CAPITULO
1.-
Doce
años antes…
No había asistido a su
baile de graduación y, sin embargo, allí estaba,
muerta del asco mientras
ejercía de carabina de una plétora de adolescentes
sobreexcitados que
disfrutaban de su última noche como seniors del
instituto de Woodtoken.
Suspiró con cansancio. No
debería de haberse dejado convencer, pero
no le había quedado más
remedio que aceptar ser uno de los profesores al
cargo de la vigilancia
del evento cuando le tendieron la emboscada en
mitad del pasillo dos
semanas antes. Fue Peterson, que estaba a su lado en
ese momento, junto con
Davis quienes la interceptaron justo a la salida de
una de las clases de
matemáticas que daba a los alumnos de duodécimo
grado.Miró de soslayo a
Matt Peterson, el joven profesor de historia, que en
ese preciso instante
extraía con disimulo una petaca del bolsillo interior de
su chaqueta.
—Peterson —lo amonestó
con una fingida mirada reprobatoria
cuando en realidad tenía
que esforzarse por no reír.
Él casi escupió el líquido
que había logrado ingerir a medias al
escucharla.
—Se supone que nuestro
deber es dar ejemplo.
Lo observó toser mientras
una gota dorada se le deslizaba por la
barbilla hendida y pudo
ver la culpabilidad plasmada en los ojos chocolate
y en el repentino rubor
que le cubría las mejillas.
—Lo sé —carraspeó.
Se limpió la gota de
licor antes de que le manchara el pulcro cuello de
la camisa blanca, tras
haber ocultado de nuevo la petaca en el interior de la
chaqueta con una engañosa
expresión de inocencia en el rostro.
—Es sólo que necesito un
poco de coraje líquido para sobrevivir a lo
que queda de baile.
Habían perdido ese aire
de severa formalidad que se le presuponía a
todo profesor hacía por
lo menos una hora; demasiado cansados como para
continuar intentando
intimidar con su austera presencia a toda aquella
masa de hormonas alocadas
que bailaban por el gimnasio adelante como si
no fuera a existir un mañana.
Incluso Peterson, el
siempre estricto señor Peterson, se había aflojado
la corbata y abierto dos
botones del cuello de la camisa. Y ¡oh, Dios
Todopoderoso! ¿Eran
alucinaciones suyas o tamborileaba con el pie al
ritmo del último hit
del
año con un leve mohín de diversión? Sin duda
tenía que ser alguna
clase de señal de que el fin del mundo se avecinaba,
pensó al tiempo que
sofocaba una delatora risita.
La miró de reojo y las
comisuras tironearon todavía más de los labios
de Matt al ver su expresión
de estupor, convirtiendo la casi inadvertida
mueca del principio en
una amplia y patente sonrisa.
—Creo que no me gusta lo
que estás pensando —le advirtió a él.
—¿Ahora lees la mente,
Travis? —Su sonrisa se ensanchó hasta
alcanzar proporciones cósmicas—.
Me gusta esta canción.
Que alguien llamara a
Mulder y Scully porque al recto, estricto
profesor de historia le
gustaba aquel inclasificable ruido enlatado. Intentó
no poner los ojos en
blanco mientras pensaba que aquel trago de licor se le
debía de haber subido por
completo a la cabeza en tiempo record. Era eso o
que, tal y como había
estado cavilando minutos antes, el apocalipsis se
encontraba a la vuelta de
la esquina.
—¿Bailas, señorita
Travis?
Su rostro demudó por
completo a causa de la sorpresa. ¿Bailar? ¿Ella?
¿Con él? Al instante
observó a su alrededor a la busca de una cámara
oculta que explicara todo
aquel sinsentido. Porque aquello debía de tratarse
de una broma, seguro.
Algo así como la novatada de despedida que le
hacían al pobre profesor
sustituto justo antes de largarse de allí.
—¿Dónde está la trampa?
