mi regalo?
—Sí —susurró ella casi sin voz cuando empezó a deslizarle la punta
de la lengua por el cuello, arriba y abajo.
—Entonces, ¿Caperucita quiere ser el juguete del lobo feroz y
comprobar si la leyenda es cierta o ha venido hasta aquí únicamente para
darle calabazas?
Usó una única mano para cegarla y así poder rodearle la cintura con la
otra. Entonces, le mordió la oreja, haciéndola jadear, y frotó su mejilla
contra la suavidad de la de ella.
—Tal vez a Caperucita le apetezca más convertir al lobo feroz en un
bonito felpudo para la casa de su abuelita —replicó con ironía.
Chasqueó la lengua de manera reprobatoria y le propinó una
dentellada de advertencia en la yugular que la hizo saltar con un gritito.
—Eres una sumisa un poco díscola —gruñó—. ¿Sabes lo que les pasa
a las sumisas como tú, _____?
—¿Qué se lo pasan en grande tocándole las narices a su Dom?
—Puede, pero a cambio terminan con un trasero inutilizable durante
dos días. O algo peor.
Ella se estremeció y pudo oler la excitación y el miedo que le habían
provocado sus palabras.
Parecía que la idea de ser disciplinada la seguía poniendo cachonda,
así que tendrían que explorar ese camino y ver hasta qué punto podía
empujar los límites de su gatita intrépida.
—Hoy no nos quedaremos aquí.
Percibió su súbita rigidez y la calmó de inmediato acariciándole el
cuello con los labios y suavizando el tono de su voz.
—Tranquila, gatita. Tan sólo quiero llevarte a un sitio donde
podremos pasarlo bien sin miedo a ser pillados. ¿O acaso te pone la idea de
que alguien te vea?
—No. —Se retrajo.
—Umm, detecto cierto grado de mentira en tu respuesta, mi pequeña
sumisa, pero por esta vez lo dejaré estar. —Restregó su cuerpo desnudo
contra el de ella—. Más que nada porque no me gusta compartir mis
juguetes, _____. Jamás te exhibiré o dejaré que otro te toque, no
sexualmente hablando. Durante el tiempo que estemos juntos seremos
únicamente tú y yo y nuestro placer mutuo.
La relajación de ella fue tan patente y repentina que se tuvo que
morder la boca para no echarse a reír. Era tan franca en sus reacciones que
le resultaba dulce y refrescante.
—Bien. Ahora me seguirás y podremos hablar acerca de las reglas con
tranquilidad una vez estemos bajo techo.
_____ asintió y él le retiró las manos de los ojos al tiempo que volvía a
cambiar de forma en un parpadeo. Entonces, cuando ella se dio la vuelta,
comenzó a trotar bosque a través en dirección a su propiedad.
No fue un paseo largo. Apenas diez minutos de caminata ligera hasta
que divisaron la entrada del búnker, que había dejado entreabierta por
razones prácticas ya que era más cómodo eso que llevar la llave colgada
del cuello del mismo modo que había hecho la vez anterior con la tela que
usó para cegarla. Al final resultaba bastante engorroso con tanto cambio de
forma. Nada más llegar, se sentó al lado de la puerta y le indicó con la cabeza
que la empujara.
¿Pretendía que entrara ahí? ¡Pero si parecía un viejo búnker abandonado!
Recelosa, empujó la puerta y descubrió un largo tramo de escaleras
perfectamente iluminado que descendía hasta casi perderse en las entrañas
de la tierra.

Observó las paredes y el techo. Se veían sólidos en apariencia, o al
menos nada auguraba que pudieran caérsele encima en cualquier momento.
Y no había tufillo a cerrado, humedad o moho, sino todo lo contrario. Era
como si un batallón de limpieza hubiera pasado por allí no hacía mucho
tiempo, adecentando el lugar. Incluso la capa de pintura parecía reciente, si
se fiaba de su aspecto.
Le dedicó una mirada al inmenso lobo negro que permanecía
silenciosamente quieto y se perdió por un instante en sus hipnóticos ojos
amarillos. Tan intensos que no parecían de este mundo.
Debería de resultarle terrorífica la manera en que los clavaba en ella,
como si quisiera tirársele encima y engullirla, pero tenía el efecto
contrario. Quizá era eso lo que experimentaban las personas que
practicaban deportes extremos; ese subidón que provocaba que el corazón
latiera a la velocidad de un Formula Uno, la respiración se disparara hasta
el hiperespacio, las pupilas se dilataran hasta casi engullir el iris y la
sangre rugiera como el león de la Metro en las venas. Eso y un estado de
euforia al cual cualquiera podría volverse adicto sin problemas.
Tuvo que obligarse a controlarse. Jesús, le hormigueaba todo el
cuerpo por culpa de la anticipación.
