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jueves, 8 de enero de 2015

.- MIA PARA POSEER .- CAPITULO 1.-

CAPITULO 1.-
Doce años antes…

No había asistido a su baile de graduación y, sin embargo, allí estaba,
muerta del asco mientras ejercía de carabina de una plétora de adolescentes
sobreexcitados que disfrutaban de su última noche como seniors del
instituto de Woodtoken.
Suspiró con cansancio. No debería de haberse dejado convencer, pero
no le había quedado más remedio que aceptar ser uno de los profesores al
cargo de la vigilancia del evento cuando le tendieron la emboscada en
mitad del pasillo dos semanas antes. Fue Peterson, que estaba a su lado en
ese momento, junto con Davis quienes la interceptaron justo a la salida de
una de las clases de matemáticas que daba a los alumnos de duodécimo
grado.Miró de soslayo a Matt Peterson, el joven profesor de historia, que en
ese preciso instante extraía con disimulo una petaca del bolsillo interior de
su chaqueta.
—Peterson —lo amonestó con una fingida mirada reprobatoria
cuando en realidad tenía que esforzarse por no reír.
Él casi escupió el líquido que había logrado ingerir a medias al
escucharla.
—Se supone que nuestro deber es dar ejemplo.
Lo observó toser mientras una gota dorada se le deslizaba por la
barbilla hendida y pudo ver la culpabilidad plasmada en los ojos chocolate
y en el repentino rubor que le cubría las mejillas.
—Lo sé —carraspeó.
Se limpió la gota de licor antes de que le manchara el pulcro cuello de
la camisa blanca, tras haber ocultado de nuevo la petaca en el interior de la
chaqueta con una engañosa expresión de inocencia en el rostro.
—Es sólo que necesito un poco de coraje líquido para sobrevivir a lo
que queda de baile.
Habían perdido ese aire de severa formalidad que se le presuponía a
todo profesor hacía por lo menos una hora; demasiado cansados como para
continuar intentando intimidar con su austera presencia a toda aquella
masa de hormonas alocadas que bailaban por el gimnasio adelante como si
no fuera a existir un mañana.
Incluso Peterson, el siempre estricto señor Peterson, se había aflojado
la corbata y abierto dos botones del cuello de la camisa. Y ¡oh, Dios
Todopoderoso! ¿Eran alucinaciones suyas o tamborileaba con el pie al
ritmo del último hit del año con un leve mohín de diversión? Sin duda
tenía que ser alguna clase de señal de que el fin del mundo se avecinaba,
pensó al tiempo que sofocaba una delatora risita.
La miró de reojo y las comisuras tironearon todavía más de los labios
de Matt al ver su expresión de estupor, convirtiendo la casi inadvertida
mueca del principio en una amplia y patente sonrisa.
—Creo que no me gusta lo que estás pensando —le advirtió a él.
—¿Ahora lees la mente, Travis? —Su sonrisa se ensanchó hasta
alcanzar proporciones cósmicas—. Me gusta esta canción.
Que alguien llamara a Mulder y Scully porque al recto, estricto
profesor de historia le gustaba aquel inclasificable ruido enlatado. Intentó
no poner los ojos en blanco mientras pensaba que aquel trago de licor se le
debía de haber subido por completo a la cabeza en tiempo record. Era eso o
que, tal y como había estado cavilando minutos antes, el apocalipsis se
encontraba a la vuelta de la esquina.
—¿Bailas, señorita Travis?
Su rostro demudó por completo a causa de la sorpresa. ¿Bailar? ¿Ella?
¿Con él? Al instante observó a su alrededor a la busca de una cámara
oculta que explicara todo aquel sinsentido. Porque aquello debía de tratarse
de una broma, seguro. Algo así como la novatada de despedida que le
hacían al pobre profesor sustituto justo antes de largarse de allí.
—¿Dónde está la trampa?
Matt parpadeó sorprendido y se tragó una carcajada a la vez que
introducía las manos en los bolsillos del pantalón que solía llevar a misa
todos los domingos. Entonces, la miró de hito en hito, como si le acabara
de brotar una segunda cabeza. Exactamente del mismo modo en que ella lo
estaba mirando a él.
—Es una inocente invitación para bailar, _____. No pienso seducirte ni
llevarte al pajar de Thompson para darte un revolcón o algo por el estilo.
—Le dedicó una sonrisa torcida—. Me apuesto lo que sea a que ahora
mismo el pobre viejo está montando guardia escopeta en mano —bufó
divertido—. Como si eso pudiera disuadir a los cachorros para no
perpetuar la tradición de perder la virginidad en el destartalado y enorme
granero. Iluso…
Por lo visto, la costumbre entre los más jóvenes de la manada era
intentar burlar año tras año la estrecha vigilancia del pobre señor
Thompson y así lograr darse un buen revolcón entre la paja con alguna
afortunada muchachita. Que esta fuera de la manada o una chica normal y
corriente les daba igual.
Recordó con incomodidad la manera en que los niveles de
testosterona entre los jóvenes machos habían alcanzado cotas insoportables
durante los últimos meses. Ahora que al fin casi todos habían pasado por la
transición, entrando dentro del rango de lobos adultos, su lujuria post-trans
se hallaba en plena ebullición y sólo eran capaces de pensar en una cosa.
Sexo. Cada hora, cada minuto, cada segundo.
¡Dios!, hasta ella misma pensaba únicamente en eso después de haber
pasado tanto tiempo rodeada de millones de hormonas desatadas. Pero
sobre todo, sólo era capaz de pensar en alguien. Alguien que le estaba
vetado por la decencia y por la ley. Alguien que en ese preciso instante la
miraba desde el otro extremo del gimnasio como si quiera comérsela
delante de todo el mundo.
—Vamos —la acicateó Peterson—. Se osada. No todos los días una
mujer puede decir que fue invitada a bailar por Rottenmayerson.
—¡Lo sabes!
—Claro que lo sé. —Se encogió de hombros con indiferencia—.
Seamos sinceros, la discreción no es el punto fuerte de los chavales.
Además, me importa un puñetero comino.
Extendió la mano hacia ella, con la palma vuelta hacia arriba en una
muda invitación.
—Vamos, anímate.
Miró a Peterson y luego a aquellos hermosos e intensos ojos dorados
sobre los cuales comenzaba a formarse un feo ceño de disgusto. Quizá
fuera mejor así.
—Está bien, Rottenmayerson —cedió mientras posaba la mano sobre
la de él—. Enséñame lo bien que sabes rocanrolear.
—Agárrese las faldas, señorita Travis. —Le guiñó un ojo con
complicidad y volvió a tutearla—. Porque Dios es testigo de que esta noche
pienso sacar humo de tus tacones.