Matt parpadeó sorprendido
y se tragó una carcajada a la vez que
introducía las manos en
los bolsillos del pantalón que solía llevar a misa
todos los domingos.
Entonces, la miró de hito en hito, como si le acabara
de brotar una segunda
cabeza. Exactamente del mismo modo en que ella lo
estaba mirando a él.
—Es una inocente invitación
para bailar, _____. No pienso seducirte ni
llevarte al pajar de
Thompson para darte un revolcón o algo por el estilo.
—Le dedicó una sonrisa
torcida—. Me apuesto lo que sea a que ahora
mismo el pobre viejo está
montando guardia escopeta en mano —bufó
divertido—. Como si eso
pudiera disuadir a los cachorros para no
perpetuar la tradición de
perder la virginidad en el destartalado y enorme
granero. Iluso…
Por lo visto, la
costumbre entre los más jóvenes de la manada era
intentar burlar año tras
año la estrecha vigilancia del pobre señor
Thompson y así lograr
darse un buen revolcón entre la paja con alguna
afortunada muchachita.
Que esta fuera de la manada o una chica normal y
corriente les daba igual.
Recordó con incomodidad
la manera en que los niveles de
testosterona entre los jóvenes
machos habían alcanzado cotas insoportables
durante los últimos
meses. Ahora que al fin casi todos habían pasado por la
transición, entrando
dentro del rango de lobos adultos, su lujuria post-trans
se hallaba en plena
ebullición y sólo eran capaces de pensar en una cosa.
Sexo. Cada hora, cada
minuto, cada segundo.
¡Dios!, hasta ella misma
pensaba únicamente en eso después de haber
pasado tanto tiempo
rodeada de millones de hormonas desatadas. Pero
sobre todo, sólo era
capaz de pensar en alguien. Alguien que le estaba
vetado por la decencia y
por la ley. Alguien que en ese preciso instante la
miraba desde el otro
extremo del gimnasio como si quiera comérsela
delante de todo el mundo.
—Vamos —la acicateó
Peterson—. Se osada. No todos los días una
mujer puede decir que fue
invitada a bailar por Rottenmayerson.
—¡Lo sabes!
—Claro que lo sé. —Se
encogió de hombros con indiferencia—.
Seamos sinceros, la
discreción no es el punto fuerte de los chavales.
Además, me importa un puñetero
comino.
Extendió la mano hacia
ella, con la palma vuelta hacia arriba en una
muda invitación.
—Vamos, anímate.
Miró a Peterson y luego a
aquellos hermosos e intensos ojos dorados
sobre los cuales
comenzaba a formarse un feo ceño de disgusto. Quizá
fuera mejor así.
—Está bien, Rottenmayerson
—cedió
mientras posaba la mano sobre
la de él—. Enséñame lo
bien que sabes rocanrolear.
—Agárrese las faldas, señorita
Travis. —Le guiñó un ojo con
complicidad y volvió a
tutearla—. Porque Dios es testigo de que esta noche
pienso sacar humo de tus
tacones.
—La profesora Travis es…
caliente.
Todo el grupo ratificó
las palabras de Luc con un murmullo mientras
seguían con la mirada el
ir y venir de la pareja de profesores por la pista de
baile. Todos menos Tom,
que tenía que controlar los repentinos celos que
le estaban agriando la
velada.
—Que me jodan si ese
carcamal de Rottenmayerson no
tiene ritmo —
silbó Vance tras ingerir
un trago de su refresco.
—Tiene treinta años,
gilipollas —le espetó—. No es el nieto de
George Washington, precisamente.
Tuvo que tragarse un gruñido
cuando vio el modo en que el insípido
profesor de historia se
aproximaba a ella tras ejecutar un nuevo giro. Del
mismo modo que tuvo que
clavarse las uñas en la carne y contenerse para
no lanzarse sobre él en
el preciso instante en que le susurró algo al oído de
____, arrancándole una
burbujeante carcajada y un alegre brillo en sus
preciosos ojos cafeces.
