CAPITULO 2.-
En la
actualidad…
La
sensación cambió. Se había transformado.
De
repente, el lobo se hizo más pesado contra su espalda, pero no la
aplastó.
Al contrario, advirtió el modo en que basculaba su masa corporal
encima de
ella, aprisionándola en todo momento pero sin espachurrarla
contra el
suelo.
Entonces,
vio unas manos masculinas sosteniendo lo que parecía un
retal de
tela negra delante de sus ojos y gritó presa del terror.
—Shhh…
Tranquila —canturreó en su oído una voz profunda y grave.
Estaba
congelada por el pánico y por algo más. Algo que no sabía que
era, pero
que la asustaba todavía más que lo primero. Ni siquiera era capaz
de
retorcerse debajo de él en un intento por huir, sino que tan sólo podía
sentir los
gritos en su garganta, pugnando por salir.
Él la
cegó. Quienquiera que fuera le tapó los ojos, sumergiéndola en
un mundo
de oscuridad y miedo en el que únicamente existían ellos dos y
el denso
aroma del lobo.
De
repente, la levantó del suelo como si no pesara más que una pluma
y la
obligó a recular hasta que su espalda chocó contra algo sólido y
rugoso.
Palpó y descubrió que se trataba de un árbol. Uno de los centenares
que había
en aquel bosque infinito.
—_____
—gruñó su nombre y, para su sorpresa, el sonido de su voz la
hizo
vibrar—. Crees que esto no te gusta, pero en realidad sí lo hace.
—¿Cómo
sabes…?
—¿Tu
nombre? —concluyó la pregunta por ella—. Sé muchas cosas
acerca de
ti.
Acarició
su mejilla con suavidad y ella intentó eludir su contacto a la
vez que
escupía un sentido «bastardo». Entonces, el desconocido la agarró
por la
barbilla e intentó voltearle el rostro, momento en que ella le propinó
un
mordisco que logró que el muy cabrón se riera.
—Quieta,
fierecilla.
Y su risa
era rica y espesa. Condenadamente sensual.
—Te deseo,
gatita. Y tú también, sólo que todavía no lo sabes.
—Estás
loco.
—Pronto
descubrirás que no. —La lamió en el cuello con una
inusitada
ternura, haciéndola estremecer—. Y cuando lo hagas, vendrás a
mí
pidiendo más.
La había
observado con atención a lo largo de los últimos cinco días. Su
modo de
interactuar con los miembros de la manada y con aquellos que no
lo eran,
sus reacciones antes los machos más dominantes.
Su
instinto no se había equivocado. Era una pequeña, dulce sumisa, a
pesar de
que no era consciente de ello. Por el momento. Pero se ocuparía
de eso.
Llevaría a cabo lo que se moría por hacer, la sumergiría en un
océano de
placeres hasta que no le quedara otro remedio que abrazar su
verdadera
naturaleza.
Lograría
que lo llamara Señor. Amo.
Le sujetó
ambas muñecas con una mano y se las alzó por encima de la
cabeza
mientras dedicaba una ojeada apreciativa a ese par de bellezas que
tenía por
pechos y que en ese preciso momento se elevaban debajo de la
camiseta
de correr debido a la postura que la estaba obligando a mantener.
Se fijó en
los pezones, dos botones apretados que se marcaban contra
el tejido
a causa de la patente excitación de la cuál era víctima. Excitación
combinada
con miedo, sólo que no tardaría mucho en eliminar lo segundo
de la ecuación.
Entonces haría que ____ se derritiera bajo su tacto, contra
su cuerpo,
y conseguiría que le pidiera más, que le rogara por la total y
completa
liberación.
Pero esa
era una tarea que requeriría de tiempo, paciencia, disciplina y
orgasmos
en cantidades industriales.
Sí, ella
admitiría lo que era en realidad. Liberaría lo más oscuros
anhelos de
su sexualidad, y él gozaría con el proceso. Pero sobre todo con
el fruto
de sus esfuerzos.
—Todo esto
te excita, ¿verdad?
—¡No!
El tono de
su voz estaba teñido de vergüenza y furia, lo que lo hizo
reír. Ah,
pequeña terca.