—La profesora Travis es… caliente.
Todo el grupo ratificó las palabras de Luc con un murmullo mientras
seguían con la mirada el ir y venir de la pareja de profesores por la pista de
baile. Todos menos Tom, que tenía que controlar los repentinos celos que
le estaban agriando la velada.
—Que me jodan si ese carcamal de Rottenmayerson no tiene ritmo —
silbó Vance tras ingerir un trago de su refresco.
—Tiene treinta años, gilipollas —le espetó—. No es el nieto de
George Washington, precisamente.
Tuvo que tragarse un gruñido cuando vio el modo en que el insípido
profesor de historia se aproximaba a ella tras ejecutar un nuevo giro. Del
mismo modo que tuvo que clavarse las uñas en la carne y contenerse para
no lanzarse sobre él en el preciso instante en que le susurró algo al oído de
____, arrancándole una burbujeante carcajada y un alegre brillo en sus
preciosos ojos cafeces.
Su _____.
Jesucristo… Un simple atisbo de sus torneadas piernas durante uno de
los giros rápidos y él estaba más duro que el pedernal. Y como él el resto
de sus colegas, lo que lo mosqueaba todavía más.
—Es un carca, Tom. Más allá de la edad, y lo mires como lo mires,
es un maldito carca —hizo hincapié Vance—. Pero el muy capullo es un
tipo con suerte. Lo que daría por poder tener a la sexy profe de mates entre
mis brazos, tío.
—Tiene un polvito de primera, ¿eh?
Las desafortunadas palabras de Luc fueron el detonante de su
explosión. Se abalanzó sobre él con un rugido más animal que humano. Y
lo habría molido a puñetazos, de no ser porque los chicos fueron rápidos de
reflejos y los separaron antes de que la cosa pasara a palabras mayores.
Gracias a ellos no había cometido una insensatez, porque si hubiera llegado
a ponerle un solo dedo encima habría dejado a Luc como un mapamundi.
Nadie hablaba de _____ de esa manera. Ni en su presencia, ni mucho
menos en su ausencia. Le daba igual que quien lo hiciera fuera un amigo o
un completo desconocido, porque todos terminarían del mismo modo; con
una calcomanía de su puño en el medio y medio del careto.
Vance lo sujetó por detrás, le pasó los brazos por debajo de sus axilas
y lo apretó contra su amplio torso al tiempo que tiraba de él hacia atrás
para lograr que reculara lo suficiente. Estaba claro que no confiaba en que
pudiera reprimir las ganas de asestarle una patada al cretino de Luc.
—¿Te has vuelto loco? —siseó contra su oído—. ¿Qué cojones te
pasa, Tom? Cuéntamelo de una puñetera vez.
Se sacudió de encima a su amigo y se recolocó la camisa y la chaqueta
del traje como si no hubiera pasado nada. Pero sí que había pasado. Es más,
todavía sentía el subidón corriendo por sus venas, la furia ciega de proteger
lo que consideraba suyo.
—Necesito salir.
Vance intentó retenerlo, pero Luc se lo impidió.
—Déjalo —le escuchó decir mientras él se alejaba en busca de un
poco de aire fresco con el que calmarse—. Está así a causa de la transición,
ya lo sabes. Se ha encoñado con Travis, pero se le pasará.
Y una mierda que se le iba a pasar. Su lobo había reconocido en ella el
olor de su compañera de vida y no pensaba darse por vencido hasta lograr
que _____ admitiera la verdad. Porque ella estaba tan pillada como él en
toda aquella porquería de montaña rusa emocional y sexual. Lo sabía.
Podía sentirlo, olerlo. Joder, hasta casi era capaz de paladearlo.
La reclamaría esa noche a como diera lugar. ¡Y a tomar por culo la
diferencia de edad!