Su _____.
Jesucristo… Un simple
atisbo de sus torneadas piernas durante uno de
los giros rápidos y él
estaba más duro que el pedernal. Y como él el resto
de sus colegas, lo que lo
mosqueaba todavía más.
—Es un carca, Tom. Más
allá de la edad, y lo mires como lo mires,
es un maldito carca —hizo
hincapié Vance—. Pero el muy capullo es un
tipo con suerte. Lo que
daría por poder tener a la sexy profe de mates entre
mis brazos, tío.
—Tiene un polvito de
primera, ¿eh?
Las desafortunadas
palabras de Luc fueron el detonante de su
explosión. Se abalanzó
sobre él con un rugido más animal que humano. Y
lo habría molido a puñetazos,
de no ser porque los chicos fueron rápidos de
reflejos y los separaron
antes de que la cosa pasara a palabras mayores.
Gracias a ellos no había
cometido una insensatez, porque si hubiera llegado
a ponerle un solo dedo
encima habría dejado a Luc como un mapamundi.
Nadie hablaba de _____ de
esa manera. Ni en su presencia, ni mucho
menos en su ausencia. Le
daba igual que quien lo hiciera fuera un amigo o
un completo desconocido,
porque todos terminarían del mismo modo; con
una calcomanía de su puño
en el medio y medio del careto.
Vance lo sujetó por detrás,
le pasó los brazos por debajo de sus axilas
y lo apretó contra su
amplio torso al tiempo que tiraba de él hacia atrás
para lograr que reculara
lo suficiente. Estaba claro que no confiaba en que
pudiera reprimir las
ganas de asestarle una patada al cretino de Luc.
—¿Te has vuelto loco? —siseó
contra su oído—. ¿Qué cojones te
pasa, Tom? Cuéntamelo de
una puñetera vez.
Se sacudió de encima a su
amigo y se recolocó la camisa y la chaqueta
del traje como si no
hubiera pasado nada. Pero sí que había pasado. Es más,
todavía sentía el subidón
corriendo por sus venas, la furia ciega de proteger
lo que consideraba suyo.
—Necesito salir.
Vance intentó retenerlo,
pero Luc se lo impidió.
—Déjalo —le escuchó decir
mientras él se alejaba en busca de un
poco de aire fresco con
el que calmarse—. Está así a causa de la transición,
ya lo sabes. Se ha encoñado
con Travis, pero se le pasará.
Y una mierda que se le
iba a pasar. Su lobo había reconocido en ella el
olor de su compañera de
vida y no pensaba darse por vencido hasta lograr
que _____ admitiera la
verdad. Porque ella estaba tan pillada como él en
toda aquella porquería de
montaña rusa emocional y sexual. Lo sabía.
Podía sentirlo, olerlo.
Joder, hasta casi era capaz de paladearlo.
La reclamaría esa noche a
como diera lugar. ¡Y a tomar por culo la
diferencia de edad!
_____ salió al pasillo
casi a tumbos.
Señor… Matt sabía bailar,
de eso ya no le quedaba la menor duda. De
hecho, la había
arrastrado por toda la pista de baile preso del delirante
ritmo de la música hasta
que ella no tuvo más remedio que pedir
clemencia.
Con un suspiro, se sentó
en uno de los pocos bancos que había y
procedió a quitarse los
zapatos de corte salón, sin poder reprimir un
sentido gemido de dolor
en el momento en que se despojó el primero. Y
otro más, cuando se
desembarazó del compañero.
Sabía que era una pésima
idea estrenar calzado, para colmo de tacón
alto, pero no le había
quedado más remedio ya que no poseía nada lo
bastante adecuado para el
vestido por el que había optado para esa noche.
Se masajeaba el pie
derecho con una expresión de éxtasis en el rostro
cuando alguien se sentó a
su lado, sobresaltándola. Al momento su instinto
la hizo enderezarse. Todo
su cuerpo rígido y en guardia.