—No te
mientas, ____ —musitó a la vez que deslizaba los dedos de la
mano que
tenía libre por sus mejillas, sus labios entreabiertos, la elegante
columna de
su cuello, la depresión que separaba sus oh-tan-adorables senos
—. Y
tampoco me mientas a mí —en ese momento usó su voz de Dom—.
Y ten
siempre presente que, de ahora en adelante, cada vez que te haga una
pregunta,
querré que me des una respuesta sincera, honesta. —Deshizo el
camino y
al alcanzar la boca le acarició el grueso labio inferior con el
pulgar—.
Te mostraré lo que deberías de haber dicho, gatita —se aclaró la
garganta—.
«Sí, Señor. El sentirme atrapada me asusta y me excita al
mismo
tiempo».
Notó como
se ponía rígida de la cabeza a los pies, al tiempo que
cesaba de
revolverse bajo su contacto. Entonces, la vio boquear
sorprendida
durante un par de segundos, antes de cerrar la boca con
firmeza
hasta formar una línea obstinada con aquellos apetitosos labios.
—No es
cierto —la escuchó jadear poco después.
—Señor —le
recordó —. Y no me mientas o tendré que disciplinarte.
Y no será
de tu agrado. Al menos no al principio.
Ella
guardó un obstinado silencio, negándose en redondo a
complacerlo,
y él tuvo que contener las ganas de reír ante tan abierto
desafío.
Ah, su
pequeña sumisa no se lo quería poner fácil, pero no le
importaba.
Le gustaban los retos y sabía con total certeza que, al final de
ese camino
que iban a emprender juntos, ella no sería tan reticente a la
hora de
admitir lo que él le provocaba.
Abandonó
el jugueteo que se traía con los jugosos y gruesos labios,
labios que
pronto tendría alrededor de su polla, y bajó la mano de nuevo
hasta la
altura de los henchidos pechos, en está ocasión sin tocarla.
La
respiración acelerada de ____, el rubor que le subía por el cuello y
le teñía
las mejillas, ese aroma glorioso a hembra caliente y dispuesta…
Aquello
era todo lo que necesitaba para ansiar ir un paso más lejos, pero
debía
tomárselo con calma.
Con una
sonrisa, apartó por completo la sudadera roja de cremallera
que ella
llevaba puesta y rozó con el índice la inhiesta punta del pezón
izquierdo,
obteniendo a cambio un siseo apagado y la ondulación de las
curvilíneas
caderas.
—Si no
estás excitada, ¿cómo denominarías esto? —la retó.
Volvió a
repetir el gesto con el otro y ____ exhaló un quejido a la vez
que se
estremecía entre murmullos de suplica.
—Gatita
sensible. Apenas te estoy tocando encima de la camiseta y
tus
pezones están tan erizados que piden a gritos que los chupe.
Con toda
probabilidad ella estaría pensando que no era nada más que
un animal
sin ética y moral, pero nada más lejos de la realidad. Su único
objetivo
en ese momento era ponerla tan insoportablemente caliente que
sería ella
misma la que rogaría que se la follara.
Nunca le
haría nada que no fuera consensuado, pero primero tenía que
jugar un
poquito sucio y despertar sus deseos dormidos, mostrarle lo que
en
realidad necesitaba. Y para ello era preciso empujarla un poquito,
sobrecargarla
sensorialmente de tal modo que la sumisa que se agazapaba
en su
interior no tuviera más remedio que salir a la superficie, reclamando
lo que
tanto tiempo había precisado.
Sí.
Dominaría su cuerpo y se ganaría su corazón y su alma. Le
mostraría
los placeres que se había perdido durante todos aquellos
malgastados
años de su vida y, para cuando terminara, lo llamaría Amo y
le
entregaría su amor envuelto en el papel de regalo de su sumisión sexual.
Le torturó
los pechos una y otra vez. Le dio ligeros capirotazos en los
pezones,
los hizo rodar entre sus dedos y luego trazó círculos con el pulgar
alrededor
de los duros picos, sólo para volver a empezar de nuevo. Y siguió
haciéndolo
hasta que ella gimoteó y arqueó el torso hacia él, en busca de su
atormentador
toque. Entonces paró y, de inmediato, ____ emitió un
gemido de
protesta que sonó a música celestial en sus oídos.