_____ salió al pasillo casi a tumbos.
Señor… Matt sabía bailar, de eso ya no le quedaba la menor duda. De
hecho, la había arrastrado por toda la pista de baile preso del delirante
ritmo de la música hasta que ella no tuvo más remedio que pedir
clemencia.
Con un suspiro, se sentó en uno de los pocos bancos que había y
procedió a quitarse los zapatos de corte salón, sin poder reprimir un
sentido gemido de dolor en el momento en que se despojó el primero. Y
otro más, cuando se desembarazó del compañero.
Sabía que era una pésima idea estrenar calzado, para colmo de tacón
alto, pero no le había quedado más remedio ya que no poseía nada lo
bastante adecuado para el vestido por el que había optado para esa noche.
Se masajeaba el pie derecho con una expresión de éxtasis en el rostro
cuando alguien se sentó a su lado, sobresaltándola. Al momento su instinto
la hizo enderezarse. Todo su cuerpo rígido y en guardia.
—Ah, eres tú.
Al reconocer a su recién adquirido compañero de banco se relajó, pero
no del todo.
—¿Te lo estás pasando bien en tu baile de graduación?
Como oficialmente ya no era maestra de aquella institución, dado que
su contrato temporal había espirado el día anterior, podía tomarse la
libertad de apearse de la dinámica de las relaciones profesor/alumno y
tratarlos como si fueran unos chicos cualquiera. Pero con Tom le
resultaba más complicado si cabe, porque los demás no la turbaban del
modo en que él lo hacía.
—¿Y usted, señorita Travis?
Su voz profunda y rica de barítono siempre lograba hacerla
estremecer, consiguiendo que se olvidara de que no era el adulto que
aparentaba por su desarrollado físico, sino tan sólo un crío de diecisiete
años. Y aquello estaba tan rematadamente mal…
—Puedes llamarme _____. Ya no soy tu profesora —le recordó.
Y en cuanto lo dijo quiso abofetearse por tonta. ¿Qué le pasaba? «Ya
no soy tu profesora», se repitió con sonsonete. ¿Acaso le estaba dando
carta blanca para hacer el siguiente movimiento o qué?
—Me gusta llamarla señorita Travis.
¡Oh, buen Dios! La miraba con sus brillantes ojos dorados al igual que
si ella fuera un delicioso y dulce bocado expuesto en el escaparate de una
pastelería. ¿Por qué hacía siempre eso? Quería suponer que era algo
normal en un macho joven que había pasado por la transición apenas siete
meses atrás, pero ninguno la observaba como él. Y eso la asustaba y la
excitaba y…
No, no, no. Ella tenía veinticinco años, por el amor de Dios. Sentir
cierta clase de cosas por alguien como él estaba fuera de todo lugar. ¡Era
delictivo!
—Tom…
Le costaba hablar teniéndolo tan cerca. No sólo por su mera presencia,
sino también por su aroma. Tan fascinante y subyugante. Una mezcla de
especias masculinas, calor sexual y tierra mojada por la lluvia que la hacía
dolorosamente consciente de los temblores que recorrían su vientre y del
roce del sujetador contra los inflamados pezones.
—Deberías de volver a la fiesta.
—No quiero.
Nada más decirlo, él se inclinó hacia ella y aspiró su olor con los ojos
entrecerrados a la vez que emitía un gruñido de placer que logró
humedecerla.
—Quiero devorarla, señorita Travis.
Hundió la nariz en su oscuro cabello recogido y luego la desplazó
hasta detrás de la oreja, acariciando la tierna piel de allí con la punta
mientras emitía un sonido sumamente erótico desde el fondo de la
garganta.
Creyó enloquecer.
—He soñado con hacerla mía desde el primer segundo en que la vi.
¿Por qué el hecho de que la siguiera tratando de usted lo hacía todo
más rematadamente indecente?
Sintió su boca en la parte alta del cuello. Puro fuego contra la piel.
Los labios la rozaron de un modo sutil y sensual, enviando ondas eléctricas