—Ah, eres tú.
Al reconocer a su recién
adquirido compañero de banco se relajó, pero
no del todo.
—¿Te lo estás pasando
bien en tu baile de graduación?
Como oficialmente ya no
era maestra de aquella institución, dado que
su contrato temporal había
espirado el día anterior, podía tomarse la
libertad de apearse de la
dinámica de las relaciones profesor/alumno y
tratarlos como si fueran
unos chicos cualquiera. Pero con Tom le
resultaba más complicado
si cabe, porque los demás no la turbaban del
modo en que él lo hacía.
—¿Y usted, señorita
Travis?
Su voz profunda y rica de
barítono siempre lograba hacerla
estremecer, consiguiendo
que se olvidara de que no era el adulto que
aparentaba por su
desarrollado físico, sino tan sólo un crío de diecisiete
años. Y aquello estaba
tan rematadamente mal…
—Puedes llamarme _____.
Ya no soy tu profesora —le recordó.
Y en cuanto lo dijo quiso
abofetearse por tonta. ¿Qué le pasaba? «Ya
no soy tu profesora», se
repitió con sonsonete. ¿Acaso le estaba dando
carta blanca para hacer el
siguiente movimiento o qué?
—Me gusta llamarla señorita
Travis.
¡Oh, buen Dios! La miraba
con sus brillantes ojos dorados al igual que
si ella fuera un
delicioso y dulce bocado expuesto en el escaparate de una
pastelería. ¿Por qué hacía
siempre eso? Quería suponer que era algo
normal en un macho joven
que había pasado por la transición apenas siete
meses atrás, pero ninguno
la observaba como él. Y eso la asustaba y la
excitaba y…
No, no, no. Ella tenía
veinticinco años, por el amor de Dios. Sentir
cierta clase de cosas por
alguien como él estaba fuera de todo lugar. ¡Era
delictivo!
—Tom…
Le costaba hablar teniéndolo
tan cerca. No sólo por su mera presencia,
sino también por su
aroma. Tan fascinante y subyugante. Una mezcla de
especias masculinas,
calor sexual y tierra mojada por la lluvia que la hacía
dolorosamente consciente
de los temblores que recorrían su vientre y del
roce del sujetador contra
los inflamados pezones.
—Deberías de volver a la
fiesta.
—No quiero.
Nada más decirlo, él se
inclinó hacia ella y aspiró su olor con los ojos
entrecerrados a la vez
que emitía un gruñido de placer que logró
humedecerla.
—Quiero devorarla, señorita
Travis.
Hundió la nariz en su
oscuro cabello recogido y luego la desplazó
hasta detrás de la oreja,
acariciando la tierna piel de allí con la punta
mientras emitía un sonido
sumamente erótico desde el fondo de la
garganta.
Creyó enloquecer.
—He soñado con hacerla mía
desde el primer segundo en que la vi.
¿Por qué el hecho de que
la siguiera tratando de usted lo hacía todo
más rematadamente
indecente?
Sintió su boca en la
parte alta del cuello. Puro fuego contra la piel.
Los labios la rozaron de
un modo sutil y sensual, enviando ondas eléctricas
por todo su cuerpo. Y,
para su bochorno, se descubrió jadeante y excitada.
Tanto, que tuvo que
apretar las piernas con fuerza para que la
incriminatoria humedad de
su sexo no se deslizara por la cara interna de
los muslos.
—Ahora, cada vez que veo
una operación matemática, me pongo duro
—murmuró degustando su
sabor con la punta de la lengua—. Porque los
números me hacen pensar
en usted.
Deslizó los labios por la
columna de su cuello con una languidez
insoportable y la
mordisqueó en el punto de unión con el hombro, logrando
que el musculo se
contrajera bajo la presión de sus implacables dientes.