—Quieres que entre ahí —no era una pregunta, pero él asintió de igual
modo—. Debo de estar loca, porque voy a hacerte caso.
Esto último lo dijo más para ella que para él, pero cuando el lobo se
levantó, se aproximó con parsimonia y frotó la cabeza contra su pierna…
Ella notó que su corazón se llenaba de algo que hacía mucho tiempo que no
sentía. Algo largamente olvidado. Y entonces, le dio un vuelco. Al igual
que aquel primer día como sustituta temporal en el instituto de la
localidad, cuando entró en el aula repleta de pre-universitarios, sintiendo
como le temblaban las piernas de los nervios, y lo vio. Entre aquel alboroto
de muchachos, él destacó como la luz de un faro en mitad de la noche. Y
cuando la miró con sus asombrosos ojos dorados, medios cubiertos por los
mechones de pelo negro que le caían sobre la frente, de repente el miedo se
disipó y su corazón se colmó con un arrebatador sentimiento. Al igual que
acababa de ocurrir en ese momento.
Sintió un nudo en el estómago al volver a conjurar la imagen de
Tom en su mente y se preguntó de nuevo qué habría sido de él. Quizá ya
estuviera casado, puede que hasta tuviera hijos. Seguramente la habría
olvidado por completo, tal y como ella había vaticinado aquella última
noche.
Entró tras el lobo y cerró la puerta. Y con ello dejó fuera de aquel
lugar los fantasmas del pasado junto con todos sus recuerdos.
Realizó un par de inspiraciones profundas y lo siguió escaleras abajo,
agarrándose al improvisado pasamanos de gruesa cuerda que le raspaba la
mano con su textura tosca y áspera.
No supo cuantos escalones había descendido cuando vio otra puerta
entornada a través de la cual se entreveía una estancia iluminada por una
luz muy diferente a la que brillaba sobre sus cabezas. Una cálida e íntima.
Entonces, el lobo de apoyó en la puerta y la empujó, revelando ante su
atónita mirada una…
—¿Mazmorra? —graznó—. ¿El sitio en el que supuestamente nos lo
vamos a pasar tan bien —entrecomilló esta última la palabra con los dedos
— es una jodida mazmorra?
Ella había estado pensando en un dormitorio, no en una habitación que
parecía sacada de una pesadilla acerca de la Santa Inquisición. Uff…
Mientras no aparecieran los Monty Python…
—Da escalofríos —musitó para sí—. ¿De verdad tengo que entrar
ahí?
Él se acercó, la rodeó y la empujó hacia el interior con un firme golpe
contra las piernas.
Renuente, dio un par de pasos y se paró justo debajo del marco
mientras intentaba asimilar en donde demonios se había metido esta vez.
Porque si aquello era el concepto de un Dom acerca de una sala de juegos,
no quería ni imaginarse lo que pensarían que debía equipar una de tortura.
¿Por qué no se le había ocurrido el día anterior, cuando estuvo
googleando, el buscar información acerca de las mazmorras? Lo único que
sabía del asunto era que existían, punto. Pero lo último que se le hubiera
pasado por la cabeza es que él poseyera una. Porque tampoco debía de ser
muy barato montar un chiringuito semejante, ¿verdad? Tenía todo el
aspecto de resultar un hobby caro. Caro, excéntrico y… pervertido.
Analizó el interior. Las paredes estaban revestidas de piedra color gris
pálido con vetas doradas. Al fondo había una cruz de San Andrés —la
recordaba del glosario de términos y «juguetes» que había ojeado— que
estaba flanqueada por lo que parecían floggers, cadenas, cuerdas, esposas y
sabe Dios que otros objetos de tortura.
También había una especie de mesa o de camilla, un potro, una silla,
restricciones colgando del techo… Y en un lateral, chocando bastante con
todo el conjunto, un sofá de apariencia confortable sobre el que había una
manta pulcramente doblada.
Dio un respingo cuando escuchó cómo se cerraba la puerta con un
golpe seco y se percató de que se había adentrado en el interior de la
estancia sin darse cuenta. Entonces, él volvió a cegarla con una tela negra,
al igual que la otra tarde, antes de que tuviera tiempo de darse la vuelta
para poder verle el rostro.
—No es tan terrible como parece, gatita —le susurró al oído mientras
le deshacía la coleta y le masajeaba los tensos hombros—. Tan sólo tienes
que dejar de pensar y empezar a sentir.
Lo escuchó moverse a su alrededor y, a pesar de que la había cegado,
podía sentir sus ojos fijos en ella. Era la clase de mirada que abrasaba
aunque no pudieras verla, como si te estuvieran tocando con fuego.