por todo su cuerpo. Y, para su bochorno, se descubrió jadeante y excitada.
Tanto, que tuvo que apretar las piernas con fuerza para que la
incriminatoria humedad de su sexo no se deslizara por la cara interna de
los muslos.
—Ahora, cada vez que veo una operación matemática, me pongo duro
—murmuró degustando su sabor con la punta de la lengua—. Porque los
números me hacen pensar en usted.
Deslizó los labios por la columna de su cuello con una languidez
insoportable y la mordisqueó en el punto de unión con el hombro, logrando
que el musculo se contrajera bajo la presión de sus implacables dientes.
Para su vergüenza, gimió, perdido todo decoro, y Tom prorrumpió
en un sonido de satisfacción antes de iniciar el ascenso hacia su barbilla.
Besándola, lamiéndola.
Quería hacerlo parar, pero no podía. Ni siquiera la tocaba con otras
partes de su cuerpo, sólo con su boca, pero aquel contacto era más que
suficiente para arrebatarle la capacidad de pensar con cordura.
—Y cada vez que pienso en usted fantaseo con hacerle el amor. —Le
mordió la mandíbula y su sexo palpitó—. Con follarla.
—Por favor…
Estaban en mitad del pasillo, en un lugar público. Cualquiera podría
salir del gimnasio de un momento para otro y sorprenderlos en tan
comprometedora situación.
—Sí, suplícame, _____ —exhaló las palabras sobre su boca, tuteándola
ahora—. Dime que sientes lo mismo, que quieres lo mismo.
Intentó apartarse de él, pero Tom la agarró con firmeza por las
muñecas, atrapándola a su lado. Entonces supo que podría revolverse, pero
que no lograría zafarse de su agarre tan fácilmente. Él era más fuerte y
podía ver la firme determinación reflejada en sus increíbles ojos.
—Te amo.
—No puedes —musitó mientras bajaba los parpados para no verlo—.
Tienes diecisiete años, no sabes lo que sientes.
—Casi dieciocho —matizó—. En una semana será mi cumpleaños y
entonces…
—Entonces tú tendrás dieciocho y yo seguiré teniendo veinticinco. Y
seguirá siendo rematadamente inaceptable. —Abrió los ojos y le dedicó
una mirada implorante—. Por favor, suéltame. Alguien podría aparecer y
yo…
Lo hizo. La liberó.
Al instante ella se levantó del banco y comenzó a alejarse por el
pasillo. Le daba igual ir descalza y dejar abandonado el calzado detrás.
Únicamente quería distanciarse de él para poder sofocar las imprudentes
emociones que la consumían.
De repente, Tom la agarró de la mano y la arrastró hacia el interior
de un pequeño cuarto oscuro.
Escuchó el pesado clic de la puerta al cerrarse y supo que no tendría
escapatoria. Tan sólo había dos maneras de salir de allí; admitiendo la
verdad o rompiéndole el corazón. Y ninguna de las dos le gustaba, pero
tenía que elegir.
—Escúchame —susurró—. Irás a la universidad y conocerás a muchas
chicas. Chicas guapas y simpáticas, de tu edad. Flirtearás con ellas, saldrás
con ellas. Las besarás. Y tarde o temprano una te robará el corazón y
entonces, en menos de lo que piensas, yo seré un vago recuerdo en tu
memoria. Tal vez ni siquiera eso.
—Jamás.
—Sí, lo harás. Y es lo mejor. Es… —su voz amagó con temblar, pero
fue capaz de controlarla— lo correcto.
—Porque tú lo dices —gruñó—. ¿Por qué permites que las absurdas
reglas del mundo te contaminen, ____? ¿Qué importa lo que piensen los
demás cuando amas de verdad?
Él se cernía sobre ella. Un metro noventa de fibroso lobo, joven y
fuerte, palpitante de vida, arrollador en su descarnada sexualidad. Seguro
de sí mismo. Dominante.
Tom tenía el cuerpo de un hombre, la madurez de un hombre, las
necesidades de un hombre… pero la edad de un crío.
—Puedo oler tu excitación. —La atrapó contra la puerta, posicionando