Para su vergüenza, gimió,
perdido todo decoro, y Tom prorrumpió
en un sonido de
satisfacción antes de iniciar el ascenso hacia su barbilla.
Besándola, lamiéndola.
Quería hacerlo parar,
pero no podía. Ni siquiera la tocaba con otras
partes de su cuerpo, sólo
con su boca, pero aquel contacto era más que
suficiente para
arrebatarle la capacidad de pensar con cordura.
—Y cada vez que pienso en
usted fantaseo con hacerle el amor. —Le
mordió la mandíbula y su
sexo palpitó—. Con follarla.
—Por favor…
Estaban en mitad del
pasillo, en un lugar público. Cualquiera podría
salir del gimnasio de un
momento para otro y sorprenderlos en tan
comprometedora situación.
—Sí, suplícame, _____ —exhaló
las palabras sobre su boca, tuteándola
ahora—. Dime que sientes
lo mismo, que quieres lo mismo.
Intentó apartarse de él,
pero Tom la agarró con firmeza por las
muñecas, atrapándola a su
lado. Entonces supo que podría revolverse, pero
que no lograría zafarse
de su agarre tan fácilmente. Él era más fuerte y
podía ver la firme
determinación reflejada en sus increíbles ojos.
—Te amo.
—No puedes —musitó
mientras bajaba los parpados para no verlo—.
Tienes diecisiete años,
no sabes lo que sientes.
—Casi dieciocho —matizó—.
En una semana será mi cumpleaños y
entonces…
—Entonces tú tendrás
dieciocho y yo seguiré teniendo veinticinco. Y
seguirá siendo
rematadamente inaceptable. —Abrió los ojos y le dedicó
una mirada implorante—.
Por favor, suéltame. Alguien podría aparecer y
yo…
Lo hizo. La liberó.
Al instante ella se
levantó del banco y comenzó a alejarse por el
pasillo. Le daba igual ir
descalza y dejar abandonado el calzado detrás.
Únicamente quería
distanciarse de él para poder sofocar las imprudentes
emociones que la consumían.
De repente, Tom la agarró
de la mano y la arrastró hacia el interior
de un pequeño cuarto
oscuro.
Escuchó el pesado clic
de
la puerta al cerrarse y supo que no tendría
escapatoria. Tan sólo había
dos maneras de salir de allí; admitiendo la
verdad o rompiéndole el
corazón. Y ninguna de las dos le gustaba, pero
tenía que elegir.
—Escúchame —susurró—. Irás
a la universidad y conocerás a muchas
chicas. Chicas guapas y
simpáticas, de tu edad. Flirtearás con ellas, saldrás
con ellas. Las besarás. Y
tarde o temprano una te robará el corazón y
entonces, en menos de lo
que piensas, yo seré un vago recuerdo en tu
memoria. Tal vez ni
siquiera eso.
—Jamás.
—Sí, lo harás. Y es lo
mejor. Es… —su voz amagó con temblar, pero
fue capaz de controlarla—
lo correcto.
—Porque tú lo dices —gruñó—.
¿Por qué permites que las absurdas
reglas del mundo te
contaminen, ____? ¿Qué importa lo que piensen los
demás cuando amas de
verdad?
Él se cernía sobre ella.
Un metro noventa de fibroso lobo, joven y
fuerte, palpitante de
vida, arrollador en su descarnada sexualidad. Seguro
de sí mismo. Dominante.
Tom tenía el cuerpo de un
hombre, la madurez de un hombre, las
necesidades de un hombre…
pero la edad de un crío.
—Puedo oler tu excitación.
—La atrapó contra la puerta, posicionando
los brazos a cada lado—.
Me deseas. —Descendió la cabeza y la ladeó
hasta que aquella sensual
boca estuvo a la distancia de un suspiro de la
suya—. Y puedo demostrártelo.
Sus palabras rezumaban
arrogancia, pero ella sabía muy bien que lo
que decía era cierto. ¡Maldito
fuera!