—Un día de
estos te ataré, gatita —le gruñó al oído antes de morderle
el
lóbulo—. Sé que te gustará, a pesar de que ahora mismo te horrorice la
idea. —Le
lamió la caracola de la oreja y sopló a continuación,
arrancándole
estremecimientos—. Serás un hermoso y caliente paquetito y
ambos
gozaremos mucho cuando te posea de ese modo.
Le trazó
la fina línea de la mandíbula con la punta de la lengua y
dibujó un
rastro húmedo y ardiente sobre la piel. Entonces, pegó su gruesa,
dura y
desnuda erección contra la voluptuosa cadera y la hizo consciente
del efecto
que tenía en él, de lo que le hacía.
—No, por
favor —suplicó ____ mientras se revolvía en un intento por
alejarse
del contacto con su miembro—. No me… no me fuerces.
—Shhh,
shhh —la tranquilizó con diminutos, tiernos besos en la punta
de la
nariz—. Jamás te haré daño, ¿me has entendido? Nunca. Sólo placer,
pequeña,
tanto que creerás enloquecer. —Depositó más besos ligeros—.
Aunque te
costará aceptar y asimilar todo lo que pretendo darte, sé que al
final lo
harás. Y gozarás de cada minuto. —Le acarició la arqueada espalda
con
ternura, aplacando sus miedos—. A partir de hoy serás mi dulce gatita
sumisa, me
llamarás Señor y yo te protegeré y te colmaré de éxtasis. Ya no
volverás a
sentir nunca más ese vacío en tu interior, _____.
—¿Quién
dijo que yo…? —Corcoveó e intentó asestarle una furiosa
patada —.
No hay ningún vacío en mí, estúpido engreído.
Ah, ese
carácter. Le iba a dar bastante trabajo el disciplinarla, pero
sería un
desafío placentero.
Esbozó una
sonrisa torcida y, deslizando la mano que todavía
mantenía
en su espalda, alcanzó el trasero y le propinó un azote con la
fuerza
suficiente para que picara, pero sin dolor. Una amistosa advertencia
de lo que
pasaría si se extralimitaba.
—Señor. Dilo.
—Estúpido
engreído —volvió a arrojarle las palabras a la cara como
si fueran
tortazos—, bastardo pervertido, capu-capullo arrog… ¡Aaaaay!
Le propinó
tres golpes más, uno por cada insulto, y ella se zarandeó
contra su
cuerpo desnudo, roja como una amapola. En parte por el enfado
que
empezaba a sentir a causa del correctivo y en parte porque aquello la
había
puesto cachonda, para aparente pesar de ella y regocijo suyo.
No
necesitaba leerla, podía olerlo. El aroma que desprendía su sexo
era
caliente, espeso y meloso y a él se le hacía la boca agua de pensar en
que
pronto, muy pronto, estaría enterrado entre los suculentos muslos,
lamiéndola
y chupándola hasta que el néctar de su feminidad lo
emborrachara
por completo.
—Eres
preciosa, gatita.
«Y eres
mía».
____
irguió la cabeza con aire desafiante.
—No lo
soy. Soy una vaca frígida e inútil para el sexo. Y ahora que al
fin lo
sabes, ¡quítame tus jodidas garras de encima!
Aquellas
infantiles provocaciones le hacían querer reír a cada instante
y, al
igual que antes, no se reprimió y dio riendo suelta a su hilaridad con
un sonido
bajo que acompañó de un nuevo y autoritario azote en su sexy
trasero.
Se
preguntaba cuántas repeticiones se requerirían para ponerlo
lascivamente
sonrosado, cuántas azotainas tendría que propinarle hasta ver
el jugo de
su deseo resbalando por la cara interna de los muslos.
—Eres una
mujer con temperamento, _____, pero estate bien atenta a
mis
palabras porque no las repetiré una segunda vez —musitó inflexible—.
Nunca,
bajo ningún concepto, permitiré que vuelvas a expresar semejante
sarta de
gilipolleces acerca de ti en voz alta —le agarró la barbilla con un
gruñido—.
Ni siquiera tienes derecho a pensarlo, ¿entendido?