los brazos a cada lado—. Me deseas. —Descendió la cabeza y la ladeó
hasta que aquella sensual boca estuvo a la distancia de un suspiro de la
suya—. Y puedo demostrártelo.
Sus palabras rezumaban arrogancia, pero ella sabía muy bien que lo
que decía era cierto. ¡Maldito fuera!
Él resiguió sus labios con la punta de la lengua, arrancándole un jadeo
ahogado. Había pegado las caderas a su vientre, obligándola a sentir la
patente evidencia de su deseo, larga y dura contra su femenina suavidad.
Tom dejó caer la mano derecha y la posó en su desnuda rodilla,
iniciando un lento viaje ascendente por su muslo, deleitándose en el tacto
de su piel para a continuación volver a bajarla con la misma perezosa
parsimonia.
Casi no podía respirar. Sentía que se ahogaba en el deseo primario que
él le hacía experimentar. Su cuerpo entero palpitaba descontrolado bajo
aquel ardiente contacto, preso de una alocada avidez. Enfebrecido.
Entonces, los dedos reiniciaron el ascenso y terminaron sobre su
delicada ropa interior, acariciándola allí con reverencia.
Se le escapó un quedo sollozo a la vez que dejaba caer la cabeza
contra la puerta con los ojos cerrados, invadida por las sensaciones de
tenerlo a él a su alrededor. Sobre ella. Y se moría por acogerlo en su
interior, pero no podía. No debía.
—Estás empapada —susurró contra su boca—. Me apuesto lo que sea
a que ahora mismo conseguiría deslizar dos dedos dentro de ti sin
encontrar resistencia alguna. Incluso tres. Tan dulcemente mojada… —
Atrapó su labio inferior con los dientes y tiró de él. Ella gimió, mareada
por la intensidad del momento—. Pero no son mis dedos lo que quiero
introducir dentro de ti, _____.
Le tapó la boca con la mano y le rogó que parara de decir aquellas
cosas. Él calló, pero a cambio de su silencio introdujo los dedos dentro de
sus braguitas y esparció el deseo líquido que emanaba de ella sobre los
labios de su sexo.
—Creo que podría correrme sólo con tocarte.
—Tom, no… —Había cometido el error de retirar la mano.
—Shhh…
La besó. Sus labios eran firmes e implacables, pero deliciosamente
suaves. Y los lascivos movimientos le hacían sentir el dulce arrebato de la
desesperación, un anhelo desatado y el hambre más salvaje que jamás
había experimentado.
Él empujó la lengua dentro de su boca mientras la sujetaba por las
caderas y se restregaba contra ella. Y en ese preciso instante deseó que la
tomara allí mismo, contra la puerta, en aquel cuartucho oscuro con olor a
desinfectante.
Pero nodebía permitirlo. Ni siquiera debería de pensarlo.
Lo apartó de un empujón, abrió la puerta y salió corriendo de allí.

¡Jesús! Lo quería, pero no podía hacerlo.

 Tom a la edad de 17 años, un lobo cachorro :)


HOLA!!! BUENO AQUI ESTA EL PRIMER CAPITULO ... DE UNA VEZ LES DIGO QUE SON 11 CAPITULOS ... LARGOS PERO MUY CORTA DE CAPITULOS :( ... LO SE ... JAJAJA POR ESO NADAMAS LES AGREGARE DE 1 CAPITULO ... YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... ADIOS ... Y SIGAN EL BLOG, COMENTEN Y SIGANLO PORFAVOR ... GRACIAS .-

5 comentarios:

  1. Un lobo cachorro!!
    Pero xq no acepta a Tom..? Quieb ke diria no a Tom..

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  2. :O Un lobo cachorro, ese Tom tiene la mentalidad de un adulto y es super sensual y erótico jajaja, verdad xq (Tn) no acepta a Tom?? me da mucha curiosidad saber.. me encanto espero el próximo cap virgi..

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  3. Oo esa foto siempre me. Mataaaa jiji se ve tan hermosoo. (: me encanto el csp sube prontoooooooo bye cuidateeee

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