Él resiguió sus labios
con la punta de la lengua, arrancándole un jadeo
ahogado. Había pegado las
caderas a su vientre, obligándola a sentir la
patente evidencia de su
deseo, larga y dura contra su femenina suavidad.
Tom dejó caer la mano
derecha y la posó en su desnuda rodilla,
iniciando un lento viaje
ascendente por su muslo, deleitándose en el tacto
de su piel para a
continuación volver a bajarla con la misma perezosa
parsimonia.
Casi no podía respirar.
Sentía que se ahogaba en el deseo primario que
él le hacía experimentar.
Su cuerpo entero palpitaba descontrolado bajo
aquel ardiente contacto,
preso de una alocada avidez. Enfebrecido.
Entonces, los dedos
reiniciaron el ascenso y terminaron sobre su
delicada ropa interior,
acariciándola allí con reverencia.
Se le escapó un quedo
sollozo a la vez que dejaba caer la cabeza
contra la puerta con los
ojos cerrados, invadida por las sensaciones de
tenerlo a él a su
alrededor. Sobre ella. Y se moría por acogerlo en su
interior, pero no podía.
No debía.
—Estás empapada —susurró
contra su boca—. Me apuesto lo que sea
a que ahora mismo
conseguiría deslizar dos dedos dentro de ti sin
encontrar resistencia
alguna. Incluso tres. Tan dulcemente mojada… —
Atrapó su labio inferior
con los dientes y tiró de él. Ella gimió, mareada
por la intensidad del
momento—. Pero no son mis dedos lo que quiero
introducir dentro de ti, _____.
Le tapó la boca con la
mano y le rogó que parara de decir aquellas
cosas. Él calló, pero a
cambio de su silencio introdujo los dedos dentro de
sus braguitas y esparció
el deseo líquido que emanaba de ella sobre los
labios de su sexo.
—Creo que podría correrme
sólo con tocarte.
—Tom, no… —Había cometido
el error de retirar la mano.
—Shhh…
La besó. Sus labios eran
firmes e implacables, pero deliciosamente
suaves. Y los lascivos
movimientos le hacían sentir el dulce arrebato de la
desesperación, un anhelo
desatado y el hambre más salvaje que jamás
había experimentado.
Él empujó la lengua
dentro de su boca mientras la sujetaba por las
caderas y se restregaba
contra ella. Y en ese preciso instante deseó que la
tomara allí mismo, contra
la puerta, en aquel cuartucho oscuro con olor a
desinfectante.
Pero nodebía permitirlo.
Ni siquiera debería de pensarlo.
Lo apartó de un empujón,
abrió la puerta y salió corriendo de allí.
¡Jesús! Lo
quería, pero no podía hacerlo.
HOLA!!! BUENO AQUI ESTA EL PRIMER CAPITULO ... DE UNA VEZ LES DIGO QUE SON 11 CAPITULOS ... LARGOS PERO MUY CORTA DE CAPITULOS :( ... LO SE ... JAJAJA POR ESO NADAMAS LES AGREGARE DE 1 CAPITULO ... YA SABEN 4 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... ADIOS ... Y SIGAN EL BLOG, COMENTEN Y SIGANLO PORFAVOR ... GRACIAS .-
Un lobo cachorro!!
ResponderBorrarPero xq no acepta a Tom..? Quieb ke diria no a Tom..
:O Un lobo cachorro, ese Tom tiene la mentalidad de un adulto y es super sensual y erótico jajaja, verdad xq (Tn) no acepta a Tom?? me da mucha curiosidad saber.. me encanto espero el próximo cap virgi..
ResponderBorrarSigue por fisssss
ResponderBorrarSigueeeeee
ResponderBorrarOo esa foto siempre me. Mataaaa jiji se ve tan hermosoo. (: me encanto el csp sube prontoooooooo bye cuidateeee
ResponderBorrar