Entonces,
capturó su boca en un beso abrasador y la obligó a separar
los labios
para enredar la lengua con la suya mientras le dejaba claro que
era
hermosa, deseable. Y sólo paró cuando la tuvo jadeante y caliente,
restregándose
contra su piel desnuda y correspondiendo a la fuerza de su
dominación
con una dulce entrega.
—Y para tu
información, me gusta que mi hembra tenga relleno.
Volvió a
mimar los pechos. Los arrulló con la mano, obsequiándolos
con más
roces de pulgar alrededor de los pezones, y luego recorrió la
suavidad
del abdomen, la femenina curvatura de la cadera, la
voluptuosidad
de los muslos… Para terminar con un apretón en el torneado
y excelso
trasero, satisfecho con los sonidos que su contacto extraía de
ella.
—Tu piel
es celestial, _____. Hace que desee desnudarte y frotarme
contra ti.
Y tu pelo —abandonó la retaguardia y tomó un mechón— es seda
entre mis
dedos y tan oscuro como el más delicioso sirope de chocolate.
Aspiró el
olor a cítricos que impregnaba el cabello.
—Quiero
que me acaricies con él, gatita. Ansío sentirlo por todo mi
cuerpo.
Le
envolvió la nuca con la mano, enredó los dedos en la larga coleta y
le inclinó
la cabeza hacia atrás, dejándola expuesta a su beso demandante y
posesivo a
la vez que colaba la otra dentro de los pantalones de deporte e
introducía
dos dedos en la resbaladiza y prieta vagina.
Profundizó
el beso y la penetración hasta que ella se puso de puntillas
contra él,
mendigando más, y en ese momento la marcó con la rudeza de
sus labios
y su aroma de lobo.
—Si
quieres más —le dijo después de romper el beso—, ven al
bosque
mañana a la misma hora. Con mucho gusto te demostraré lo
adorable,
ardiente y sensual que eres. —Les dedicó una última caricia a los
húmedos y
henchidos labios vaginales y la mordió en la boca—. Tú
decides.
Le soltó
las manos que aún mantenía aprisionadas con la suya, la giró
de cara al
tronco y procedió a desatar lentamente la tela con la cual le
había
cubierto los ojos.
—Te daré
lo que necesitas, lo que ni siquiera te imaginas que quieres.
Empujaré
tus límites. Y aunque creas que está mal, que no es lo correcto…
lo
desearas con cada fibra de tu ser. Porque es lo que eres, mi pequeña
sumisa.
Entonces,
cambió a su forma de lobo en un parpadeo y la abandonó
allí, con
la frente apoyada contra el árbol, la mirada vidriosa y la
respiración
acelerada. Tan excitada, que se cortaría las pelotas si no
aparecía a
su próxima cita.
—Bastardo
hijo de perra —escupió a la vez que se giraba, apoyaba la
espalda en
el áspero tronco y se dejaba caer en dirección al suelo.
Temblaba
como una hoja zarandeada por el viento y sus rodillas se
habían
licuado de tal manera que eran incapaces de sostenerla en pie.
Razón por
la cual había optado por deslizarse hasta terminar sentada sobre
las
salientes raíces del árbol.
¿Qué había
sido todo aquello? ¿Qué demonios acababa de suceder?
Ella no
era así, no pasaba de estar acojonada hasta la médula a
derretirse
bajo las caricias y los besos de un completo extraño. ¡Uno que le
había dado
caza como si fuera un maldito cervatillo!
No, no,
no. Tenía que tratarse de una pesadilla, porque ese asalto
sensual no
consentido no podía haberla puesto…
«Caliente,
cachonda, salida. Estás mojada, admítelo».
Dios
Todopoderoso, pensó mientras se tapaba la cara con las manos
para
ahogar un sollozo. ¡Era una pervertida!
Un
desconocido la había perseguido, dado caza, inmovilizado… La
había
sobado más allá de los límites de la decencia, excitándola en contra
de su
voluntad, y ella… Se había cabreado, sí, pero se lo había permitido.
¡Y le
había gustado!
Oh, por
todo lo más sagrado. Su cuerpo traidor incluso había
encendido
el horno a la espera de lo que vendría después. Para lo que no
llegó a
pasar, pero que sucedería si aceptaba el guante que él había
arrojado y
aparecía por allí al día siguiente.