—A tu derecha, tapadas por las cortinas, hay tres puertas. Una es el
cuarto de baño, otra algo parecido a una pequeña cocina y la última… —
Exhaló su aliento ardiente sobre el lateral del cuello, estremeciéndola—.
En esa hay una cama muy grande y cómoda que estaría encantado de usar
contigo un día de estos.
Se alejó y al instante sintió el frío de su pérdida. No necesitaba que él
la dominara con una mirada o un gesto, sino que le bastaba con el sonido
de su voz o la pura potencia de su físico para sentirse pequeña, sometida,
asustada… y caliente.
—Estoy aquí, gatita —le aseguró—. Muy cerca.
¿Se habría dado cuenta de lo ridículamente desprotegida que se había sentido en el momento en que se apartó de su lado?
—Respira tranquila, no me he ido lejos. Te juro que jamás te dejaré
sola estando restringida de alguna manera.
Sus palabras la hicieron ser consciente de lo acelerado de su
respiración. Se encontraba tan centrada en todo lo demás que ni siquiera se
había percatado que empezaba a hiperventilar.
Escuchó sus pasos. Él se acercó de nuevo y la tomó por la cintura con
sus enormes manos, logrando que se sintiera diminuta a su lado, cosa que
no era. Medía un metro setenta, por el amor de Dios, y sus formas eran
demasiado rotundas como para ser calificada como «pequeña», pero aún
así la hacía sentir como una versión de bolsillo a su lado. Lo percibía como
un coloso en comparación.
De repente, él le pasó un brazo por la parte posterior de las rodillas y
la levantó del suelo como si no fuera más pesada que una pluma. Nada más
lejos de la realidad.
—Vamos a ponernos cómodos en el sofá para discutir unos pequeños
detalles antes de entrar en acción.
Le gustó lo que sentía al ser llevada en volandas por él, pero le agradó
mucho más la manera en que la acomodó en su regazo cuando se sentó en
el sofá. Sus brazos fuertes rodeándola mientras la inducía a apoyarse
contra sus duros pectorales, cosa que hizo emitiendo un quedo suspiro.
Estaba desnudo, podía sentirlo, y le resultaba rematadamente
agradable acurrucarse contra el calor de su cuerpo.
—Gatita, hay ciertos aspectos que debes comprender antes de
continuar. —El modo en que la tocaba mientras hablaba la derretía—.
Estableceremos tus límites y yo empujaré algunos de ellos en
determinados momentos, pero jamás te haré daño aunque a veces puedas
llegar a creer que sí te lo estoy haciendo. Para esos casos, hay algo llamado
«palabra de seguridad».
Le acarició la melena y aspiró su aroma con un sonido sexy de lobo.
—Por ejemplo, si una situación se vuelve incómoda o no funciona
para ti tienes que decir «naranja», entonces yo entendería que precisas que
baje el listón o que pruebe con algo distinto. ¿Lo entiendes?
Asintió en silencio.
—Si ves que es insoportable y yo sobrepaso tu nivel de confort de un
modo que hace que no puedas seguir adelante, entonces la palabra
adecuada es «rojo».
Abandonó el pelo y deslizó la mano por su espalda, arriba y abajo,
calentándola. ¿Cómo algo tan simple podía encenderla de esa manera?
—Tú la dices y yo paro lo que esté haciendo. Por completo.
—¿En serio? —Alzó el rostro con una mueca de sorpresa en los labios
—. ¿Yo digo rojo y todo se para?
—Sí. Y puedes cambiar las palabras por otras, si quieres.
Le aseguró que esas estaban bien y él continuó hablándole acerca de
las reglas. Le contó que el lema de oro del BDSM era el SSC —«sano,
seguro y consensuado»— y que si ella estaba allí entendía que era porque
sentía la necesidad de someterse a él, de ser una sumisa.
También le explicó cómo debería dirigirse hacia su persona siempre
que estuvieran inmersos en sus roles y le dejó claro que debería de cumplir
lo que le ordenara sin rechistar ya que la desobediencia, las malas actitudes
y todo lo que implicara menoscabar a su Dom sería castigado
adecuadamente. Disciplinar, lo había denominado él.
Recordó la manera en que la había azotado en su anterior encuentro,
lo que había soñado, y se humedeció.
—Puedo escucharte pensar, gatita. Dime qué ronda esa cabecita tuya.
—N-nada.
—No me mientas, ____ —la riñó—. Ya te lo advertí el primer día.

Sinceridad. Siempre.

HOLA!!! BUENO AQUI ESTA EL SIG CAPS ... YA PUSE LA RAZON POR LA CUAL NO PUDE AGREGAR EN LA PAG DE SEXO CON MI AMIGO ... AHI DICE PORQUE NO AGREGE AYER ... BUENO YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... ADIOS Y QE ESTEN BIEN ... ADIOS :))

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