¿Realmente
quería? Sí. No. ¡Demonios! Estaba confundida. Hacía
tiempo que
no se sentía así. Tantos años que casi no era capaz de llevar la
cuenta.
Dejó caer
las manos e intentó abrazarse para sofocar los temblores
que la
recorrían, pero sentía los pechos tan sensibles e hinchados por el
trato que
él les había dispensado que no le quedó más remedio que apartar
los
brazos.
Gimió, conscientede que hubo un instante en que pensó que
si él
continuaba tocándoselos,
ella se correría sin remedio. Así de simple.
Porque cada vez que los
había torturado con golpecitos incitantes, caricias
seductoras y pérfidos
pellizcos… Bien, todos y cada uno de esos malditos
toques habían ido a parar
derechitos a su clítoris, como si en algún
momento alguien hubiera construido
una autopista entre sus senos y el
centro de su placer sin
habérselo notificado siquiera.
Deslizó su mano derecha
por el vientre, en dirección a su sexo, pero
frenó en seco al alcanzar
el pubis cubierto por el pantalón de correr.
Sentía vergüenza, pero
también sufría a causa de la necesidad de
acallar el doloroso eco
que reverberaba en su interior. Y, sin embargo, no
era capaz.
Emitió un gemido quedo de
rendición y dejó caer la mano sobre la
hierba, con la palma
vuelta hacia arriba, mientras volvía a rememorar lo
que él le había hecho
sentir. El modo en que había desplegado su dominio
sobre ella, consiguiendo
que se derritiera como un miserable helado.
Para su consternación,
tuvo que admitir que hubo un par de momentos
en que realmente quiso
que él la hubiera lamido con su ruda y ardiente
lengua de lobo. Que la
hubiera… follado.
Y él era enorme, lo había
notado. Un macho alto, fuerte e intimidante.
Con un miembro acorde a
su poderío físico, a juzgar por lo que había
percibido en varias
ocasiones.
Al principio, cuando
sintió la erección contra su cadera, entró en
pánico. Pero entonces él
no hizo nada de lo que suponía, sino que, por el
contrario, la sosegó con
su toque, asegurándole que no era su intención
dañarla. Y ella se había
fundido contra su cuerpo musculoso, aliviada y al
mismo tiempo
decepcionada. Porque una parte de su ser quería que él la
dominara, que la
poseyera. Esa otra cara de sí misma que anhelaba
acogerlo en su interior
tan grande, grueso y duro como lo había sentido.
Nada que ver con sus
novios universitarios o su ex prometido.
Suspiró. Él era…
abrumador a todos los niveles posibles. Pero daba
igual lo que su maldito
cuerpo quisiera, aunque lo pidiera a gritos, porque
no volvería a pisar el
bosque. ¡Ni hablar!
Si ese cabrón quería dominar
algo tendría que conformase con ejercer
sus habilidades de Dom
con su pene. Un cinco contra uno no estaría mal,
para empezar.
Que sometiera a su pedazo
de carne si quería, porque ella no se
dejaría.
HOLA!!! BUENO ... EL PRIMER ENCUENTRO ... YA SABEN QUIEN ES VERDAD?? ES TOM PERO YA MAS GRANDE ... YA UN LOBO ALFA :D ... SOLO QUE LA RAYITA EN UN BUEN TIEMPO NO SE DA NI POR ENTERADA HASTA EL FINAL DE LA NOVELA ... BUENO YA SABEN 4 O MAS COMENTARIOS Y AGREGO MAÑANA SIN0 NO ... ADIOS :))
Ooo dios quedeee. Anonadada jajaja me encantaaaa , oo Tom se me aparece asi y me muero. Jajajajsjsjsjsjsjsjajja sube prontooo. Oo realmente morire. Bye cuidate muchooo
ResponderBorrarTom es tan adorable
ResponderBorrarMe encantan los lobos*-*
ResponderBorrarSigueeeeee
ResponderBorrarSu primer encuentro excitantee!!
ResponderBorrarSiguelaa ;)
:O:O Super erótica e intensa me encanto virgiii espero el próximo cap!!!
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